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Villa Protectora de San Miguel el Grande y Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco

Villa Protectora de San Miguel el Grande y Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco

Guanajuato (México)

Barroco e independencia


El 16 de septiembre de 1810, el Grito de Dolores supuso el inicio de la guerra de la independencia mexicana. Consistió en el tañido de las campanas en Dolores por Miguel Hidalgo, líder revolucionario. Los vientos independentistas llevaban una temporada soplando entre un grupo de criollos del norte de la capital. Hidalgo inició la sublevación, pero tras capturar algunas ciudades, un fallo estratégico le relevó del puesto en favor de Ignacio Allende, antiguamente en el ejército español. Sin embargo, Allende fue engañado por un supuesto insurgente que le entregó a las autoridades españolas. Él y sus compañeros fueron ejecutados por traición. El movimiento independentista sufrió su primer revés, pero estos pioneros no fueron olvidados. El día nacional de México recuerda el Grito de Dolores y San Miguel, segunda ciudad en independizarse y hogar natal de Ignacio Allende, incorporó el nombre de su héroe al de la ciudad. Esto no evitó que cayera en un letargo del que solo despertó al valorarse su conjunto barroco, al que se le suman los fantásticos frescos del cercano santuario de Atotonilco.

Calle en San Miguel el Grande

San Miguel se asentó inicialmente sobre la ciudad chichimeca de Izcuinapan. Los indígenas se levantaron contra los españoles cuando estos los forzaron a trabajar en las cercanas minas de Guanajuato. La guerra cayó del lado español, pero forzó a un cambio de localización en 1555, también orientado a mejorar la hidrología urbana. San Miguel creció gracias a las minas y como parada del Camino Real de Tierra Adentro, que además favoreció el intercambio cultural. A esto se sumó la industria textil, que llevó a San Miguel a su cénit en el siglo XVIII. Dividida tras la independencia entre liberales y conservadores, la ciudad declinó especialmente con el agotamiento de las minas de Guanajuato. Su centro histórico fue protegido en 1926. Poco después empezó a atraer artistas estadounidenses como Stirling Dickinson, especialmente tras la II Guerra Mundial. Las escuelas de arte abundaron y le dieron un aire bohemio a la ciudad, que repuntó de nuevo.

La temprana protección ha dejado congelado en los tiempos de bonanza el centro de San Miguel, conocido como barrio del Chorro. La ciudad tiene un diseño de damero colonial, pero no estrictamente regular por la verticalidad del terreno. Entre sus empedradas calles sobreviven decenas de mansiones coloniales en caliza rosa de la era dorada de San Miguel: en estilo barroco o neoclásico, pero siempre de dos alturas máximo y tejado plano para retener el agua. Muchas han sido renovadas devolviendo color a sus fachadas y lustre a los trabajos de madera y hierro forjado en las puertas. En su interior esconden ricos patios en los que se hacía la vida. Un ejemplo excepcional es la casa Tomás de la Canal, en transición del barroco al neoclásico. En arquitectura religiosa destacan las iglesias barrocas de San Francisco, De la Salud y el oratorio de San Felipe Neri. El siglo XIX trajo el neogótico a la ciudad con la renovación de la fachada de la iglesia parroquial de San Miguel Arcángel, uno de los templos más fotografiados de México.

Frescos en el techo del santuario de Atotonilco

A nivel religioso, no obstante, lo más relevante es el cercano santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco. Este curioso nombre procede de las aguas calientes que atrajeron a los chichimecas, que tenían aquí un centro ceremonial. En el siglo XVIII, el padre Luis Felipe Neri de Alfaro decidió levantar el santuario, en parte por una visión y también para frenar estos rituales, aún en práctica. Precisamente la Contrarreforma y San Ignacio de Loyola fueron las dos inspiraciones del templo, que atrae a muchos peregrinos seguidores del jesuita. El complejo entero, amurallado, consta de seis capillas, la casa de Loreto y la iglesia principal. El exterior de esta es bastante plano: lo más relevante aquí son los frescos, en los que se mezcla la idiosincrasia de Neri de Alfaro con la maestría del pintor Miguel Antonio Martínez de Pocasangre. Sus frescos, trabajados durante treinta años, recubren el interior y son el culmen de la pintura barroca en México.

San Miguel, a unas tres horas de Ciudad de México, es una de las ciudades más turísticas del país, especialmente entre los estadounidenses, que siguen viniendo por su aire bohemio. Las escuelas de español, por ejemplo, son muy numerosas. San Miguel es una ciudad para ser paseada y descansar tranquilamente el Jardín, su plaza principal. Si queremos conocer bien su historia hay que ir a la casa museo de Ignacio Allende. También hay multitud de galerías de arte y tiendas de artesanía. A la salida está el mirador, que como indica ofrece fantásticas vistas del centro. Atotonilco está a unos diez kilómetros y es obligatorio acercarse para admirar sus frescos recientemente restaurados. La Sanmiguelada es la fiesta principal de la ciudad y se celebra en la semana alrededor del 29 de septiembre.

Fotos: Rebeca Anchondo / Carlos Melgoza

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