Gracias a la seda
El primer milenio de nuestra era impactó en una región hasta entonces menor: Asia Central. Con su árido clima y lejos del mar, carecía de grandes ciudades y los grupos nómadas pastores eran mayoría. Sin embargo, su localización no dejaba de ser estratégica: si trazamos una línea desde China hasta Oriente Medio, es el camino más corto evitando los Himalayas. Por tanto, en cuanto comerciantes a un extremo y otro quisieron hacer negocios, Asia Central creció. Es lo que conocemos como Ruta de la Seda, complemento económico decisivo para el crecimiento de ciudades históricas como Samarcanda, Bujará o Merv. Las tres formaron parte del corredor de Zeravshan-Karakum, paso casi obligatorio en la ruta. Recogía los caminos que llegaban de China, bien desde Kasgar, bien desde la confluencia de rutas en la kazaja Zhetysu, y los enlazaba con territorios persas. Sumado a la influencia del Islam y la llegada de pueblos mongoles y túrquicos, que cambiaron el panorama étnico, la ruta dio forma a lo más granado de Asia Central, porque en paralelo a las mercancías viajaban ideas y culturas.
Poco antes del cambio de milenio, un enviado chino estableció los primeros contactos para formar la ruta. Su referencia a la seda responde al bien tipo de las caravanas: ligeros, pequeños y de alto valor, con el fin de optimizar el traslado. El corredor Zeravshan-Karakum está compuesto de dos tramos de casi mil kilómetros vertebrados por una ruta fluvial y otra terrestre: Zeravshan es el nombre del que fuera principal afluente del Amu Daria, mientras que Karakum es un duro desierto que enlazaba con Merv. Temporalmente tenemos tres etapas fundamentales. El primer cénit llega con los sogdianos en el siglo V, pueblos de origen iranio que procuraron prosperidad para ciudades como Samarcanda. Con gran influencia en otros pueblos, los sogdianos eran especialmente tolerantes con culturas y religiones ajenas, pero la expansión del Islam les afectó. La nueva religión fue la protagonista del segundo cénit entre los siglos X y XII, abruptamente interrumpida por los mongoles. Estos recuperaron rápidamente la Ruta y le dieron su último periodo dorado desarrollando urbanismo, ciencia, cultura y economía.
En paralelo al disputado valle de Fergana, las caravanas corrían también a orillas del río Zeravshan, que permitía el paso de las caravanas en una zona todavía muy montañosa. En esta sección hay restos del paso de los sogdianos incluso en partes muy elevadas como el asentamiento de Khisorak, que combinaba un fuerte y un palacio sogdiano. Un poco más abajo se encuentra Kum, último bastión de los sogdianos frente al empuje musulmán en el siglo VIII. Estos estaban establecidos al pie de las montañas, en la antigua ciudad de Panjakent. Cuando la ciudad fue tomada por los musulmanes, no hubo una destrucción, pero sí un progresivo abandono. Atrás quedaron sus ruinas, en cuya investigación se descubrieron numerosos murales de gran valor. De los sogdianos también se recuperaron muchos documentos que llevaron al fuerte Mug, donde se conservaron.
Pasadas las montañas, el Zeravshan procuró en la llanura uzbeka una región fértil donde muchas ciudades crecieron con el impulso de la ruta. En esta zona también encontramos restos sogdianos más antiguos como el templo zoroastriano de Jartepa II, el asentamiento Kafirkala al sur de Samarcanda, Vardanze como enlace comercial con las estepas del norte y Varakhsha, ciudad capital y palaciega para los sogdianos de Bujará. La invasión musulmana cambió el carácter y arquitectura de esta zona, en la que empezamos a ver mezquitas tempranas influidas por el diseño sogdiano como Deggaron o el esbelto minarete de ladrillo de Vobkent. De esta era también tenemos como testigo varios mausoleos y necrópolis como el prototípico del siglo X, Mir Sayid Bakhrom, y el posterior de Chasma-i Ayub Khazira. Más tardíos, cuando la ruta ya declinaba, son complejos religiosos como el de Kasim Sheikh del siglo XVI y el posterior de Chor-Bakr. De entre todos los sitios destaca el complejo de Bahouddin Naqshband cerca de Bujará, un ejemplo sobresaliente de arquitectura del siglo XVI.
En el largo viaje entre Samarcanda y Bujará encontramos otro de los elementos típicos de la ruta, allá donde vayamos: los caravasares. Se trata del caravasar Rabati Malik, construido en el siglo XI como fortaleza real. Esta primera función que iba más allá del alojamiento de las caravanas se refleja en la exquisita decoración de elementos como su puerta o iwan o las soluciones hídricas de la sardoba, un antiguo aljibe. Los caravasares son la norma en el último tramo del corredor, que afronta el desierto turkmeno de Karakum. Desde la antigua Amul, hoy Türkmenabat, partía el duro desierto que aliviaban caravasares como Mansaf, Konegala, Akja Gala o Gyzylja Gala o el köshk, un tipo de vivienda fortificada, de Tahmalaj. Agotadas del desierto, las caravanas llegaban al oasis de Merv saludados por un primer asentamiento llamado Kushmeihan.
Fotos: Наумов Андрей / Richard Mortel
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