Paz y guerra
Cuentan los cronistas que el ejército cartaginés contó con unos 2.000 honderos baleares, tropas de élite en su acometida contra Roma. Estos honderos tenían más contundencia y puntería que los arqueros, habilidad entrenada durante siglos en las islas Gimnesias: Mallorca y Menorca. Tal habilidad fue seguramente producto de las complejidades que vivieron. En Menorca, la de menor tamaño como indica su nombre, había una distribución jerárquica en la que abundaban los asentamientos amurallados con el objetivo de defenderse tanto de enemigos internos como de los crecientes visitantes extranjeros. Fue un periodo que se conoce globalmente como cultura talayótica, marcada por la evolución de los metales durante más de un milenio y las estructuras megalíticas: talayots, taulas y navetas, entre otros. Cultura emparentada con otras del Mediterráneo, esta Menorca divergió de otras zonas creando una identidad propia que en cierto modo se prolongó en la arquitectura de piedra seca posterior.
La isla más oriental de Baleares, Menorca, se ocupó de manera estable hace unos 5.000 años. Desde el 1600 a.C. se distinguen dos etapas: el periodo naviforme, que se extiende hasta el 1200 a.C., y el periodo talayótico. Pese a la coincidencia temporal, no parece que este segundo periodo se inicie por la convulsa etapa que estaba viviendo el levante mediterráneo, sino que responde a presiones internas. Se estima que la actividad agrícola prolongada durante los siglos anteriores deterioró la fertilidad de muchas tierras, especialmente en las zonas llanas de la región de Migjorn, creando un caldo de cultivo para las disputas internas y la jerarquización social. También provocó un cambio económico con mayor protagonismo de la ganadería. El cambio entre etapas fue, por tanto, muy gradual. Sobre el año 500 a.C., la isla vivió una última fase con mayor protagonismo de los intercambios con otros pueblos. La presencia de piratas incidió en el uso de las murallas, así como la influencia cartaginesa llegada desde Ibiza.
La romanización finaliza desde el 123 a.C. la etapa prehistórica menorquina y su incorporación a las vías comerciales marítimas. Atrás deja distintos tipos de manifestaciones arquitectónicas que dividimos según época y función. Las más antiguas responden a la relativa paz que vivía la isla y están protagonizadas por las navetas, tanto las de habitación como las funerarias. Son construcciones alargadas con forma de barco invertido, pero difieren en la división interna. Entre las de habitación destaca el poblado de Son Mercer de Baix de la Edad de Bronce con la Cova des Moro. Entre las funerarias está uno de los iconos prehistóricos de Menorca, la naveta d’Es Tudons, descrita en el siglo XIX, pero investigada en profundidad en la segunda mitad del siglo XX. Utilizada como osario colectivo entre los años 1200 a.C. y 700 a.C., mide unos quince metros de largo y está erigida a base de piedras sin argamasa que se cierran en la parte superior con una falsa bóveda. En su interior se distribuyen varias cámaras a distintas alturas.
En la etapa talayótica se multiplican los sitios arqueológicos, tan ricos como Torre d’en Galmés, y la variedad de monumentos megalíticos. El que da nombre al periodo es el más abundante con más de 250 en Menorca. Igual que las nuragas sardas, con las que guarda cierta relación, desconocemos el uso de los talayots, aunque se cree que eran torres vigía y lugares de reunión. Construidas también sin argamasa, suelen estar relacionadas con asentamientos en los que se conservan restos de almacenes, viviendas circulares, salas hipóstilas o sistemas hidráulicos. Pueden ser circulares o cuadrados y se puede destacar el de Trepucó por su tamaño. Posteriores en el tiempo, pero casi siempre junto a ellos, las taulas son presumiblemente recintos religiosos protagonizados por una estructura megalítica en forma de T. Icónicas son las taulas de Torralba d’en Salort y Talatí de Dalt. Los poblados de esta etapa presentan murallas como la de Son Catlar, de 900 metros de longitud. Entre las necrópolis e hipogeos destaca Calescoves, excavada en los acantilados de una cala.
Menorca es uno de los destinos turísticos de España gracias a sus pequeñas, pero preciosas calas donde disfrutar del mar y de la playa. Tiene aeropuerto conectado con muchos puntos de Europa y es recomendable moverse en coche de alquiler, sobre todo si queremos visitar su legado prehistórico. No obstante, no será complicado encontrar excursiones dedicadas. Mahón y Ciudadela son las localidades de referencia y se encuentran a ambos extremos de la zona meridional, donde se encuentran casi todos los monumentos prehistóricos. Lo único que tendremos que mirar si vamos por nuestra cuenta son los distintos horarios que pueden tener los sitios arqueológicos. Pasadas las visitas y el rato de playa, lo mejor para acabar el día es la típica caldereta de langosta, que rivaliza con el queso local en fama gastronómica.
Fotos: Consell Insular de Menorca / Sole Pérez
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