Esperando al Dalai Lama
Existe en Occidente la idea de que el Dalai Lama es la figura central del budismo. Lo cierto es que representa exclusivamente al budismo tibetano, un cuerpo de doctrinas e instituciones propias del Tíbet, algunas regiones anexas en el Himalaya y algún territorio al que se expandió. Desde el siglo VIII, esta corriente defiende el camino de Vajrayāna o budismo tántrico. La situación política del Tíbet incluye el estatus de refugiado del decimocuarto Dalai Lama, una línea de dirigentes que se inició en el siglo XV. Esto ha provocado dos cosas: la primera es que desde 1959 hay en marcha una diáspora tibetana que ha forzado a unos 150.000 habitantes a vivir alejados de su tierra. La segunda ha sido el ascenso de la figura del Dalai Lama en círculos políticos internacionales, mal que le pese a China y su presión internacional. El último Dalai Lama, nacido en una modesta familia en un pequeño pueblo, fue nombrado en 1939 y llevado entonces a Lhassa, donde posteriormente sería nombrado máxima autoridad. En esta mítica ciudad se encuentra la que durante siglos fue residencia de los Dalai Lama: el palacio de Potala.
Lhassa, el lugar de los dioses, es una ciudad a 3.600 metros sobre el nivel del mar que actualmente es la capital administrativa del Tíbet. La fundación de Lhassa sucede en el siglo VII cuando Songtsen Gampo, creador del imperio tibetano, la elige como centro de operaciones. También fue el responsable de traer aquí la religión. Tras un tiempo de declive, Lhassa volvió al estrellato en 1642 con el quinto Dalai Lama. Tres años después se iniciaron las obras del palacio de Potala, tras haber sido elegida su colina como lugar idóneo para levantar la residencia del líder budista. Se hizo sobre unas estructuras previas del siglo VII de las que se conservan vestigios. Acabado en solo tres años, el acondicionamiento del interior llevaría otros 45. Con la edificación de Norbulingka, Potala prosperó como residencia de invierno. La rebelión tibetana de 1959 le supuso diversos daños, como sucedió durante la Revolución Cultural de 1966. Solo la actuación del premier Zhou Enlai le salvó del derribo, aunque no se pudo evitar el expolio de multitud de documentos.
La vista del palacio amurallado es la de una sólida fortaleza a prueba de terremotos sobre una colina. Sus 400×350 metros de extensión se alzan sobre trece pisos en los que se acumulan ventanas, escaleras, rampas, fachadas de colores y tejados planos. El aspecto final de este palacio con mil salas y 10.000 capillas es ecléctico e impresionante. En el centro se alza el laberíntico palacio rojo o Potrang Marpo, que tiene las principales salas, bibliotecas y capillas dedicadas al estudio del budismo. La Gran Sala del Oeste es la principal y conserva frescos que cuentan la vida del quinto Dalai Lama, el fundador de Potala. Está enterrado en la capilla del oeste, bajo una enorme estupa dorada alrededor de otras cuatro. La capilla santa se asienta sobre la gruta en la que se supone que Songtsen Gampo meditó allá por el siglo VII. Los dalais estudiaban en el palacio rojo, pero vivían en el blanco. Aquí estaba también la zona más administrativa.
El palacio de Norbulingka es de donde huyó el Dalai Lama en 1956. Está situado al oeste de Potala, a orillas del río Lhassa, en un lugar donde había un manantial curativo. Es una obra posterior, del siglo XVIII, y una representación casi única de la arquitectura palaciega tibetana. Destaca su enorme huerto-jardín, el más grande de Tíbet, restaurado recientemente tras años de abandono. En las 374 salas del palacio destacan las lámparas italianas y los frescos al estilo indio de Ajanta. Otro edificio fundamental en Lhassa es el templo Jokhang, el más importante para el budismo tibetano. Es mucho más antiguo, pues su fundación es del siglo VII. Entonces se trajo aquí la imagen más reverenciada de las 3.000 que hay, la de Jowo. Ha tenido ampliaciones, la más relevante de 1610. También restauraciones, la más profunda en los años 70. El estilo es una mezcla de budismo tibetano, chino, vihara indio y nepalí.
El Tíbet es una región china que exige un permiso especial y hacer el viaje con un guía oficial. Lhassa, hoy con más de 200.000 habitantes, tiene un aeropuerto a sesenta kilómetros. El centro de la ciudad está en la plaza Barkhor, que da al templo de Jokhang y a la calle de artesanos Barkhor, donde lo típico son las alfombras. A falta de Dalai Lama, hoy el palacio de Potala alberga un museo. El estrés del turismo ha obligado a poner cupos diarios de visitantes, por lo que es buena idea adquirir la entrada el día anterior. Es también importante tener en cuenta el mal de altura, dada la cantidad de escaleras que hay. En verano llueve mucho y en invierno hace mucho frío, por lo que lo ideal es venir aquí en primavera u otoño. En verano y otoño es cuando el jardín de Norbulingka luce más con festividades, danza y música, incluido el festival de Sho Dun.
Fotos: Coolmanjackey / Bgabel
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