Lujo prusiano
El rey prusiano Federico II el Grande, el viejo Fritz, dejó claro desde niño que iba a ser diferente. Interesado desde muy joven por la música y la filosofía, se rebeló contra su padre y al intentar huir de Prusia estuvo a punto de ser ejecutado por desertor. Nada parecía indicar que Federico se convertiría en el comandante que fue. Estratega militar consumado, expandió sus territorios por Silesia, Polonia y Austria, poniendo a Prusia en el mapa. Federico no olvidó sus gustos de juventud y se convirtió en una de las figuras del despotismo ilustrado del siglo XVIII: burocratizó su gobierno, toleró otras religiones y nacionalidades, liberalizó la prensa y abrió las puertas a la Ilustración tanto a escala filosófica como artística. No es de extrañar que para muchos dirigentes posteriores fuera un modelo. Esto incluyó al nazismo, algo que le valió un injusto descrédito durante décadas. El principal legado de Federico lo podemos disfrutar en Potsdam, ciudad a orillas del río Havel. Este río forma sucesivos lagos en un entorno boscoso: un escenario ideal para levantar palacios tan gloriosos como Sanssouci.
Hasta entonces, Potsdam no había llamado mucho la atención. Su nombre, eso sí, había sido dado a un importante edicto unos años antes, en 1685. Sirvió para repoblar con hugonotes expulsados de Francia, holandeses, rusos, etc. una zona devastada por la Guerra de los 30 Años. Nombrada por primera vez en el siglo X, Potsdam contaba por entonces solo con mil habitantes. Unos años después, al acabar el reinado de Federico Guillermo I de Brandeburgo, la población se había multiplicado por diez. Fue sin embargo Federico II el que impulsaría definitivamente a Potsdam al elevarla a residencia real. Lo sería de reyes y káiseres hasta 1918, complementando la que se convirtió en capital gubernamental: Berlín. Escenario del teatro que montó Hitler en 1933 para relacionar su liderazgo con las figuras del pasado, Potsdam sufriría durante la II Guerra Mundial fuertes bombardeos. Al acabar esta guerra fue también sede de otro momento histórico: en el palacio de Cecilienhof se reunieron los aliados para decidir el futuro y reparto territorial de la derrotada Alemania.
Durante todo este tiempo, Potsdam y el actual barrio de Berlín de Zehlendorf se llenaron de multitud de monumentos en una cuidada interacción entre paisaje y arquitectura que anticipó por dónde irían los tiros del romanticismo. Aunque no es precisamente el primer edificio levantado, el palacio de Sanssouci fue el que cambiaría el rol de Potsdam, además del más valorado. Sus obras comenzaron en 1744 con el terraceo de una colina para plantar viñedos. Su cima se coronó con el palacio, construido con Versalles como referencia. Eso sí, a diferencia del palacio parisino, Sanssouci es muy pequeño: un piso y apenas diez habitaciones. Fue diseñado por los arquitectos Knobelsdorff y Bouman en estilo rococó. Su propio nombre, “sin preocupaciones”, da la pista de lo que buscaba Federico el Grande, ansioso por descansar del ajetreo berlinés. A los pies del palacio pasa una avenida de 2,5 kilómetros, arteria principal del inmenso parque homónimo. Este parque se llenó de frutales y fuentes, que para desgracia de Federico no funcionaron hasta la invención del motor a vapor. Al final de la avenida sí vio levantar el Neues Palais.
No pueden ser más distintos: el palacio nuevo fue una celebración de la relevante victoria de Federico en la guerra de los Siete Años. Por ello destila ostentación y tiene un desmesurado tamaño: una demostración de la nueva Prusia. Tiene veinte veces más de habitaciones, una gran cúpula y es barroco. Otros monumentos en las casi 300 hectáreas del parque son la Orangerie, Charlottenhof, la casa china o el Palacio de la Amistad. El parque de Babelsberg ocupa la mitad de espacio. Cuenta con un palacio neogótico del XIX. Más pequeño, pero más relevante es el Parque Nuevo, construido en torno al lago Heiliger. Arreglado en el XIX en estilo inglés, más natural, en él destacan dos palacios: el de mármol representa el neoclasicismo asentado en Europa y Cecilienhof, que fue el último palacio en construirse.
Potsdam cuenta con unos 150.000 habitantes. Supone una visita de un día ideal desde Berlín, siempre y cuando nos conformemos con los palacios principales, pues el tamaño de todo el complejo es enorme. Es fácil llegar en tren, vía S-Bahn o Regionalexpress, y luego nos podremos mover en tranvía o en un autobús que recorre los principales puntos. Desde la estación de la puerta de Brandenburgo de Potsdam tendremos acceso rápido a la ciudad histórica, entre medias de los parques de Sanssouci y Nuevo. Es buena idea empezar por Sanssouci porque tiene cupo diario y nos podemos quedar sin verlo por dentro. Otras formas de ver la zona son la bicicleta y el barco: hay distintas compañías que ofrecen pequeños cruceros por la zona.
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