Antes del turismo
Para los griegos, las islas Baleares no eran solo un archipiélago, sino dos: las Gimnesias formadas por Mallorca y Menorca y las Pitiusas por Ibiza y Formentera. El segundo nombre hace referencia a la gran cantidad de pinos que atesoraban. Sin embargo, la planta más relevante de las Pitiusas está en el mar. Hablamos de la posidonia oceánica, una planta submarina que comparte características con las terrestres, pues tiene raíces y hojas, florece y da frutos. Estas praderas submarinas abundaban antes de que la polución del Mediterráneo subiera. En este sentido, la isla norte de las Pitiusas, Ibiza, presenta las contradicciones de nuestra era. Su litoral contiene saludables extensiones de posidonia, pero la isla es desde hace años un símbolo del turismo más excesivo. Pese a que en las islas viven solo unas 150.000 personas, la visitan al año tres millones de personas. Conciliar este desbordante turismo con la protección de los hábitats de la posidonia es fundamental para una isla que atesora una historia de ocupación sostenible.
Ibiza es una isla de tamaño medio, unos 572 kilómetros cuadrados más cerca de la península ibérica que de Mallorca. Todo su litoral está plagado de pequeños islotes, incluido el estrecho entre Ibiza y Formentera, uno de los puntos de biodiversidad más relevantes. En esta zona se encuentran el Parque Natural de Ses Salines, un humedal compartido entre ambas islas utilizado por más de 170 aves migratorias, y la Reserva Marina de Freus. Cuando nos sumergimos entramos en el reino submarino de la posidonia. Esta planta endémica del Mediterráneo es un indicador de limpieza del agua y en condiciones óptimas genera barreras de coral que protegen la costa. Alrededor de Formentera, este coral es el más grande de su clase con cuatro metros de altura. Hay importantes especies como la cladocora. Además, como es de esperar, praderas y coral atraen a multitud de especies marinas que encuentran aquí su pasto y refugio en las numerosas cuevas.
Según la arqueología, Ibiza fue ocupada por primera vez hace unos cuatro milenios, pero su relevancia aumentó cuando los fenicios abrieron un puerto de paso en la costa sur de la isla, Sa Caleta, en el siglo VII a.C. Cayó luego bajo la órbita de Cartago, cuando la isla explotó produciendo tinte, sal, garum y lana. Ibiza se mantuvo fiel a Cartago e incluso tras las guerras púnicas conservó cierta autonomía que los romanos fueron limando. Luego fue bizantina hasta el siglo IX, cuando musulmanes bereberes conquistaron la isla incorporándola a la taifa de Denia. Fue conquistada puntualmente en las Cruzadas y definitivamente por el aragonés Jaime I. Otros musulmanes, piratas berberiscos azuzados por el imperio otomano, fueron una constante preocupación que marcó la arquitectura de isla y capital. Se aprecia especialmente en el barrio Dalt Vila de la capital, cuyo recinto fortificado en el XVI se convirtió en una de las principales influencias de la arquitectura militar en las colonias españolas de América.
La ciudad fenicia de Sa Caleta se descubrió en los años 80 sobre una pequeña península, en un promontorio al lado de una cala. Los restos muestran una ciudad de urbanismo un tanto caótico, pero bien repartido entre los colonos. Sa Caleta se quedó pequeña y la población se trasladó a la actual Ibiza, en Dalt Vila. Aunque se han encontrado restos fenicios, lo más relevante aquí es la necrópolis de Puig des Molins, la principal de las muchas que hay en la isla. Son cientos de cuevas colectivas cubiertas con losas en las que se encontraron sarcófagos que forman un enorme hipogeo en una loma. No eran tumbas con muchos lujos y lo que más abundan son figuras de barro cocido antropomórficas de distintos estilos mediterráneos, según la época. En cuanto a la ciudadela del XVI, su recinto heptagonal irregular tiene un baluarte en cada vértice. Cuatro puertas la atraviesan, destacando Ses Taules, y en el interior se alza la catedral del XIV.
Ibiza es fácilmente accesible en vuelo o en crucero, pero lo primero a tener en cuenta es que más allá de la fiesta, la playa y el recuerdo de la era hippy, quizá lo más aconsejable sea evitar el verano. Entonces los precios son desorbitados y reservar coche exige mucha antelación. La capital tiene muchos hoteles y durante el día mucha gente se acerca a Dalt Vila. En la ciudadela hay varios museos arqueológicos y cerca está el de Puig des Molins. Hay varias salas con artefactos hasta que finalmente se baja al hipogeo. Sa Caleta está a medio kilómetro de la popular playa homónima. El sitio arqueológico no está muy explotado y lo mejor son las vistas. En cuanto a la parte natural, lo ideal es alquilar un barco para cruzar tranquilamente de Ibiza a Formentera. Si además queremos bucear tendremos que pedir un permiso anticipadamente.
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