Reto alpino para el ferrocarril
Con el ferrocarril, las distancias entre ciudades se acortaron extraordinariamente haciendo progresar a industria y sociedad. Lógicamente, el ferrocarril empezó por lo más sencillo: ciudades y llanuras. Cuando había que afrontar una zona montañosa se daban rodeos o se utilizaban valles. Con el paso de las décadas, los ingenieros empezaron a atreverse con retos mayores. Fue el caso del imperio Austríaco, que gracias a la Compañía Real Estatal había sido desde comienzos del XIX una de las pioneras en el campo. Por entonces, la hoy italiana Trieste era su puerto mediterráneo más relevante y se quiso conectar con Graz y Viena. El gobierno eligió la vía más directa, pese a que implicaba construir el considerado primer ferrocarril de montaña de la historia. En 1848, entre Graz y Viena solo restaban los 41 kilómetros del paso de montaña de Semmering. En solo seis años se cubrieron para abrir la Línea de Semmering, un prodigio de la ingeniería del siglo XIX.
La historia del transporte ferroviario en Austria viene de muy atrás. Se considera al Reisszug, un funicular de Salzburgo de finales del siglo XV, el primer transporte sobre raíles de la historia. El imperio austríaco se tomó en serio el despliegue del ferrocarril y en la primera mitad del siglo XIX casi había concluido las principales conexiones al norte de Viena. Para afrontar el sur se creó una compañía expresa que en 1842 concluyó la línea entre Viena y Gloggnitz, a las puertas del paso de Semmering. Dos años después se llegó a la entrada por el sur, Mürzzuschlag, unida con Graz. Mientras, se iban cubriendo distintos tramos hasta Trieste. Es entonces cuando entra en escena el ingeniero Carl Ritter von Ghega. Nacido en Venecia, donde trabajó como ingeniero hidráulico, en 1836 empezó a trabajar en el ferrocarril del norte. Viajó por Reino Unido y EEUU preparándose para el tramo sur de Viena. En 1844 presentó los primeros planos del paso de Semmering tras estudiar la zona con innovadores dispositivos.
El paso de Semmering era utilizado desde la Edad Media. Se consideraba una ruta segura entre Centroeuropa y Venecia. Cuando la ruta palidecía, en el siglo XVIII se recuperó gracias a la necesidad de unir el imperio Austríaco con Trieste. Semmering aumentó exponencialmente su tráfico, atrayendo también a artistas por sus paisajes. No sin oposición, las obras comenzaron con un diseño de trabajo muy eficiente: se dividieron los 41 kilómetros propuestos en catorce tramos adjudicados a distintas empresas que llegaron a sumar 20.000 trabajadores. A los dos años se inició el concurso público para las locomotoras. Se necesitaban modelos completamente nuevos por los elevados y constantes gradientes y los cerrados giros. Ganó la locomotora Engerth gracias a la innovación de unir el ténder, vagón que lleva agua y combustible, a la locomotora. Finalmente, en 1854 las obras acabaron en plazos y las locomotoras empezaron a cubrir el trayecto en poco más de dos horas. Tras reforzar secciones con hormigón e introducir la electricidad en 1959, hoy el tramo de Semmering se sigue usando, aunque un largo túnel evitará el tramo.
Desde el norte, la línea empieza en Gloggnitz a una altitud de 436 metros y afronta el valle de Schwarza, una zona con ligeros desniveles en la que la vía está muy reforzada. Tras cruzar el viaducto de Schwarza, el más largo con 276 metros, cambia de lado, rodea el monte Eichberg y entra en el valle Auerbach. Tras atravesar el túnel Klamm, entra en el pueblo de Adlitzgraben y la zona más alpina. Viaductos como Kalte Rinne, de dos pisos y 46 metros de altura, y túneles se suceden hasta alcanzar los 895 metros de altitud. Este tramo de curvas y pendientes finaliza en la propia estación Semmering, tras la cual llega el túnel homónimo, de casi kilómetro y medio. De aquí al final se atraviesa en valle de Roschnitz hasta llegar a Mürzzuschlag. En total atravesamos catorce túneles que suman más de cuatro kilómetros y dieciséis viaductos de similar longitud, además de puentes de hierro y piedra. Sobreviven los 57 edificios de servicio, pero no las estaciones originales, muy renovadas.
Desde el comienzo, Semmering no solo tuvo utilidad funcional, sino que abrió las puertas al turismo: aún perviven hoteles históricos. Hoy, el turismo de esquí en Semmering es muy frecuentado por el tren y la cercanía a Viena. Recorrer la línea en tren es obviamente la manera más auténtica de conocerla. El trayecto dura alrededor de una hora, dependiendo de las paradas, y en verano hay un tren clásico. Yendo hacia el sur es mejor sentarse en el lado izquierdo, aunque si queremos de verdad disfrutar las vistas lo mejor es recorrer a pie el sendero que va de Semmering a Gloggnitz. Son 23 kilómetros cuesta abajo, pero podemos acortarlo montando de nuevo en las estaciones intermedias. Tanto en Semmering como en Mürzzuschlag hay museos con la historia del lugar.
Fotos: Miroslav Volek / Häferl
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