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Pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco

Pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco

Baja California Sur (México)

Pinturas gigantes


Una de las principales novelas de caballerías del siglo XVI, Las sergas de Esplandián, contiene la primera referencia a la isla de California. Así se denominó lo que geográficamente en realidad es una península, pero que por errores cartográficos se mantuvo como isla más tiempo del lógico. Según el autor, Garci Rodríguez de Montalvo, California estaba regida por mujeres negras amazonas y vivían plagadas de oro. La realidad no ha sido tan amable para la ocupación humana. En los 1.250 kilómetros de longitud de la península se suceden varios desiertos que dificultaron el progreso de los pueblos locales. El más extendido de todos fueron los cochimíes, aunque ni siquiera dieron el salto a la agricultura. En los años 40 del siglo XX se relacionó a los cochimíes modernos con el complejo cultural Comondú, definido principalmente por distintos artefactos encontrados. Otra posible característica de este complejo son las numerosas pinturas rupestres fantásticamente conservadas en la sierra de San Francisco. Con algunas dataciones de milenios, los principales murales destacan por el tamaño de sus motivos.

Cueva La Pintada en la Sierra de San Francisco

No está nada claro que los cochimíes fueran los responsables de las pinturas, pero la coincidencia espaciotemporal sí lo indica. Este grupo étnico, diluido tras la colonización tardía de la región, nunca asumió la autoría. Así se lo contaron a los distintos jesuitas que descubrieron la región, inserta en la Reserva de la Biosfera de El Vizcaíno. El misionero José Mariano Rotea fue, a mediados del XVIII, el principal investigador de esta cultura y su manifestación de Grandes Murales. Junto a otro jesuita, Miguel del Barco, estudió las pinturas con originales conclusiones. El gran tamaño de las figuras representadas y el descarte de los cochimíes les hizo pensar en una raza de gigantes que habrían poblado Baja California tiempo atrás. La expulsión de los jesuitas llevó al exilio a los misioneros, que coincidieron en Bolonia con Francisco Javier Clavijero, otro jesuita que estaba trabajando en una antología histórica de los pueblos precolombinos. En 1789 puso en la órbita las pinturas de San Francisco, cuya investigación más rigurosa se inició a finales del XIX. 

Fueron muchos los arqueólogos interesados en tan originales pinturas, más tras una publicación en Life en 1962 de Erle Stanley Gardner, afamado autor estadounidense enamorado de Baja California. Atrajo a muchos investigadores y gracias a todos ellos se han llegado a identificar más de 400 sitios, con unos 250 dentro de la Sierra de San Francisco. Esta es una zona profundamente árida, lo que sin duda ha beneficiado a la conservación de los lienzos junto al aislamiento de la región y el difícil acceso a los abrigos rocosos de las gargantas donde están. Muchas pinturas están pintadas encima de otras, lo que dificulta la datación. Parece que las muestras más antiguas retroceden en el tiempo 7.500 años, siendo las últimas de tiempos de los cochimíes que conocieron los jesuitas. Como en otros casos de pinturas rupestres, las motivaciones tras las pinturas no tienen consenso, siendo varias las hipótesis: propiciatorias de caza, homenaje a ancestros y/o parte de rituales mágicos.

Cueva La Soledad en la Sierra de San Francisco

Las pinturas de la Sierra de San Francisco son variadas tanto en la técnica utilizada, incluyendo algunos petroglifos, como en los colores, con el negro y rojo dominando. Las figuras más habituales son antropomorfas, de ambos sexos y todas las edades, y zoomorfas, con una gran variedad de la fauna de tan largo periodo. Aunque hay muchas especies representadas, las más numerosas son los venados representados de perfil. De frente se pintaban las figuras humanas, generalmente en actitudes de guerra, cazando o combatiendo. Muchas son simples siluetas, aunque hay pinturas más desarrolladas, sombras incluidas. Lo más llamativo son el tamaño de las figuras y la extensión de las composiciones, aunque más bien son acumulación de motivos individuales. Son también comunes símbolos de significado desconocido. Los principales sitios son las Cuevas Batequi, La Pintada, Natividad, Cerro de Santa Marta, Soledad, Flechas y Brinco.

La Sierra de San Francisco sigue estando casi tan aislada como en el pasado y un viaje aquí es una exigente aventura. La localidad de referencia es San Ignacio, donde podremos contratar el permiso que incluye obligatoriamente el guía. En principio no nos lo asignarán aquí, sino que tendremos que viajar hasta la aldea de San Francisco. Para ello tenemos que desviarnos en la carretera que lleva a Guerrero Negro, localidad base para el santuario de ballenas de El Vizcaíno. Tras una dura parte sin asfaltar llegaremos al pueblo, donde necesitaremos hacer noche para afrontar un intenso día que comienza con traslado en mulas y sigue con caminata. No es precisamente asequible ni apto para gente con vértigo, pero la recompensa de las pinturas será plena. Hay que ir preparado tanto para el calor de día como para el frío nocturno.

Fotos: Andrea Schieber / Andrea Schieber

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