Portugal absoluta
En 1755 tuvo lugar el fatídico terremoto de Lisboa, que no llegó en el mejor momento para Portugal. José I había ascendido al trono cinco años antes, aunque su poca querencia por reinar hizo que depositara su confianza en el marqués de Pombal. Eran tiempos de excesos absolutistas, escasa modernización y derroche del oro procedente de Brasil. La reconstrucción de Lisboa forzó la finalización de la obra que simbolizó esta etapa absolutista portuguesa, la Real Obra de Mafra. Proyecto personal de Juan V, padre de José, Mafra no es solo un palacio real como el de otras cortes europeas, sino que alberga una capilla, un monasterio franciscano completo y una biblioteca. En el exterior no hay solo un jardín barroco, sino un completo parque de caza. El reinado de Juan y Mafra supusieron el cénit del potente imperio portugués, aunque este se apoyara en pilares menos sólidos de lo que parecía en la primera mitad del siglo XVIII.
La idea de Mafra nació en 1711. Aquel año, Juan y su esposa María Ana de Austria llevaban casados más de dos años, pero aún no habían concebido hijo alguno haciendo peligrar la casa Braganza. Juan prometió a un cardenal franciscano que levantaría un monasterio para esta orden si María Ana quedaba embarazada. Cumplió su promesa poniendo sus ojos en el pequeño pueblo de Mafra, unos cuarenta kilómetros al norte de Lisboa. Inicialmente, la idea de Juan era levantar un modesto monasterio, pero con el auge de la fiebre del oro brasileño cambió sus planes. Llamó al arquitecto de origen alemán João Frederico Ludovice, muy familiarizado con el barroco italiano, y en 1717 se inició la megalómana obra de Mafra. En solo trece años, lo fundamental estaba finalizado, aunque se siguió trabajando hasta aquel 1755. Este ritmo fue posible gracias a las decenas de miles de trabajadores e infraestructuras movilizadas por Juan. Fue utilizada como residencia secundaria por los Braganza, principalmente para las cacerías organizadas en Tapada.
Tras la disolución de las órdenes monásticas y la propia realeza, hoy Mafra es conservado por su patrimonio artístico y arquitectónico. Estamos ante uno de los mayores palacios barrocos europeos por extensión, a lo que suma un monasterio con capacidad para 330 monjes y una biblioteca de 36.000 volúmenes. La basílica franciscana establece el eje oeste-este que articula el cuadrangular complejo simétrico. Domina el oeste una fachada de 220 metros con dos originales torres en los extremos y accesos independientes a las estancias reales y la basílica. Es una sección más monumental que la este, donde en torno a un jardín cerrado se distribuyen las estancias de los monjes, las principescas y la biblioteca, pensada para los monjes y la realeza. Detrás del palacio se expande el jardín del Cerco dispuesto a base de parterres típicamente barrocos. En un guiño al vasto imperio portugués, es también un jardín botánico con secciones dedicadas a servir al palacio con alimentos, flores decorativas y plantas medicinales. Hacia el noreste se expande Tapada, rodeada por una muralla de 22 kilómetros.
Una Tapada en Portugal no es solo una extensión de caza, sino una finca autosuficiente. Hoy dividida en tres zonas, Tapada tiene zonas agrícolas, pastos, bosques madereros, caza menor y mayor e infraestructuras hidráulicas. El pabellón de caza en la zona de Celebredo es de finales del XIX. Por entonces se habían desalojado las estancias del monasterio, pero la basílica retomó poco después el culto estableciéndose como parroquia. Su construcción está inspirada en San Pedro del Vaticano, aunque su fachada en mármol blanco con dos esbeltas torres de 68 metros tiene otras influencias italianas. En el interior en cruz latina, la única y estrecha nave con capillas laterales alberga obras de arte de origen italiano, francés y de la escuela artística que se desarrolló en la propia Mafra. Pese al declive posterior, la casa Braganza siguió enriqueciendo con más esculturas, órganos y pinturas al fresco en barroco. Este estilo domina Mafra, específicamente el barroco de origen italiano que entusiasmaba a Juan.
Mafra es ideal como excursión de un día desde Lisboa. Los autobuses salen desde la estación de Campo Grande con buena frecuencia. Si vamos en coche dispondremos de suficiente aparcamiento. La entrada cubre cerco, basílica, estancias reales, museo de arte religioso y biblioteca, que tiene distintos horarios al resto. Solo esta parte nos llevará fácilmente unas tres horas. Luego podemos acercarnos a Tapada, con una entrada al margen que nos da acceso a su enorme extensión donde podremos elegir actividad: senderismo, bicicleta, caballo, tiro con arco y visitas guiadas en tren turístico. Por el camino es casi seguro que veremos ciervos y jabalíes. Hay distintos itinerarios dependiendo de las horas que vayamos a dedicar. Con dos tendremos suficientes para hacernos una idea. Si vamos en verano tendremos diversas actividades para niños como exhibiciones de cetrería, talleres de apicultura, etc.
Fotos: Pedro S Bello / miguel angel crespo
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