Alcanzar el cielo
Viollet-le-Duc, el arquitecto responsable del renacer del gótico en Francia en el siglo XIX, se dedicó a restaurar numerosos monumentos medievales. Uno de sus trabajos fue la restauración de la catedral de Amiens, de la que dijo que era el Partenón del gótico. Referencia inmediata de este estilo junto a Chartres y Reims, la catedral de Amiens influyó en toda Europa desde que se levantó en un corto espacio de tiempo en el siglo XIII. El nuevo leitmotiv de los arquitectos góticos era llegar lo más alto posible para estar más cerca de dios. En Amiens lo consiguieron más que en ningún sitio, pues es la más alta entre todas las catedrales góticas y la segunda en volumen exterior, solo superada por la de Colonia. En el interior, la luz domina un vasto espacio en el que caben dos catedrales de Notre Dame. Todo ello en una modesta ciudad de provincias, hogar de Julio Verne y renovada tras múltiples acontecimientos.
Amiens fue la patria de la prominente tribu céltica de los Ambiani, lo que le valió el nombre de Ambianum bajo dominio romano. El nombre antiguo, Samarobriva, hace referencia al puente construido que cruza el río Somme, eje principal de la ciudad. Su ciudad amurallada intentó repeler ataques alanos, burgundos y vándalos hasta que los francos la dominaron en el siglo V. En la Edad Media, la ciudad formó parte del movimiento civil para ganar autonomía frente al sistema feudal y creció económicamente gracias a cultivo de una planta: la planta pastel. No hace referencia a una comida, sino al tinte índigo que se consigue con ella y que triunfó en media Europa entre los siglos XII y XIII. Tiempo después, la ciudad se subió al tren de la Revolución Industrial liderando la producción de un tejido aterciopelado: el velur. Este esplendor aumentó exponencialmente la población, por lo que hubo que tirar abajo las murallas y se abrieron grandes avenidas como la Rue de la République. Esto, sumado a los desastres de las dos Guerras Mundiales, forzó una renovación completa de la mano de Pierre Dufau.
Afortunadamente, en medio del histórico barrio de Saint-Leu, la catedral sobrevivió gracias a las medidas protección tomadas por los aliados. Evitó así la suerte que corrieron templos anteriores: en el 882 un primer templo fue arrasado por los normandos y en 1218 un incendio acabó con la catedral románica. Dos hechos provocaron la rápida reconstrucción: la atracción que supuso la reliquia de la cabeza de San Juan Bautista, traída de las Cruzadas, y el dinero de la planta pastel. En 1220, bajo las órdenes del obispo Evrard de Fouilly y el diseño del arquitecto Robert de Luzarches, se iniciaron las obras. Hasta que las obras principales se acabaron en 1288 hubo otros dos jefes arquitectos, Thomas de Cormont y su hijo, pero la unidad de estilo se conservó intacta. Una errónea colocación de los arbotantes tuvo que ser corregida dos veces, una de ellas con hierro forjado.
En el exterior, la protagonista es la fachada oeste, construida en poco tiempo con una unidad escultórica difícil de batir. Consta de tres grandes entradas con tímpano sobre los que hay 22 esculturas de reyes franceses, el rosetón, una arcada abierta y dos torres posteriores que no ayudan a la unidad del conjunto. En los años 90 se descubrió que todo el trabajo escultórico, dominado por escenas del Juicio Final, estuvo coloreado. Además de esta fachada, la del crucero sur merece también la pena. En el interior, lo principal es una medida: los 42,3 metros de altura, no superados más que por la inacabada catedral de Beauvais. Tres naves soportadas con 126 pilares conforman el más vasto interior de Francia. Sin embargo, la sensación de ligereza es plena gracias, en parte, a las vidrieras, algunas de las cuales es original. En la parte del coro se instalaron capillas radiales, un sistema copiado por muchas catedrales. En el tesoro destacan dos sarcófagos de bronce del siglo XIII.
Amiens es una sencilla ciudad de menos de 150.000 habitantes. Está muy bien situada: 120 kilómetros al norte de París, lo que en tren es una hora. En tres podemos plantarnos en Bruselas o Londres. Se puede subir a una torre de la catedral, aunque como actividad lo más recomendable es el espectáculo de luz que imita la coloración pasada de Amiens. Cada noche de verano lo podemos ver. Un paseo por Amiens tiene que incluir el belfry, el campanario cívico que junto a otros también está protegido por la UNESCO. Fuera de la ciudad están las 300 hectáreas de los hortillonnages, una zona de jardines hortícolas en islas. En la zona de la Place du Don, a orillas del canal, podemos cenar con vistas a la catedral. La gastronomía de Amiens es excelente, destacando sus dulces: los macarons. Aunque en invierno hace frío, el mercado de Navidad es el más importante del norte de Francia: atrae anualmente a más de un millón de visitantes.
Fotos: Steve Mullarkey / Mattana
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