Al servicio de Moisés
Todas las madrugadas, antes del amanecer, la falda del Jabal Musa es una procesión de luces titilantes. Son las luces de cientos de peregrinos camino de la cima de unas montañas más sagradas que existen, reverenciada por judíos, cristianos y musulmanes. Aquí es donde la Biblia dice que Moisés recibió las tablas con los diez mandamientos, tras esperar cuarenta días y cuarenta noches. Al coronar los 2.285 metros y esperar la primera luz del día, la recompensa es plena incluso para los no creyentes. La luz se refleja en la cordillera granítica que rodea la montaña, formando colores imposibles. En realidad, no es que la Biblia diga unívocamente que este fue el monte elegido, sino que este monte se ha apropiado del nombre de Sinaí gracias a la tradición posterior. Esa tradición se estableció definitivamente cuando se levantó al pie de la montaña el monasterio de Santa Catalina, que puja por ser la comunidad monástica más antigua del mundo.
Las dudas sobre la localización comienzan debido a que este Monte Moisés no es el más alto de la zona y es superado por el monte Santa Catalina. Sin embargo, la situación más desahogada de esta montaña hizo que Flavio Josefo señalara en el siglo I que aquí se situaba el Sinaí bíblico. La discusión se ha prolongado hasta nuestros días y algunos expertos localizan el monte más al norte de la península e incluso en Arabia Saudí, pero la tradición ha imperado. A partir del siglo III y IV, la zona empezó a llenarse de monjes anacoretas, principalmente de origen georgiano y nabateo. Estos anacoretas se situaron primero en el monte Serbal, pero la influencia de Flavio Josefo entre los beduinos locales poco a poco predominó. Otro hecho influyó: algunos monjes localizaron en la falda una zarza que identificaron con la que según la tradición se presentó a Moisés como Dios antes de ascender el monte. Además, Helena de Constantinopla levantó una capilla en honor de la zarza en el siglo IV. La versión se hizo tradición al levantarse Santa Catalina.
Esto sucedió en el siglo VI por orden de Justiniano I, emperador del Imperio romano de Oriente. Además de rodear la capilla mencionada, la muralla levantada en Santa Catalina sirvió para albergar a los anacoretas de la zona, desprotegidos por la prolongada ausencia de un estado. Entre el 548 y el 565 se construyó esta muralla, además de la basílica principal. Se hizo en honor a Santa Catalina de Alejandría, una mártir cuyos restos llevaron a la cima de la montaña unos ángeles, una vez más según la tradición. Siendo un sitio santo para los musulmanes, estos respetaron el monasterio y su comunidad. Incluso en el siglo XII construyeron una pequeña mezquita en su interior. Sobre esa época llegaron algunos caballeros cruzados, que propagaron por Europa la existencia del monasterio, lo que provocó las primeras peregrinaciones. Santa Catalina dependió de Jerusalén y Constantinopla hasta que en 1575 obtuvo estatus autónomo al fundarse la iglesia ortodoxa de Sinaí.
La basílica de la Transfiguración es un sencillo templo que tiene el honor de tener el techo en celosía de madera más antiguo del mundo. En sus capillas y rincones se guardan valiosísimas colecciones de mosaicos, relicarios, cálices, etc. Por encima del resto están los iconos, pues en Santa Catalina se conserva la colección más antigua del mundo, del siglo V-VI, gracias a que el monasterio nunca fue saqueado. Otra en estilo híbrido Cruzado del siglo XIII es también muy valiosa. Lo de la biblioteca va más allá. Es la más antigua del mundo cristiano y la segunda en cantidad y calidad de las obras, solo detrás del Vaticano. En el siglo XIX se descubrió aquí el Codex Sinaiticus, una versión griega de la Biblia del siglo IV: la más antigua. Se vendió a Rusia y hoy está en la biblioteca del British en Londres. Sí que se conserva el Palimpsesto Sinaítico, traducción al siríaco del Nuevo Testamento de la misma época.
Hay una pequeña ciudad para dar servicio al turismo del monte Sinaí y Santa Catalina, aunque más habitual aún es que los peregrinos lleguen desde alguna ciudad de la costa. La más famosa es Sharm el-Sheikh, a unas tres horas. Casi todo el mundo opera de la misma forma: se sube por el camino de camellos a oscuras. Podemos ahorrarnos parte de este trayecto si alquilamos un camello, aunque el recorrido no es exigente y en todo momento veremos puestos de beduinos para tomar fuerzas. Tras ver el amanecer en la cima, donde hay una ermita y multitud de gente, la procesión desciende por los escalones de la penitencia, mucho más verticales. Una vez abajo se visita el monasterio. Hay que tener en cuenta que llevar un guía beduino es obligatorio pese a que perderse es casi imposible. También es importante conocer la seguridad de la zona antes de viajar, pues el Sinaí siempre ha sido un lugar problemático.
Fotos: Joonas Plaan / Pvasiliadis
Comentarios recientes