Clásico modernizado
Cuando el comodoro estadounidense Matthew C. Perry visitó Japón a mediados del siglo XIX, muchos intelectuales japoneses se quedaron fascinados con el armamento y la tecnología de su barco. Perry pretendía reabrir Japón al mundo tras 250 años de aislamiento. Sus palabras no funcionaron tanto como su propia presencia. Se inició un movimiento político que derivó en la restauración Meiji y la industrialización tardía de Japón. Como en el caso de Europa, uno de los primeros mercados en ser industrializado fue el textil. En el valle del Derwent en Reino Unido había sucedido más de un siglo antes, pero las máquinas de hilado, los molinos de agua y el trabajo en cadena llegaron finalmente a Japón. Lo hicieron en concreto en 1872, en la zona de Tomioka, primera factoría de hilado del país, que sirvió además de ejemplo para unas cuantas más.
Hacia 1868, el sogunato Tokugawa o periodo Edo tocó a su fin cuando Yoshinobu se puso a las órdenes del emperador Meiji. 250 años dan para mucho. La sociedad japonesa había virado hacia el feudalismo y, para empezar, había unos dos millones de samuráis que apaciguar. Un samurái era, más que un guerrero, un noble en la sociedad estamental japonesa. Las revueltas no se hicieron esperar, pero Meiji manejó la cuestión con bastante solvencia. Tras contactar con potencias occidentales había creado la armada japonesa imperial, cuya superior tecnología aplacó los ánimos samuráis, que no obstante se resistieron hasta 1877. A esas alturas, muchos habían ya comprendido el cambio al que se dirigía Japón y habían aceptado el cambio de rol hacia una economía moderna. El gobierno abrió fábricas, importó tecnología occidental, tejió una red de ferrocarril y gracias a la mano de obra barata empezó a ser una figura relevante en el mercado mundial.
Uno de los escasos productos de exportación en el periodo Edo había sido la seda, que gracias a su artesanal calidad era conocida en todo el mundo. El nuevo paradigma imponía cantidad frente a calidad, pero Meiji creyó oportuno optimizar el proceso para tener lo mejor de ambos mundos. Es entonces cuando entra en escena Paul Brunat, un francés conocido por el gobierno por la conexión comercial textil entre Lyon y Yokohama. Se le encargó la apertura de una factoría. Lo primero fue elegir el lugar, para lo cual Gunma resultaba ideal: cerca de la capital, pero en medio de una región tradicional especializada en la sericultura. El lugar concreto se marcó en Tomioka por la presencia de un río y una mina de carbón. Brunat dejó en manos de otro francés, Auguste Edmond Bastien, la construcción y se volvió a Lyon a convencer a sus trabajadores de viajar a Japón en calidad de entrenadores. Tras el periodo de rodaje, Brunat se fue a China a expandir sus negocios y la fábrica funcionó sola. La vida de las 400 trabajadoras en los comienzos la conocemos gracias al diario de Wada Ei, hija de un antiguo samurái. Lamentablemente, la apuesta por la calidad no dio los frutos deseados y Tomioka arrojaba pérdidas año tras año. Tomioka fue privatizada en 1893 y cambió de manos varias veces hasta que cesó su producción en 1987.
Desde entonces, los japoneses han cuidado el lugar como el sitio histórico que es. Entre otras cosas, conserva toda su maquinaria original. Todo el complejo consta de unos diez edificios como la fábrica, el molino, las casas de las trabajadoras y la del capataz, conocida como Tomizawa. El diseño del sitio es una mezcla de estilo japonés con la funcionalidad de las fábricas europeas, que por ejemplo se deja ver en el uso de ladrillos rojos. La fábrica es complementada con otra experimental de capullos de seda, la escuela de sericultura Takayama-sha y un edificio para conservar en frío los huevos del gusano llamado Arafune.
Tomioka es una pequeña ciudad de 50.000 habitantes y se encuentra unos cien kilómetros al noroeste de Tokio. Maebashi es la capital de la prefectura, pero es más sencillo llegar si tomamos un tren hasta Takasaki. Desde Tokio tardaremos unas dos horas, por lo que se puede visitar en un día. Varios edificios como la fábrica de capullos se han convertido en museos y también hay disponibles visitas guiadas en inglés. Gunma es una zona montañosa con bastantes posibilidades de trekking y uno de los parques safari más antiguos del país. Es habitual irse de la región con alguna muñeca daruma en la maleta y tras haber probado un Yakimanjyu, dulce típico que hasta cuenta con un festival propio.
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