De costa a costa
En el siglo II, el Imperio Romano llegó a su máxima extensión al ocupar unos cinco millones de kilómetros cuadrados divididos en tres continentes. Las dimensiones asustan, pero por muy grande que fuera el Imperio, este tenía fin. Allí donde había fin, había que gestionar una frontera con pueblos enemigos al otro lado. Hasta 5.000 kilómetros de frontera, conocidos entonces como los limes romanos. En estas fronteras no solo había que defenderse de habituales incursiones enemigas, sino que había que establecer una frontera tal y como la conocemos hoy: control de inmigración y de mercancías. Alrededor de fuertes y murallas se fueron levantando ciudades que servían para ello. Eran además nexos de intercambio cultural. En la Europa continental, el Rin y el Danubio formaron dos cómodas fronteras nacionales que hubo que complementar con una zona más nutrida de fuertes. En total, el limes germánico contó con 568 kilómetros. Muchos menos suponen los muros de Adriano y de Antonino en Gran Bretaña. El primero medía 118 kilometros y el segundo 60, aunque en ambos casos la idea fue la misma: amurallar de mar a mar Gran Bretaña.
El canal de la Mancha fue cruzado por primera vez por Julio César en el año 55 a.C., pero no fue hasta el gobierno de Claudio que Britania se conquistó de forma efectiva. En medio del ascenso hacia el norte hubo un cambio de planes. La frontera germánica requirió de atención y muchas tropas que estaban haciendo ceder a los caledonios se llevaron al continente. El ascenso se paró en la vía Stanegate, que va del fuerte Corstopitum al de Luguvalium en paralelo al canal. Años después se retomó la conquista, pero no resultó tan sencilla como antes. Finalmente, Adriano mandó levantar un muro como frontera en el año 122. Su construcción duró seis años y su primera etapa no fue muy fructífera, pues Antonino Pío elevó la frontera hasta su propio muro en el año 142. Tras un tiempo en el que el espacio entre ambos muros estuvo en disputa, los romanos replegaron al sur del de Adriano. Ahí permanecieron hasta el siglo V, cuando el dominio romano sobre Britania se agotó.
El muro de Adriano es la mayor obra de ingeniería de los limes que nos ha llegado hasta hoy. La idea detrás del muro ha servido hasta para inspirar a autores como George R.R. Martin y su muro del norte en Juego de Tronos. Aquí, en vez de hielo tenemos piedra, pero la disposición es similar. Va de lado a lado de la costa y cuenta con pequeños fuertes con vigilancia cada milla romana, es decir: cerca de kilómetro y medio. Cada cinco millas había un fuerte mayor con infantería y caballería. Entre todos se establecía un sistema de señalización para avisar de invasiones. El muro en sí, de caliza en general, varía de grosor y de altura. Estaba complementado con un gran dique y un sistema de montículos llamado vallum, propio de Britania. Tras el fin de los romanos, el muro fue expoliado para construcciones menores y carreteras durante siglos. En el siglo XVII empezó a llamar la atención y en el XIX John Clayton lo protegió en lo posible tras comprar numerosos terrenos con secciones de muro.
En su momento más álgido, las provincias germánicas iban desde el mar del Norte hasta Ratisbona. No se llegó más lejos tras la histórica derrota de Augusto en la batalla del bosque de Teutoburgo. Así pues, se hizo necesaria una frontera. Muchas partes estaban securizadas gracias al gran cauce del Rin y el Danubio. Sin embargo, la parte alta del primero y el espacio de tierra entre los ríos, de Maguncia a Ratisbona, resultaron un problema. Las escaramuzas de los germánicos eran constantes. Desde el año 85 se construyó un sencillo sistema de dique y montículo con una empalizada con torres de vigilancia distribuidas. Más adelante se levantaron fuertes más consistentes. En todo caso, solo servían para contener ataques de pillaje: a finales del siglo II se vio que no resistían ataques numerosos. Finalmente, en el 250 los bárbaros dominaron el territorio, lo que llevó a los romanos a replegarse a las fronteras de los ríos.
El Camino del Muro de Adriano es hoy uno de los trekking más famosos de Reino Unido. De este a oeste discurre desde Wallsend hasta Bowness-on-Solway. Lo normal es destinar seis días de caminata y es para todos los públicos: apenas coge altura y lo único a tener en cuenta son las lluvias, que embarran el camino. Casi todo el recorrido es rural, salvo las ciudades de Newcastle y Carlisle. En verano hay un servicio de autobuses que recorre todo el Camino del Muro y nos puede servir para comenzar desde una ciudad o para ahorrarnos alguna etapa. Si no se dispone de tanto tiempo, la sección entre Chollerford y Walton es bastante transitada por haber preservado bastante bien el muro, sobre todo en el entorno de Housesteads, ideal si tenemos solo un día. Si vamos con niños, el fuerte de Vindolanda es una buena opción. En cuanto a Alemania, la infraestructura es menor. La excepción es el fuerte reconstruido de Saalburg, cerca de Frankfurt.
Fotos: Ian Robertson / Gorinin
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