La bella locura de Qin
En 1974, tres campesinos de una región en el centro de China estaban excavando un pozo en la falda de la montaña Li. Buscaban suministro de agua fresca cuando encontraron una figura humana de tamaño natural esculpida en terracota. Así comienza la historia de uno de los descubrimientos arqueológicos más increíbles del siglo XX, sino el que más: el ejército de terracota del primer emperador Qing. El hallazgo se relacionó rápidamente con una de las historias relatada por Sima Qian hace dos mil años. En ella, el gran historiador antiguo hablaba de la construcción de un enorme mausoleo que ocupó durante años a 700.000 personas hasta crear un microcosmos de la capital de la dinastía Qing: Xianyang. Como en otras ocasiones, la realidad dio la razón a Sima Qian. En 1976 arrancaron las excavaciones arqueológicas, que hasta hoy no han descubierto más que una minúscula parte de lo que el ambicioso Qin Shi Huang proyectó bajo tierra.
Históricamente, estamos hablando de un momento crucial en la historia de China. Qin Shi Huang batalló con otros seis estados chinos hasta lograr la unificación del país en el año 221 a.C. No era tarea fácil dominar un solo territorio con veinte millones de habitantes, por lo que el primer emperador Qin estableció un férreo y centralizado gobierno con un potente soporte económico y militar. Qin, que dio nombre al país actual, unificó medidas, moneda y la escritura china. Minimizó el rol de la aristocracia y los terratenientes e intentó eliminar todo rastro de los estados derrotados en una de las quemas de libros más infames de la historia de la humanidad. Su autocracia fue reemplazada por un débil gobierno en el año 210 a.C. Su hijo, dominado por consejeros enfrentados entre sí, fue asesinado y el caos se apoderó de la capital. Un teniente Chu acabó fácilmente con la dinastía de Qin en el 206 a.C., dando paso a la dinastía Han. Esta fijó la capital en Chang’an, en la otra orilla del río Wei donde se situaba Xianyang. La antigua capital de Qin fue arrasada por otra facción rebelde.
Qin Shi Huang, que ya había diseñado un tramo de la Gran Muralla China, realizó la obra de su vida unos kilómetros al norte de la capital: su desproporcionado mausoleo. Comenzado en el 246 a.C., aceleró su construcción con cada victoria hasta acabar la tumba central en el año 208 a.C. Los artesanos que trabajaron en ella fueron encerrados vivos dentro de la misma, para que no pudieran revelar sus secretos. Aún hoy, esta sección no ha sido excavada por miedo a dañarla y se está estudiando cómo acometer el estudio. Ni siquiera se sabe si Xiang Yu, atacante de la capital, saqueó la tumba, y se especula con que un pastor quemó involuntariamente el palacio bajo tierra. Todo el mausoleo está encerrado por dos murallas concéntricas que en su lado más largo tienen 6,3 kilómetros de circunferencia. En su interior hay unos 200 fosos de los que se han trabajado solo cuatro. Solo con eso se puede uno dar cuenta del tamaño de la obra.
Además de carruajes en bronce a mitad de tamaño natural y fosos con figuras de políticos, acróbatas o músicos, lo que más despierta la atención del mausoleo es el ejército de terracota, situado a kilómetro y medio de la tumba. Sus cifras apabullan: 8.000 guerreros, 130 carruajes, más de 600 caballos. Todo a tamaño natural y cada pieza distinta de las demás. Cada miembro de cada figura era trabajado en talleres distintos y compuesto luego en el terreno, en una especie de cadena de montaje primitiva. Los rostros tienen ocho modelos básicos sobre los que se realizaban variaciones gestuales. Desgraciadamente, la pintura que se les añadía ha sido dañada en las exploraciones y las armas, reales, fueron en gran número saqueadas. Finalmente, cada figura era depositada en su sitio exacto, todos en formación. Con todo lo que queda por sacar a la luz no es difícil imaginar que la intención de Qin Shi Huang fue simplemente replicar para su otra vida exactamente lo mismo que tuvo durante su mandato.
La antigua Chang’an de los Han se convirtió con el paso de los siglos en la actual Xi’an, una enorme urbe de ocho millones de habitantes. Esta ciudad, que muchas veces da nombre al ejército de terracota aunque fuera la ciudad de sus enemigos, se encuentra en el centro de China. Es necesario el avión para llegar a ella cómodamente. Desde allí, muchos autobuses llevan al yacimiento arqueológico, que como es lógico sigue en curso. Para los dos millones de visitantes anuales se ha abierto allí mismo un museo junto a los fosos visitables, entre los que destaca el número 1. También se puede visitar el montículo de la tumba, pero de momento no hay mucho que ver salvo el trabajo que se realiza en los alrededores. Si no se puede viajar a China, una muestra con artefactos del lugar y veinte figuras del ejército llevan viajando por todo el mundo desde que visitaron el Fórum de Barcelona en 2004.
Foto: Patrick Denker / Julie Laurent
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