Exceso germano
El cargo de príncipe-obispo parece indicar absolutismo exacerbado, pero su origen es anterior al absolutismo monárquico. Su zona de influencia estuvo en el Sacro Imperio Germánico, pero tampoco es el luteranismo su origen. Se encuentra mucho más atrás, en plena Edad Media. En el caso de Wurzburgo, en el 1168. Eliminada casi del todo la figura a comienzos del siglo XIX, el legado del príncipe-obispo de esta ciudad se puede hoy ver en la Residencia de Wurzburgo. Esta sí representa lo más exagerado del absolutismo y del barroco. Se le considera el más homogéneo y extraordinario de los palacios barrocos teutones. Es ostentoso y destila riqueza. Su construcción, prolongada a lo largo del siglo XVIII, implicó a maestros traídos de media Europa. Trabajaron aquí talleres de Viena, París, Venecia o Maguncia. Pocos monumentos reunieron en su momento tanto talento junto.
Wurzburgo es la capital de la baja Franconia, parte de Bavaria desde el siglo XIX. El territorio, a orillas del río Meno, empezó a ser habitado por las tribus alamánicas entre los siglos IV y V. Justo después llegaron los francos, con los que el nombre de la ciudad empieza a aparecer en documentos. Los obispos crearon un ducado en el territorio y surgió la figura del duque-obispo, que luego mutaría a príncipe-obispo. Ellos fueron los encargados de levantar la catedral románica, finalizada en 1225. También promovieron la apertura de una de las primeras universidades del país, todavía pujante, en 1402. A pesar de ocasionales revueltas, la figura del príncipe-obispo se mantuvo y tal acumulación de poder permitió erigir obras en la ciudad. Muchas de ellas fueron destruidas, desgraciadamente, en la II Guerra Mundial. En 1945, la ciudad fue bombardeada de tal forma que solo Dresde puede compararse. El 90% de la ciudad quedó derruida y se tardaron décadas en reconstruirla. También le tocó a la Residencia, que fue muy dañada.
Las Residencia había estado casi siempre en obras, de todos modos. Arrancaron en 1719. Ese año fue el del ascenso al poder de Johann Philipp Franz von Schönborn. Por entonces, los príncipes-obispos residían en el castillo de Marienberg. Schönborn, en pleno auge absolutista, aspiraba a algo mejor. Se encontró con una amplia suma de dinero de un litigio ganado. A ello sumó la influencia de su tío, el príncipe-obispo de Maguncia Lothar Franz von Schönborn. Él, junto a su hermano, le proporcionó ideas y personal. Cinco años después, el príncipe-obispo murió y las obras se congelaron hasta que otro Schönborn accedió al poder. Fue Friedrich Carl von Schönborn en 1729. Hasta su muerte en 1746 se acabaron las obras principales. De ahí a 1781 se trabajó en la excelsa decoración pictórica y de estuco, así como en los jardines. El siglo XIX trajo consigo cambios políticos. Cada dirigente del territorio quiso dejar su seña en la Residencia. Sin duda alguna, el 16 de marzo de 1945 fue el peor día para este palacio debido a los bombardeos aliados. Desde ese día hasta 1987 la Residencia de Wurzburgo estuvo en restauración.
El conjunto es simplemente inmenso: cuenta con 400 habitaciones. El centro neurálgico es el Cour d’honneur, un patio a tres caras en la entrada. La escalera principal, en el recibidor, es una de las obras maestras. Es obra de Balthasar Neumann y cuenta con una cúpula sujeta sin pilares. Un fresco de los continentes del mundo, obra de Giovanni Battista Tiepolo, lo engalana. Otro hall destacable es el blanco, con trabajo de Antonio Bossi de estuco blanco sobre fondo grisáceo. El hall imperial tiene un estuco más colorido, además de frescos. En los apartamentos destacan algunas salas que utilizan el vidrio. Fuera de la Residencia están la capilla y el jardín. Este es un jardín amurallado de corte barroco, pero que según se va uno distanciando de la Residencia se transforma en un jardín de estilo inglés, más natural.
Wurzburgo es hoy una agradable ciudad universitaria de 125.000 habitantes. Está a medio camino de los aeropuertos de Frankfurt y Múnich. Desde estos se puede llegar fácilmente en coche o tren. Conviene dedicar un día entero a la ciudad, porque además de la Residencia merecen la pena otros edificios. Sobre todo la catedral románica y el viejo castillo de Marienberg, relegado a labores militares desde la construcción de la Residencia. El vino de Franconia es uno de los más apreciados de Alemania: se cultivaba ya en tiempos romanos. Por eso es buena idea intentar hacer coincidir el viaje con alguna feria vinícola. Abundan en verano, pero es mejor informarse antes.
Foto: melalouise / Iulian Ursu
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