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Necrópolis de Bet She’arim – Sitio histórico de la renovación judía

Necrópolis de Bet She’arim – Sitio histórico de la renovación judía

Haifa (Israel)

El descanso del rabino


El judaísmo nació a partir de una serie de elementos sincréticos de varias religiones mesopotámicas y se estableció como religión monoteísta en algún momento entre los siglos VI y IV a.C., posiblemente en oposición al zoroastrismo. Este monoteísmo fue confrontado por los romanos, que en su expansión territorial iban incorporando dioses de otras religiones politeístas sin mayores problemas. Los judíos no estaban dispuestos a tolerar los dioses invasores y fueron duramente castigados en el 70 con la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén. Las décadas siguientes vieron rebeliones como la de Masada o Bar-Kokhba hasta que se les forzó a su enésima diáspora en el 135. Descentralizados, los judíos perseveraron. La religión se dividió en varias ramas, siendo hasta hoy la preponderante la rabínica. Uno de los más eminentes rabinos fue Yehudah Hanasí o Judá el Príncipe. Escribió la Mishná, texto que compiló la tradición oral judía. Judá vivió en Beit She’arim, que se convirtió en una especie de Jerusalén en el exilio. Al morir en el año 217, Judá fue enterrado en su necrópolis. Así se convirtió en uno de los puntos clave de la renovada religión judía.

Interior de una tumba de Beit She’arim con una menorá

Beit She’arim, la casa de dos puertas, fue un asentamiento de la Edad de Hierro refundado como ciudad en el siglo I a.C. Hasta los tiempos de Judá, la ciudad no pasó de ser una pequeña villa. Este rabino trajo aquí el Sanedrín, tradicional tribunal religioso judío, que llevaba años dando tumbos tras la expulsión de Jerusalén. Es entonces, siglo II, cuando Beit She’arim inicia su historia como núcleo de enseñanzas judías. A pesar de que Judá vivió sus últimos años en Séforis, fue su deseo ser enterrado en Beit She’arim. Con ello, muchos judíos quisieron desde entonces ser enterrados aquí. La ciudad mantuvo relevancia hasta el siglo IV, cuando unas revueltas y un terremoto la dañaron. Continuó siendo habitada en tiempos bizantinos y también musulmanes, cuando fue un centro de artesanía de cristal. Los musulmanes, de hecho, también utilizaron la necrópolis. Paulatinamente, Beit She’arim fue perdiendo población hasta no ser más que una villa, como en sus orígenes.

Aún en manos otomanas, a finales del XIX el francés Victor Guérin la descubrió y hubo un par de excavaciones que anunciaron la relevancia que tendría. Sin embargo, hubo que esperar a que el Jewish National Fund comprara las tierras en los años 20. Contrataron al sionista Alexander Zaïd para gestionar el territorio y este, por accidente, encontró en 1936 una brecha que destapó la necrópolis. Entraron en escena los arqueólogos Benjamin Mazar y Nahman Avigad, que durante años trabajaron aquí. Nada más empezar, Mazar encontró una catacumba destinada a judíos del actual Yemen, dejando clara la relevancia de la necrópolis. Cuanto más fueron descubriendo, más se convencieron del alcance de esta necrópolis plagada de referencias internacionales: romanos, fenicios, griegos, etc. En los 60, las principales catacumbas habían sido trabajadas y la zona fue declarada Parque Nacional. En los últimos años, Adi Erlich ha dirigido las excavaciones para destapar restos de la antigua ciudad. Ha descubierto, por ejemplo, una sinagoga y la que pudo ser casa de Judá.

Sarcófagos en un pasillo de Beit She’arim

Beit She’arim se localiza unos kilómetros tierra adentro, en el valle Jezreel, sobre una colina de suave caliza. La mayor parte de la necrópolis comprende los dos siglos de cénit de la ciudad. A pesar de ser un periodo corto, la diversidad de origen de las tumbas genera un profundo eclecticismo. Beit She’arim es inmensa y consta de más de treinta catacumbas que mezclan salas comunales y familiares. Los nichos son muy variados, así como los sarcófagos, que pueden ser de madera, metal, piedra o mármol. Hay también osarios, por lo que algunos nichos pudieron ser reutilizados. Por todos sitios hay grabados, relieves y frescos. Representan desde símbolos clásicos como la menorá, candelabro judío, hasta figuras de mitos helenísticos. Todo indica que el rabino Judá está en la catacumba 14. Cerca de ella está la 20, la más nutrida gracias a sus 130 sarcófagos.

La necrópolis está a unos veinte kilómetros de Haifa y Nazaret, en un cruce de carreteras a la altura de Kiryat Tivon. Hasta aquí se puede llegar en autobús y andar dos kilómetros, o bien ir en coche hasta el aparcamiento. Las visitas son libres, pero es aconsejable unirse a un grupo guiado. Hay también algunas catacumbas pequeñas que requieren reserva previa. Merece la pena empezar por el centro de visitantes para entender la disposición y simbología. Hay una cueva, la 28, reconvertida en museo. El sitio está dividido en varias partes y entre ellas hay que andar un rato, pero a través de un agradable bosque con buenas vistas al valle. Se puede enlazar la visita a Beit She’arim con la del Monte Carmelo.

Fotos: Alex Brey / Omerma

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