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Monasterio de los Jerónimos y Torre de Belém (Lisboa)

Monasterio de los Jerónimos y Torre de Belém (Lisboa)

Lisboa (Portugal)

Era de descubrimientos y arte


A la hora de discutir cuál fue el primer imperio global solo existen dos contendientes: Portugal y España. No es coincidencia que ambos miren al Atlántico, el océano que les permitió iniciar la denominada era de los descubrimientos que formaron parte del salto de la Edad Media a la Moderna. Menos dudas tiene el título del imperio más longevo, pues se considera el fin del portugués en 1999 tras la entrega a China de Macao, cerrando así casi seis siglos desde su conquista de Ceuta. Tras un siglo XV de exploración, la llegada en 1498 de Vasco da Gama a India, objetivo original de Cristóbal Colón, marcó el punto de inflexión que inició la era dorada. Por entonces ya había ascendido al trono Manuel I, auténtico referente de esta etapa imperial. Lleva su nombre el estilo arquitectónico de esta época, encuadrado dentro del gótico tardío. El estilo manuelino tiene dos monumentos de referencia en el barrio lisboeta de Belém, uno civil y otro religioso: la torre de Belém y el monasterio de los Jerónimos.

Monasterio de los Jerónimos en Lisboa

Situada en el estuario del río más largo de la península ibérica, el Tajo, Lisboa es uno de los asentamientos más antiguos de esta zona del mundo, con restos fenicios y celtas. Conocida como Olissipo en tiempos romanos, fue tomada en el 711 por los musulmanes, que marcaron el estilo de barrios como Alfama. Tras ser conquistada por los cristianos, en 1255 se convirtió en capital por su situación céntrica. Como tal, fue puerto de referencia en la era de los descubrimientos. De aquí salieron Enrique el Navegante, impulsor desde la realeza, Bartolomeu Dias, primero en remontar el cabo Buena Esperanza, Pedro Álvares Cabral, descubridor de Brasil, o Vasco da Gama. Los cuatro aparecen entre los 33 representados en el Monumento a los Descubridores erigido en el siglo XX para rememorar esta era que impulsó la economía portuguesa. También se encuentra en Belém, barrio lisboeta que pasó de ser un modesto puerto de pescadores a referencia desde que Enrique el Navegante construyera una primera iglesia.

Fue el germen del monasterio de los Jerónimos, orden a la que se transfirió poco después. Su simbolismo con esta era es plena. Aquí rezaban los navegantes antes de embarcar y se enterraron multitud de reyes tras mudar el panteón real desde Batalha. Arquitectónicamente es la cúspide del estilo manuelino, que parte del gótico, pero añade una profusión decorativa con elementos platerescos, italianos y flamencos. Esta ambiciosa obra, posible gracias a los impuestos sobre el comercio y dirigida por los arquitectos Diogo de Boitaca y Juan de Castilho, se inició en 1501 prolongándose un siglo. Tras siglos rezando por reyes y navegantes, los jerónimos fueron expulsados en el siglo XIX dando paso a un periodo más perjudicial que el terremoto de Lisboa, que apenas lo dañó. Tras prolongadas restauraciones, hoy el complejo luce como antes. En el exterior destaca la ornamentadísima puerta sur, de 32 metros de altura, y la puerta oeste, obra de Nicolau Chanterene considerada fundacional del estilo. En el interior deslumbran la amplísima bóveda del crucero y el fantástico claustro, repleto de motivos náuticos.

Torre de Belem de Lisboa

Frente al monasterio, hoy conectada a tierra, se encuentra la torre de Belém. Concebida como parte del sistema defensivo de Lisboa por el antecesor de Manuel, la torre se convirtió más en una entrada ceremonial a la capital y símbolo de la era de los navegantes. Se utilizó un islote de roca basáltica como base, piedra tipo lioz sobrante del monasterio y el diseño de Francisco de Arruda. Iniciada en 1516, la torre llevó apenas tres años, cuando se bautizó como castillo de San Vicente. Con añadidos posteriores y usada como prisión y oficina aduanera, en el siglo XIX el movimiento romántico empezó a recuperar su imagen, pero fue en el XX cuando se restauró con su actual aspecto. La torre está dividida en dos partes: el bastión y la torre de cuatro pisos. Su estilo es manuelino tardío, cuando ya viraba hacia el renacentista. El gótico sigue presente en su bóveda y abundan los motivos náuticos.

El barrio de Belém es visita obligada en todo viaje a Lisboa. Nos ocupará una mañana o, mejor aún, una tarde incluida la puesta de sol. Se llega fácilmente en tren, tranvía, autobús o barco. El camino entre ambos monumentos no es precisamente cómodo, con una autopista entre medias. Aunque se pueden comprar entradas individuales, merece la pena la entrada conjunta. Incluye el Museo Arqueológico, dentro del monasterio, que es el sitio donde encontraremos menos cola para adquirir la entrada. Si vamos en verano será buena idea evitar las horas de los numerosos cruceros. Evitaremos en parte las cuantiosas colas en la Antiga Confeitaria de Belém, mundialmente famosa por sus pequeños pasteles individuales de hojaldre y crema, cuya receta fue supuestamente ideada por monjes jerónimos, que tras la desamortización los empezaron a vender aquí.

Fotos: LBM1948 / Luis Ascenso

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