Ladrillo contra el hereje
El catarismo fue un movimiento cristiano que tuvo su foco en el sur de Francia entre los siglos XII y XIV. Su principal doctrina era el dualismo: aceptaban que existía el Mal y que un dios lo representaba. Vieron ese dios en el creador que aparece el Viejo Testamento, en oposición a la figura de Jesucristo del Nuevo Testamento. A partir de aquí rechazaban las creaciones físicas y abrazaban el ascetismo espiritual. Todo ello le valió al Papado para calificarlos como Iglesia satánica y, consecuentemente, herejes. Inocencio III intentó persuadir a los cátaros de volver a la buena senda. La táctica no terminó de funcionar: el enviado del Papa, Pierre de Castelnau, fue asesinado cuando volvía al Vaticano. Acababa de excomulgar a Raimundo VI, conde de Toulouse, por advertir cierta complacencia de este con los cátaros. Fue el pistoletazo de salida de la Cruzada cátara o albigense. La segunda hace referencia a la ciudad de Albi, en cuyos alrededores los cátaros abundaron. Tras vencer la autoridad eclesiástica, la Iglesia Católica quiso hacer de Albi una ciudad episcopal en la que su nueva y enorme catedral amedrentara posibles focos de resistencia cátara.
Albi fue un asentamiento de la Edad de Bronce antes de pasar a ser ciudad romana bajo el nombre de Civitas Albigensium, nombrada así por ser territorio de los albigenses. Como romana no pasó de ser una modesta ciudad. No destacó hasta el siglo X, cuando empezó a multiplicarse el comercio. Con la apertura del Puente Viejo sobre el río Tarn, muchos caminos se desviaron hacia aquí. Entre esto y los peajes del puente, Albi al fin despuntó. El asunto cátaro entregó la ciudad a la Corona francesa. Superada esta etapa y la Guerra de los Cien Años, Albi volvió a recuperarse gracias al comercio de la hierba pastel, muy apreciada como colorante. El Renacimiento le vino bien a la ciudad, que vivió un nuevo desarrollo urbanístico. Al comercio se le unió la educación al abrir el Lycée Lapérouse, dedicado a las Humanidades y la música. El declive llegó a finales del XVIII, cuando el río Garona y el Canal del Mediodía desviaron las rutas comerciales.
Albi es una ciudad en la que el color rojo de su ladrillo, recurso frente a la escasez de piedra, domina la estampa. Está construida en torno a la ciudad episcopal, en la que barrios como Castelviel o Combes se desarrollaron al abrigo de la catedral y el palacio de la Berbie o del obispo. Esta fortaleza fue planificada por Durand de Beaucaire tras la victoria frente a los cátaros. Es uno de los castillos más antiguos de Francia y a lo largo de los siglos fue añadiendo murallas y edificios. Fue sede de la inquisición pontificia con el fin de controlar a los cátaros, aunque ahora en su interior se encuentra el museo de Toulouse-Latrec. De antes de la época episcopal es el Puente Viejo, que no obstante ha visto muchos añadidos y reformas: se forró por entero de ladrillos rojos y se le añadieron viviendas en los extremos. De esta primera etapa es también el barrio Saint-Salvi y su colegiata del siglo X.
El paso de ciudad cátara a episcopal se simboliza en la catedral de Santa Cecilia como en ningún otro sitio. La catedral es uno de los mejores representantes de estilo gótico del sur de Francia. Aquí, la arquitectura basada en el ladrillo rojo llegó a su cénit; de hecho, se considera que es el edificio construido con este material más grande que existe. El aspecto externo de la catedral es el de una fortaleza. La torre tiene varios niveles de arcadas y los contrafuertes están ocultos, dándole un robusto aspecto. Los trabajos en la única nave sin transepto que hay en la catedral se acabaron en 1380, pero las obras continuaron. A finales del siglo XV se añadió el campanario a la única torre hasta alcanzar los 78 metros de altura. Las restauraciones de César Daly en el siglo XIX introdujeron nuevos elementos. El amplio interior con 18 metros de ancho incluye capillas laterales. De puertas adentro, la robustez deja paso al arte con 18.500 metros cuadrados de pinturas renacentistas y el fino trabajo escultórico del coro.
Albi está 85 kilómetros al norte de Toulouse, con la que está conectada por carretera y tren. Hoy es una pequeña ciudad de unos 50.000 habitantes que se pasea cómodamente en una mañana. Merece la pena cruzar el río para ver la vista del Puente Viejo con la catedral al fondo. Dentro de la catedral hay que pagar por ver el tesoro y el coro. El museo Toulouse-Latrec es la mayor colección de este pintor renacentista, oriundo de aquí. Fuera de Albi son típicas las excursiones de trekking en las orillas del Tarn. La cocina de Albi es bastante calórica, como su cocido albigés hecho con salchicha y judías secas.
Fotos: Luis Colás / Pom²
Comentarios recientes