Los réditos del azúcar
Las sociedades han procurado endulzar sus comidas y bebidas desde siempre. Durante mucho tiempo, la miel fue la forma más asequible. Aunque el azúcar está presente en muchas plantas, solo de dos se extrae de forma eficiente: remolacha y caña de azúcar. Esta segunda tiene distintas variedades desde Guinea al sudeste asiático. La caña fue conocida por los europeos a comienzos de nuestra era, primero como uso medicinal. El primer impulso serio llegó cuando los indios descubrieron cómo transformar el azúcar en la forma granulada que conocemos hoy, fundamental para su transporte. Venecia comenzó a importar azúcar en el siglo XII, pero el viejo continente tuvo que esperar al descubrimiento de América para no depender de la producción ajena. Las colonias ofrecían una enorme extensión con el clima adecuado para cultivar caña. Este producto tuvo consecuencias inimaginables: fue una de las principales causas detrás del moderno mercado de esclavos y vio nacer grandes centros de producción. Uno de los primeros y más fuertes fue Olinda, en una costa noreste brasileña en manos portuguesas. Ambicionada por muchos, Olinda fue totalmente remodelada en estilo barroco. Contrasta como en pocos lugares con el frondoso bosque tropical que la rodea.
Tribus indígenas de caetés y tupinambá ocupaban el noreste brasileño cuando llegaron los europeos. Primero llegaron los franceses, pero el encuentro no fue amistoso. Los portugueses fueron más hábiles y se aprovecharon de las disputas entre las tribus para levantar un primer fuerte sobre una colina con vistas al océano que llamaron Caeté. El asentamiento fue fundado en 1535 por Duarte Coelho, noble, militar y primer líder de la capitanía de Pernambuco. Olinda fue su primera capital, que religiosamente fue avanzando y se convirtió en diócesis en 1676. Para entender la relevancia de la caña basta mirar un mapa y trazar una línea hasta la provisión de esclavos en la costa africana: en un negocio con mano de obra tan intensiva, tener el suministro tan cerca era una ventaja competitiva. Al comenzar el siglo XVII, Olinda era el centro de producción principal de la caña y una de las colonias más relevantes de Portugal. Precisamente por eso fue objeto de enemigos.
En la época en la que Olinda despuntó, Portugal estaba en manos españolas y sus colonias estaban notando cierto abandono institucional. Los holandeses lo aprovecharon para ocupar varias plantaciones y arrasar ciudades hasta que, de la mano de John Maurice, se erigieron como los nuevos colonos. Solo tres años después se disolvió la unidad ibérica y Portugal volvió a tomar el mando, pero para Olinda ya era tarde. Incendiada por los holandeses en 1630, perdió el liderazgo económico y político frente a Recife. Aun así, los portugueses la reconstruyeron paulatinamente desde 1654. El rediseño completo tuvo que esperar al siglo XVIII, cuando Olinda tuvo un fuerte lavado de cara, aunque conservó monumentos anteriores y la antigua división en parcelas. El estilo más extendido fue el barroco. Olinda no perdió su papel religioso y proliferaron las capillas, conventos e iglesias. En paralelo se convirtió en ciudad de artistas, con máxima expresión en su carnaval. Hoy, la conservación del centro es el mayor reto.
Olinda es una armoniosa ciudad museo plagada de monumentos religiosos que contrastan con las sencillas casas de colores y azulejos portugueses sobre una serie de frondosos jardines y la costa arenosa del Atlántico. En esta bella estampa, los monumentos son legión: conventos, veinte iglesias barrocas y muchas más capillas, denominadas aquí passos. Dada su historia, la mayoría son del XVIII, pero hay excepciones: São João Batista dos Militares es una sencilla construcción manierista del XVI. Entre las barrocas destaca la catedral, antigua iglesia jesuita de 1676 con una fachada posterior. Cerca está el colegio jesuita, hoy iglesia de Nossa Senhora da Graça. Otra orden que llegó pronto fue la franciscana, cuya iglesia es la primera suya del país. Forma un complejo que incluye la iglesia de Nuestra Señora de las Nieves y la capilla de Sao Roque. Carmelitas y benedictinos tienen también presencia.
Además de su centro, el principal atractivo de Olinda es su Carnaval, solo por detrás de los de Rio y Bahía. Se parece más al segundo por su influencia africana, pero la diferencia está en que el de Olinda es tan urbano que es plenamente gratuito. También son diferentes los estilos de baile: aquí triunfan bailes regionales como frevo, forro y maracatu. Olinda es hoy un suburbio de Recife centrado en el turismo. Es sencillo llegar desde el centro o aeropuerto de Recife. Es aconsejable visitar el museo regional, con objetos del siglo XVIII. Podemos completar el día yendo a Igarassu, donde se encuentra la iglesia más antigua de Brasil. De septiembre a febrero disfrutaremos del viaje sin lluvias.
Fotos: Valdiney Pimenta / guilherme jofili
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