Salvaje y desértico oeste
Las películas nos enseñaron que el Oeste norteamericano, esos territorios fronterizos donde indios, mexicanos y yanquis se batían, era un lugar desértico con icónicos cactus de gran tamaño. Este telón de fondo tiene mucho que ver con el desierto de Sonora, que se extiende por los estados mexicanos de Sonora y Baja California y los estadounidenses de California y Arizona. Hoy, este mismo desierto es escenario de multitud de intentos de entrada a EEUU, tanto de emigrantes como de drogas. Muchos emigrantes mueren en el intento: la travesía es muy dura cuando te enfrentas al desierto más caluroso de Norteamérica. Solo la vida más adaptada, como los cactus endémicos saguaro y tubo de órgano, sale aquí adelante. Dos de las zonas más representativas y bellas de Sonora son El Pinacate y el Gran Desierto del Altar. Contrastan totalmente entre sí: el primero es una cadena volcánica que conforma la principal zona montañosa, mientras que El Altar es una sucesión de dunas móviles única en Norteamérica.
Ambas regiones conforman una Reserva de la Biosfera de más de 7.000 kilómetros cuadrados encajada entre la frontera con Arizona y el golfo de California. En la parte oriental del desierto se encuentra la inconfundible zona de Pinacate, una cordillera volcánica encabezada por el volcáno homónimo de 1.190 metros. Los volcanes de El Pinacate son de tipo escudo y están acostumbrados a lentas erupciones de lava fluida. Hace tiempo que están en calma, pero la actividad ha sido constante los últimos cuatro millones de años. Las erupciones han creado amplios y poco pronunciados cráteres de tipo maar. Algunos icónicos son El Elegante o Cerro Colorado. Están flanqueados por el suroeste por el desierto del Altar, una inmensa extensión de 100×50 kilómetros de dunas. Su origen es reciente: hasta hace 120.000 años, el río Colorado fluía por aquí. Un movimiento tectónico movió su delta unos cien kilómetros al oeste y el lecho se convirtió en un mar de dunas de hasta 200 metros de todas las formas imaginables. Entre ellas se alzan protusiones graníticas como la Sierra del Rosario.
Esta parte del Sonora no ha tenido mucha actividad por la extrema aridez, lo que ha permitido que sea un santuario de flora y fauna de alto endemismo. La biodiversidad del desierto se ha tenido que adaptar a las condiciones. El sistema funciona perfectamente: hay cactus con semillas capaces de retrasar su germinación hasta que las condiciones de humedad mejoran, antílopes capaces de incluir los cactus en su dieta o especies que facilitan involuntariamente la polinización como el murciélago magueyero menor. Hay más de 500 especies de flora con gran protagonismo de cactus y arbustos. Entre la fauna destacan 44 mamíferos y 40 reptiles. Muchos dependen de las tinajas, depósitos de agua de lluvia con base volcánica similares a las gueltas del Sáhara. Algunas se vuelven permanentes, pero la principal fuente de agua sigue siendo el río Sonoyta. Este contiene importantes especies de peces y forma además un humedal de gran valor ecológico en el noreste. Aquí se dan cita unas 200 especies de aves, anfibios y tortugas.
Pese a todo, algunos pueblos han conseguido domar el desierto. Las tinajas son la clave, pues proporcionaron hace tiempo asentamientos temporales a los pueblos llamados San Dieguito. Los indígenas más recientes son los pinacateños O’odham. Como en el pasado, eran nómadas que saltaban de tinaja a tinaja. Hoy, el grupo Tohono O’odham reclama estas tierras como suyas por herencia y espiritualidad. No está claro cuándo los europeos llegaron aquí, pero sí que la primera exploración a fondo se la debemos al misionero jesuita Eusebio Kino. Llegó incluso a ascender el Pinacate a finales del siglo XVII. El desierto tuvo que esperar a ser investigado más en profundidad al siglo XX. Pinacate también fue utilizado por la NASA para recrear el contexto de la Luna. Apenas ha habido actividad extractiva y la denominación como Reserva de la Biosfera en 1993 aseguró la conservación.
El Pinacate y el Altar están atravesados por dos carreteras: la de la costa es turística y la fronteriza puede llegar a ser peligrosa. Por eso mucha gente utiliza la primera, que pasa por Puerto Peñasco al sureste del desierto. Es la localidad turística más cercana al desierto, en cuyo interior no vive nadie. Puerto Peñasco está yendo a más gracias a sus playas y sus aguas cristalinas. Se encuentra a unas cinco horas de Tijuana, aeropuerto más cercano. Aquí se encuentra el centro de visitantes Schuk Toak, donde nos informarán de los tours más habituales. Hay un circuito bien definido que pasa por las dos partes y se puede hacer en un día. Es imprescindible llevar la comida porque dentro no hay servicios. Es mejor evitar el puro verano y la época ideal es la primavera.
Fotos: Robert Shea / Robert Shea
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