Esculturas, pinturas y manuscritos a millares
El 25 de junio de 1900, el sacerdote taoísta Wang Yuanlu estaba restaurando una cueva pintada en medio del vasto desierto del Gobi cuando se dio cuenta de que al lado de la entrada había una puerta falsa. Al derribarla se encontró con una inmensa cueva-biblioteca repleta de pergaminos, libros y documentos que ocupaban hasta tres metros de altura y dejaban espacio apenas para dos personas. Los manuscritos de Dunhuang, como se les conocen, son solo una de las muchas joyas que guardan entre sí las cuevas de Mogao, también conocidas como cuevas de los mil Budas. Dunhuang es la ciudad donde se encuentra. Este paso estratégico de la Ruta de la Seda, fundado por China en el año 111 a.C. para protegerse del pueblo Xiongnu, se convirtió en el centro budista del territorio durante los siglos en los que la ruta fue relevante para China. En ese tiempo cambió de manos, pero ya fuera bajo dominio tibetano, chino o centroasiático, en sus cuevas los monjes no dejaron de pintar y esculpir. De momento, se han destapado 492 cuevas que contienen algún tipo de manifestación artística.
Comenzaron sus trabajos en el año 366. Se dice que el monje Yuezun tuvo una visión de mil Budas dorados y empezó a horadar la primera cueva. Durante los siglos VI y VII floreció especialmente por el patronazgo de las distintas dinastías gobernantes. A finales del VII se instalaron los dos enormes Budas que hay en el interior de las cuevas y para el siglo X había ya más de mil Budas tallados. Con tanta profusión de imágenes, lo que al principio era un centro de meditación se convirtió en uno de peregrinaje. Sin embargo, en el siglo XIV el declive del budismo y la pérdida de relevancia de la Ruta de la Seda se combinaron y arrancó un periodo de abandono. En él, las cuevas fueron olvidadas por todos, salvo por la gente local. Así, hasta la llegada a finales del siglo XIX de Charles Eudes Bonin.
Este explorador francés estaba recorriendo el oeste de China cuando vio las estelas Suleiman, del siglo XIV, que le dieron la pista sobre las cuevas. A partir de ahí llega la historia del descubrimiento de la biblioteca y la atracción de Mogao, que se llenó de arqueólogos occidentales. Dos de ellos, Aurel Stein y Paul Pelliot, consiguieron comprar a un precio irrisorio grandes cantidades del archivo de Mogao antes de que se clausurara la biblioteca. El profesor Luo Zhenyu editó parte de los manuscritos y comenzó el traslado de lo que quedaba a Pekín con el fin de protegerlos. Sin embargo, no todos los manuscritos llegaron. Muchos se robaron o perdieron. Esto, junto con los comprados inicialmente, ha hecho que el archivo esté disperso por todo el mundo, por mucho que haya proyectos para reunificarlo. Afortunadamente para Mogao, el pintor Zhang Daqian llegó a las cuevas en 1941 con el fin de protegerlas, conservarlas y restaurarlas.
Horadadas en un terreno de conglomerado, sobre el que no se puede esculpir fácilmente, la arquitectura de Mogao es lo menos relevante. Lo fascinante aquí es la infinidad de murales pintados que cubren sus paredes. La cifra abruma: 45.000 metros cuadrados de murales. Reflejan muchos estilos, aunque las más relevantes son del periodo Tang. La mayor parte son budistas, pues se utilizaban para facilitar la meditación o la enseñanza. No obstante, también hay escenas con líderes políticos, escenas de la Ruta de la Seda o cartografías muy detalladas. Tienen algunas particularidades estilísticas como el uso de sombras para simular tridimensionalidad y desnudos integrales. En cuanto a escultura, además de los dos grandes Budas hay unas 2.400 estatuas de arcilla pintadas. La biblioteca de Mogao es una fuente inagotable de documentación de la época. Los más de mil pergaminos y 15.000 libros fueron elaborados del 406 al 1002. Principalmente están en chino y son budistas, pero hay un poco de todo, incluyendo tratados de astronomía, política o partituras de música. La mayor joya es el Sutra del diamante, que es el libro impreso más antiguo del mundo. Fue realizado con la técnica de la xilografía, impresión con bloques de madera, en el 868.
Dunhuang es accesible vía aérea y también está incluida en muchos circuitos que emulan la Ruta de la Seda, aunque no tanto en los circuitos clásicos de China por quedar a desmano. La visita consiste en un tour guiado de unas dos horas por unas diez cuevas que van rotando para mejor conservación. No obstante, para no frustrarse ante la cantidad de cuevas que no se ven, se puede pactar un precio unitario si se tiene especial interés en alguna. Si se tienen más ganas aún, cerca están las cuevas de los mil budas del oeste y las de Yulin. El clima es extremo, por lo que es aconsejable ir al final del verano, cuando el ambiente está más húmedo. Cerca de Dunhuang está también el Parque Nacional de dunas de Yueyaquan.
Foto: Bernhard Huber / Laika ac
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