Tesoro rosado
El Siq es un lugar paradójico. Este desfiladero creado por una falla es una belleza natural y humana. La luz apenas entra en su reducida anchura por los más de cien metros de verticales paredes rosadas. En un lado es visible una antigua canalización y en sus 1.200 metros de longitud hay esculturas nabateas que demuestran su sacralidad. Sin embargo, el visitante está más pendiente de la próxima esquina porque sabe que está cerca de la imagen más icónica de Petra, mito la arqueología mundial. Finalmente, tras una curva a la derecha asoma entre las paredes el Tesoro o Al-Khazneh, monumento por excelencia de una ciudad que los cuenta por decenas. Inmortalizado por la cultura popular, especialmente Indiana Jones, el supuesto mausoleo de Aretas IV está excavado en la roca, como buena parte de Petra. Junto a sus edificios formaron esta fantástica ciudad oasis en la que los nabateos, expertos en crear civilizaciones de la nada, fijaron su capital.
De origen arábigo, los nabateos fueron nómadas hasta que se asentaron en el noroeste de su península en el siglo IV a.C. A medio camino entre el mar Muerto y el golfo de Aqaba encontraron en Petra, que ellos llamaron Raqmu, el sitio ideal para comerciar. Desde aquí controlaban las caravanas que iban de la península arábiga hacia el Mediterráneo. Hay restos arqueológicos desde el 7000 a.C., así que los nabateos no descubrieron las bonanzas de este angosto lugar, pero sí le dieron el estatus de gran ciudad. En torno al siglo I a.C. contaba con 20.000 personas cuando chocaron con los romanos, tema resuelto con un acuerdo que impulsó aún más la economía nabatea. Fue el preludio de la incorporación definitiva al Imperio, acontecida en el 106. Petra entró en competencia con ciudades como Palmira y Gerasa, pero su declive empezó tras un terremoto en el 363 que dañó los trabajos hidráulicos que garantizaban su agua.
Aunque los bizantinos la mantuvieron viva e incluso los cruzados construyeron un fuerte, el recuerdo de Petra se perdió. En 1812, antes de descubrir Abu Simbel, el explorador suizo Johann Ludwig Burckhardt llegó hasta Petra haciéndose pasar por árabe. No tuvo la posibilidad de investigarla profundamente, trabajo que se acometió después y ha tenido continuidad con descubrimientos recientes de nuevas estructuras o los papiros de Petra. Llamada ciudad rosada por el color de la roca que la protege, se divide en varias zonas. El Siq desemboca en el Tesoro, una parte menos angosta, pero aún encajada entre paredes. Hacia el norte, el panorama se abre mientras dejamos el teatro a la izquierda. De origen nabateo, pero claro diseño romano, fue parcialmente excavado. Su localización no es aleatoria, pues desde este se admiran las principales tumbas reales nabateas excavadas en la pared: Urna, Palacio y Corintia. Construidas en el siglo I en estilo helenístico y mesopotámico, comparten con el Tesoro muchas características, aunque su mayor exposición las ha erosionado más.
Dejando atrás las tumbas reales entramos en la parte más amplia, vertebrada por una recta calle columnada. Aquí abundan los edificios totalmente construidos como el Gran Templo, que a pesar de su nombre no es seguro que lo fuera. El que seguro lo fue es Qasr al-Bint, templo cuadrado que sorprendentemente ha resistido los terremotos de Petra. En esta zona se encuentra también el jardín con estanque que demuestra las habilidades hidráulicas de los nabateos. Pasada la calle columnada hay que subir un sendero con decenas de escalones hasta llegar a otro de los iconos de Petra, el Monasterio o el-Deir. Más ancho que alto, es otra tumba excavada que posiblemente fue reutilizada como iglesia en tiempos bizantinos, de ahí su sobrenombre. Igual que el Tesoro y resto de tumbas, el interior con varios nichos es muy austero.
Petra es razón suficiente para viajar a Jordania, aunque también llega bastante turismo de día desde Israel o cruceros que amarran en Aqaba. Es mejor hacer noche a sus puertas, en Wadi Musa, lo que nos permitirá entrar pronto y disfrutar de Petra semivacía. El recorrido base va desde el Siq hasta el Monasterio y vuelta. Podemos hacerlo en burro o caballo, pero salvo la subida al Monasterio todo es plano. Si estamos en forma es sencillo, aunque el calor apriete. En el camino veremos muchos puestos de beduinos, antiguos habitantes entre las ruinas, ofreciendo bebida y comida. Otra opción para llegar al Monasterio es dar un rodeo en taxi para ahorrarnos la subida. Pasar un segundo día en Petra apenas cuesta dinero y es buena idea para hacer otras rutas como el Altar del Sacrificio, con bellas vistas a Petra, la tumba de Aarón o la Pequeña Petra, ciudad nabatea dependiente de la capital. En Petra también se ofrecen visitas nocturnas con la ciudad iluminada por multitud de velas.
Fotos: Giuseppe Milo / speedygroundhog
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