El capricho de Ismail
La historia de Marruecos tiene un punto de inflexión con el advenimiento de la dinastía alauita, particularmente con su segundo miembro: Moulay Ismail. Con tan solo 26 años, heredó en 1672 un reino debilitado por las luchas tribales y guerras por el trono. Cuando murió, 55 años después, Marruecos había conseguido detener el avance otomano por el este, que reconoció la independencia marroquí, y había recuperado territorios y ciudades de potencias europeas, como Larache y Tánger. La fama de Ismail le convirtió en leyenda, tanto por su promiscuidad con un récord de descendencia registrada con 867 vástagos, como por su crueldad. Creó la Guardia Negra, formada por hasta 150.000 subsaharianos, que le proporcionaron toda la defensa posible. De las murallas de su nueva capital decidió colgar 10.000 cabezas de sus enemigos. Esta nueva capital fue Mequinez o Meknes, una sencilla ciudad de provincias muy cerca de la anterior capital, Fez.
Mequinez fue creada en el año 1061 por el almorávide Youssef Ben Tachafine. Lo hizo sobre un campamento de la tribu bereber miknasa, que le da el nombre a la ciudad. Los almorávides construyeron una fortificación que fue derruida y reconstruida por los almohades, la siguiente dinastía de Marruecos. Con ellos se aumentó la ciudad con nuevas mezquitas y fortificaciones. Los benimerines y los wattasida, siguientes dinastías, ampliaron la ciudad y dejaron su huella con madrazas y alcazabas. A la sombra de Fez, Moulay Ismail la convirtió en capital y la ciudad no volvió a ser la misma. Eso a pesar que el nieto de Ismail, Mohammad III, trasladó la capital a Marrakech, haciendo que el periodo de grandeza de Mequinez fuera realmente corto. Acabó así el tiempo de protagonismo de la conocida como Versalles de Marruecos.
Ismail tenía muy buena relación con los franceses, que por entonces estaban regidos por Luis XIV. Tanto era así que Ismail se ofreció en matrimonio para ligar el destino de ambos países, aunque fue rechazado. Su gusto por lo francés se trasladó a su diseño de la ciudad de Mequinez, que conforma una mezcla entre el estilo europeo y magrebí. Ocupó a 25.000 esclavos, que levantaron un recinto amurallado con una altura de quince metros sobre los que hoy se asientan el Palacio Real y la medina. 27 puertas rodean la ciudad, de las cuales nueve son monumentales y una, Bab Al Mansour, atrae las miradas. Tiene unos preciosos mosaicos de inspiración almohade y unas columnas de mármol extraídas de las ruinas romanas de Volubilis. Estas fueron esquilmadas en la construcción de la nueva Mequinez. Bab Al Mansour es el acceso habitual para los turistas y se encuentra frente a la plaza Hedim. Esta plaza rivalizó en su momento con la famosa plaza de Djemaa el Fna de Marrakech. Aunque hoy en día es menos atractiva, también es el centro comercial de la ciudad.
Dentro de las murallas se encuentran todos los monumentos principales a lo largo del laberinto de la medina. Aquí se encuentra la primera mezquita de la ciudad, la almorávide Nejjarine. El ala real destaca especialmente por distintas obras. El palacio Dar El Makhzen fue la residencia real de Ismail y está a su vez protegido por un perímetro de murallas de dos kilómetros. El Mausoleo de Ismail está vetado a los no musulmanes, pero se puede acceder hasta la puerta, atravesando en el camino tranquilos y bellos patios con trabajos muy finos. De las madrazas destaca la de Bou Inania, en la que se pueden visitar también las celdas donde vivían los estudiantes coránicos. Por último, también merece la pena a una de las obras más prácticas de Ismail, la enorme prisión bajo tierra Habs Qara, construida para encerrar a los marineros europeos capturados en alta mar.
Mequinez es hoy en día una ciudad de un millón de habitantes frecuentada por el turismo, pero en mucha menor medida que Fez o Marrakech. Lo habitual es que los turistas y circuitos se detengan el tiempo justo en Mequinez para dar un rápido paseo desde Bab Al Mansour al interior. Es por esto que a primera o última hora la ciudad es muy auténtica y es recomendable hacer noche. Mequinez tiene una de las dos únicas mezquitas visitables para no musulmanes, que desde hace años tienen vetada su entrada en este país. La orientación dentro de la medina, sin llegar a ser la locura de Fez, es complicada, así que conviene fijar puntos de referencia claros. Como en el resto de Marruecos, es conveniente ir en primavera u otoño para evitar el calor excesivo del verano.
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