Venciendo al desierto
La vida en el desierto exige complejas adaptaciones para extraer y almacenar un elemento indispensable, el agua. La fauna y flora que se especializan en estos ecosistemas lo saben perfectamente, pero también las poblaciones humanas que se atreven. Muchas como Yazd parten de un oasis, en este caso entre dos enormes desiertos: Kavir y el tórrido Lut, récord de temperatura en el planeta. Luego desarrollan ingenios como el qanat, sistema de extracción de agua subterránea iraní, el ab anbar o cisterna para almacenar agua, el yakhchal o almacén de hielo y especialmente los captadores de viento. Aunque originales del antiguo Egipto, estos ingenios se asemejan al aire acondicionado moderno, pero sin necesitar electricidad. Recogen el viento con torres en las azoteas, depositan el polvo que este carga y expulsan el aire caliente. Modelos más complejos incluso enfrían ese viento usando el agua subterránea de los qanats. Las estrategias de Yazd le han permitido progresar durante siglos hasta contar con medio millón de habitantes. Incluso durante una época, como tantas ciudades iraníes, fue capital y conoció su mayor gloria arquitectónica.
Yazd está en medio de la llanura iraní, pero entre las montañas encabezadas por el pico Shir Kuh a 4.055 metros. Estar entre montañas es la diferencia para sobrevivir, pues el oasis permitió a los primeros pobladores levantar un primer asentamiento como cruce de caminos. Según la tradición fue en la era aqueménida, pero fue con los persas sasánidas, en nuestra era, cuando Yazd levanta sus primeras murallas. El aislamiento tuvo sus ventajas. Cuando llegó el Islam, por ejemplo, Yazd fue fiel al zoroastrismo persa sin mucha oposición, aunque paulatinamente la religión dominante se impuso. Aun así, el único barrio zoroastriano de Irán sobrevive aquí. También vino bien cuando los mongoles arrasaron Persia, pero Yazd pasó inadvertida pese a que estaba en pleno despegue. Este llegó gracias a los qanats y consecuencias como el aumento de población y primeras grandes estructuras. Económicamente, Yazd despuntó tanto por su rol comercial como por la artesanía de textiles como algodón y seda.
Pese a unas fatales inundaciones que obligaron a la relocalización de varios barrios, el crecimiento se vio refrendado políticamente en el siglo XIV gracias a la dinastía muzafárida. Estos reformaron y embellecieron la ciudad. Especialmente relevante fue la restauración de la mezquita del Viernes, una de las obras arquitectónicas más importantes de ese siglo en Persia gracias a sus espectaculares minaretes, los más altos del país, y sus azulejos azules. Este esplendor cambió radicalmente con la dinastía timúrida. De ser puntualmente capital, Yazd pasó a rebelarse. Las represalias y otras inundaciones fueron desastrosas. Sin embargo, esta era sentó las bases de la Yazd actual, asentada como centro comercial y artesano. Se llenó de bazares y nuevos barrios, con la seda como producto estrella. Desde el siglo XVIII, con el ascenso de la dinastía qajar, Yazd ha vivido un nuevo impulso y crecimiento pese a ciertas revueltas sociales.
La ciudad de los captadores de viento es un homenaje a la adaptabilidad humana, empezando por su material omnipresente, el fresco adobe, y su diseño de calles estrechas para reducir la incidencia solar. El mejor lugar para apreciar los logros de Yazd es el jardín persa Dowlat Abad, del siglo XVIII. Además de la fina decoración en los edificios destaca su captador de viento, el más alto con 34 metros. Socialmente, Yazd se organiza en sesenta distritos que procuraban ser autosuficientes creando sus estructuras de captación y conservación de agua, bazares, caravasares, etc. Tradicionalmente se dividían por profesión o etnia. Un ejemplo religioso son los barrios zoroastrianos, una religión que sobrevive en la tolerante Yazd con unos 30.000 practicantes, casi la totalidad de Irán. Tienen aquí su principal templo de fuego y de su religión es también la Torre del Silencio a las afueras.
Yazd es visita habitual en Irán, especialmente en ruta llegando de Kermán, Shiraz y Esfahán, las tres a unas cuatro o cinco horas. La ciudad se recorre fácilmente a pie, salvo la Torre del Silencio, para la que es mejor tomar un taxi. Si queremos saber más sobre las técnicas del desierto es bueno ir al Museo del Agua de Yazd. La artesanía sigue siendo famosa, especialmente en todo lo que son textiles como alfombras y seda. También destacan en repostería. Además de los clásicos baklavas, de Yazd son tanto el qottab de almendras como los pashmak, algodones de azúcar. Es mejor evitar el verano y una buena fecha es el equinoccio de primavera, cuando se celebra el nowruz o año nuevo persa. Es una popular fiesta zoroastriana celebrada en toda la ciudad. Desde Yazd merece la pena acercarse a la ciudad fantasma de adobe de Kharānaq y hacer alguna actividad por las montañas y/o el desierto.
Fotos: Sebastià Giralt / Dardodel
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