La fortaleza de las mareas
A un kilómetro de la costa del noroeste de Francia, en apenas cien hectáreas y contando con solo cincuenta habitantes, el Monte Saint Michel es una de las vistas más icónicas de todo el país. Situado en la conflictiva frontera histórica entre Normandía y Bretaña, el peñón ha servido de fortaleza, prisión y también centro de peregrinación gracias a su impresionante monasterio benedictino. Fue mucha cosas y, si uno se fija, hasta puede representar un símbolo de la sociedad medieval: en lo más alto el templo religioso, luego las estancias de la nobleza, por debajo las tiendas y los almacenes y fuera de sus murallas los pescadores y granjeros. A su alrededor, agua o arena. Depende de la hora: el Monte Saint Michel está íntimamente relacionado con el fenómeno de las mareas, que aquí alcanzan sus mayores extremos en toda Europa.
Hace mucho tiempo, lo que hoy es la bahía de Saint Michel era tierra firme. Con el deshielo, el agua empezó a erosionar el terreno, pero no pudo con dos macizos graníticos que permanecieron en su lugar original, ya como islas: Tombelaine y Saint Michel. La bahía recibe agua de tres ríos, siendo el Couesnon el principal y el que desemboca frente a Saint Michel. Las mareas de la bahía son terribles. Lo más normal es que el nivel varíe unos diez metros, que pueden llegar a ser 16 cuando se producen las supermareas y el agua hace variar la costa diez kilómetros. El proceso es además muy rápido, llegando en la entrada de la bahía a los seis kilómetros por hora; es decir, el ritmo de una persona andando. Este agua de mar penetra en los ríos en un fenómeno conocido como macareo. Además, produce un rico ecosistema en la arena de la bahía, justo donde abundan las focas y las aves. Desde el siglo VIII se han utilizado diques para ganar terreno al mar con técnicas muy similares a las de los vecinos holandeses. En algunos de esos terrenos de marismas salinas siguen pastando rebaños de ovejas.
La isla fue utilizada por primera vez como fuerte por los galo-romanos en el siglo VI. Los francos conquistaron la zona, que no obstante desarrolló una cultura propia del Canal de la Mancha. Entonces se denominaba a la isla Mons Tumba. Su nombre cambió cuando al obispo de Avranches declamó que se le había aparecido el arcángel San Miguel y le pidió levantar un templo en su honor. La isla perteneció primero a bretones y luego a los normandos, que marcaron el estilo arquitectónico de la isla. También la utilizaron defensivamente, como hicieron los franceses frente a los ingleses cuando la isla ya era suya. Los segundos la reclamaron en la Guerra de los Cien Años en los siglos XIV-XV. A su inexpugnabilidad se fue sumando la fe en torno a su monasterio, que empezó a recibir peregrinos. La Reforma dañó este peregrinaje: al llegar la Revolución Francesa apenas quedaban un grupo de monjes. El monasterio se convirtió en prisión durante unas décadas, antes de que intelectuales franceses reclamaran su protección. Para paliar el efecto de las mareas se ha aumentado el limo del río, lo que ha dañado el sistema natural. Ahora se ha construido una nueva calzada para que Saint Michel vuelva a ser una isla.
Hay 61 edificios protegidos, lo que viene a ser todo el pueblo incluyendo sus murallas, muy marcadas por la renovación de Carlos VI en el siglo XV. La estructura más antigua que permanece es Nuestra Dama Bajo Tierra, una capilla del siglo X descubierta en unas renovaciones. Guillermo de Volpiano levantó sobre ella el templo románico del siglo XI. Colocó la cruz en el punto más alto, lo que obligó a compensar el peso construyendo distintas capillas y criptas sobre las que la iglesia se apoyó. Aún así, en el siglo XII hubo varios derrumbes y reconstrucciones. Peor aún fue el asedio e incendio provocado por los bretones en el siglo XIII. Este obligó a una reconstrucción ya en gótico. Se aprovechó para construir la Marvelle: los edificios monásticos alrededor de la iglesia que incluyen el claustro y el refectorio.
Saint Michel es uno de los lugares más visitados de Francia con tres millones de turistas al año. Muchos llegan desde Rennes en coche, pero ahora hay que dejar el vehículo fuera de la isla. Desde el aparcamiento podemos caminar o tomar uno de los shuttle que hay. Hay que tener mucho cuidado con aventurarse fuera de la calzada, porque las mareas han sorprendido a más de uno. La especialidad de la zona es el cordero de marismas salinas, con un sabor muy particular. De vuelta a la costa podemos ir a Avranches, donde hay un fantástico museo con multitud de manuscritos de cuando Saint Michel era un centro de traducción. Si estamos en Reino Unido, concretamente en Cornualles, hay una réplica de Saint Michel. Cuando los normandos controlaban ambos lados del canal construyeron en un islote de allí el St Michael’s Mount. Es menos espectacular, pero destacable.
Fotos: José Carlos Babo / Semnoz
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Muy bonito lugar, San Michael.