Austeridad cisterciense
San Bernardo de Claraval fue una de las figuras religiosas más relevantes del siglo XII, si no la que más. Defensor férreo de una Iglesia sencilla, fue un místico antirracionalista muy influyente en el Vaticano, donde logró colocar como Papa a un discípulo suyo: Eugenio III. En las artes impulsó el canto gregoriano y los primeros vestigios del gótico. Con todo, será recordado por dos cosas. La primera es su decisiva influencia en la fundación de la Orden del Temple y la consiguiente Segunda Cruzada, que con su fracaso se llevó por delante su lugar en la primera línea político-religiosa. La segunda perduraría durante muchos más siglos. El Orden del Císter le debe mucho a Claraval. Aunque tampoco fue su fundador, su apoyo fue decisivo para ellos. San Bernardo fue el abad de la abadía que lleva su nombre y fundó en total 68 más. De ellas, una de las primeras y la que mejor ha resistido el paso del tiempo es la abadía de Fontenay, en la Borgoña francesa.
A finales del siglo X, la abadía de Cluny era la más influyente del territorio francés. Eran benedictinos, pero a juicio de muchos se habían desviado de sus preceptos morales para entregarse al lujo. Roberto de Molesmes decidió cortar por lo sano y recuperar el precepto ora et labora. Con ideas renovadas, abrió en 1098 la abadía de Cîteaux, cercana a la ciudad de Cistercium. Nacía así la influyente orden del Císter, que a finales del siglo XIII contaba ya con más de 700 abadías en toda Europa. Todas ellas guardaban los mismos preceptos que intentaban alejarse de Cluny: abadías devotas de la Virgen María, autosuficientes, sencillas y dirigidas por un abad mayor que supervisaba la vida de los monjes. Roberto de Molesmes restauró así la orden benedictina y la devolvió a sus raíces. La figura de Claraval fue la necesaria para que orden del Císter haya perdurado durante siglos y que incluso hoy se mantenga relativamente en forma.
A pesar de la reducción de artificios, San Bernardo de Claraval pensaba que Cîteaux no había sido lo suficientemente austera, así que exageró aún más la sencillez en sus abadías. La de Fontenay comienza su historia en 1118. Parcialmente acabada, los monjes se mudaron allí en 1130. En ese momento empieza a llegar dinero de manos del obispo de Norwich, exiliado. Se consiguen acabar así las obras principales y la iglesia es consagrada en 1148. A finales de siglo había ya 300 monjes y empezaba a ganar poder. Eximida de pagar impuestos y nombrada abadía real, su periodo de oro se alargó dos siglos. En el siglo XVI cambió la forma de elección del abad superior, que pasa a ser una cuestión real. Arranca así el declive de Fontenay. Para cuando la Revolución Francesa le puso la puntilla, apenas quedaban un montón de monjes y el refectorio se había hundido. Claude Hugot compró el edificio y lo utilizó como fábrica de papel hasta que en 1906 Fontenay encontró su salvación de mano de Édouard Aynard. Este banquero y filántropo compró la abadía y recuperó su glorioso pasado.
Las construcciones del Císter siguen los preceptos de la orden en cuanto a austeridad y autosuficiencia. Rechazan la profusión de imágenes y esculturas por suponer una distracción para los monjes y un gasto superfluo. En su lugar, la luz domina todo el edificio, una influencia de la arquitectura bizantina. Fontenay es la construcción mejor preservada de su época, en parte por estar hecha en piedra, algo no tan habitual por el bajo coste del adobe. Excepto el refectorio, todo es original. El estilo es románico borgoñés en transición hacia el gótico, que dominaría en las décadas siguientes. Tiene una nave de 66 metros de largo con capillas rectangulares. El claustro de 38 metros de lado era el lugar predilecto de los monjes, que se reunían en la sala capitular, con una bóveda de crucería tan característica en el Císter. El escritorio y la forja copian el estilo y el gran dormitorio fue reformado en el siglo XV con techo de madera de castaño.
Actualmente, los Aynard continúan siendo los dueños de Fontenay. Ellos rehicieron la noria que proporcionaba la energía a la forja, uno de los primeros ejemplos de energía hidráulica de Europa. La abadía se encuentra a medio camino entre París y Lyon. Cerca está el pequeño pueblo de Montbard, donde uno se puede alojar y llegar hasta aquí en bicicleta. También cerca está Auxerre, que ya exige utilizar coche. La visita se puede solventar en hora y media y complementar luego con lugares cercanos como Vézelay.
Foto: Holly Hayes / jean-marc
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