Artistas desde hace milenios
Cuenta la leyenda que Pablo Picasso visitó la cueva de Altamira y declaró que “después de Altamira, todo parece decadente”. Lo dijera o no, la cita da una buena idea del impacto mundial que tuvo una pequeña cueva situada en el norte de España, en la región de Cantabria. Antes de Altamira, la ciencia creía que nuestros antepasados eran incapaces de crear arte, que este había llegado en las últimas fases de la evolución social. Era tan fuerte la preconcepción al respecto, que Altamira fue tachada de fraude hasta que las cuevas pintadas en el área cantábrica y el sur de Francia empezaron a multiplicarse. Cuando el siglo XX daba sus primeros pasos, la evidencia era ya incontestable. Entonces, el descubrimiento de finales del siglo XIX de la joven hija de Marcelino Sanz de Sautuola, cerca de Santilla del Mar, comenzó su ascenso como muestra del arte paleolítico más excepcional. Hoy, Altamira sigue siendo considerada por muchos la obra cumbre del período magdaleniense.
El Homo Sapiens llegó a la cornisa cantábrica alrededor del 35.000 a.C., cuando aún compartía espacio con el Neandertal. Allí comenzó a desarrollar una sociedad capaz de dedicar tiempo al arte. Luego llegó la edad de hielo y, con su final, en torno al 17.000-13.000 a.C., el apogeo pictórico de toda la zona. Desde esa llegada del Homo Sapiens hasta aproximadamente el 11.000 a.C., cuando el Holoceno trajo temperaturas más cálidas y las cuevas pintadas empiezan a desaparecer, en toda la zona proliferaron espacios dedicados al arte. Todos tenían rasgos comunes: pinturas en la roca realistas, muy habitualmente de la fauna de la zona, pintadas en rojo, negro y ocre con una exactitud sorprendente. Distintos procesos geológicos cerraron las cuevas al mundo exterior y las pinturas permanecieron a salvo y ocultas durante milenios. Así, hasta que en el siglo XX se fueron descubriendo paulatinamente.
Altamira es la joya de todas ellas, no solo por ser la pionera para los antropólogos del mundo entero, sino por la maestría de su pintura. En sus 300 metros se suceden pasillos y cámaras que llegan hasta los seis metros de altura. La famosa Gran Sala, la llamada capilla Sixtina del arte rupestre, presenta una composición de animales en la que destacan 17 bisontes. Hay ejemplos fantásticos de la adaptación al espacio como el bisonte encogido, en la que el artista tuvo que adaptar su diseño al relieve de la roca. Con todo, Altamira no es la única cueva: hay otras 17 repartidas entre Asturias, Cantabria y País Vasco que son testigo de esta época del arte humano. Cada una tiene sus particularidades, como las numerosas salas de La Pasiega, el conjunto de caballos de Ekain, el bastón de mando encontrado en El Pendo, etc. La información que contienen ha sido y es muy valiosa para los antropólogos, pero estos siguen con una duda fundamental: ¿por qué pintaban nuestros antepasados?
Sobre esto hay tantas teorías que hasta se organizan jerárquica y temporalmente. Grosso modo hay dos tipos de explicaciones: las que dicen que el arte rupestre es simplemente arte y, más numerosas, las que intuyen cierto ritualismo en las pinturas. Representaciones de animales, algunos con lanzas clavadas e ideomorfos de distinto tipo llevan a algunos expertos a apreciar una especie de magia, como si dibujando a la bestia propiciaran la caza de la misma. Quizá era, sin embargo, un tipo de mitología más elaborada. También es cierto que un arte tan aparentemente realista nos puede llevar a pensar en que las pinturas eran una especie de bestiario. Sí que existe cierto acuerdo en tres aspectos: las pinturas eran planificadas; hay cierta ritualidad asociada a la caza y la fecundidad; y las pinturas exigían una organización social que eximiera de las tareas de supervivencia a sus autores.
En la segunda mitad del siglo XX, las pinturas de todas las cuevas empezaron a dar síntomas de conservación deficiente, por lo que las visitas a las cuevas están muy limitadas, cuando no prohibidas. En Altamira no hay visitantes desde 2002, aunque está en marcha un programa piloto con algunas visitas para evaluar su impacto. Cada vez hay más convicción que un número limitado de visitas no impacta significativamente en la cueva. En todo caso, de momento es más fácil acudir a la Neocueva, una reproducción totalmente fiel del original. Si se quiere visitar cualquier otra cueva es necesario informarse con tiempo, porque generalmente exigen reserva con antelación suficiente, en algunos casos de semanas o meses. Una de las más visitadas es la de Tito Bustillo, en la localidad asturiana de Ribadesella, que está acompañada de un museo. Como en casi todas, las visitas son guiadas y restringidas en número. No cabe duda de que la visita puede llegar a ser claustrofóbica para algunos, pero la recompensa al final del paseo por la cueva será más que suficiente.
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Una de las cosas que más nos sorprendió fue el aprovechamiento de las protuberancias, grietas o límites de las rocas para dotar de realismo a la imagen, o representaciones animales que según de donde provenga la luz parece que estén en una posición u otra. Vimos la mayoría de las cuevas Patrimonio de la Humanidad de Cantabria y quedamos maravillados, de la cantidad y calidad de pinturas y grabados que albergan. Es digno de mención la pasión de los guías que nos enseñaron las cuevas, sobretodo en Hornos de la Peña.
Qué suerte haber podido visitar tantas. Entre las que ahora están cerradas o con muchas limitaciones, es una tarea complicada. Yo visité Tito Bustillo hace poco y estoy de acuerdo en lo del guía. Auténtica pasión la suya. Gracias!