Las otras pirámides
Durante el tercer y segundo milenio a.C., una estructura se hizo famosa en las regiones de Mesopotamia y Elam: los zigurats. Equiparables a una pirámide escalonada, los zigurats apilaban entre dos y siete plataformas, generalmente rectangulares y decrecientes, que se conectaban con escaleras. Aparentemente, en la parte superior se coronaba con uno o varios templos religiosos, pues el zigurat es siempre una estructura masiva dedicada al culto. Este no era público, pues se decía que aquí habitaban los dioses de la época y estaban reservados a las élites religiosas. Los zigurats estaban construidos de ladrillos de adobe en su interior con una capa exterior de ladrillos cocidos. La mayoría se levantaron en Mesopotamia, en ciudades como Ur, Uruk o Kurigalzu, pero el mejor conservado se encuentra en la antigua Elam, actual Irán. Es el espectacular zigurat de cien metros de lado de Tchogha Zanbil, centro religioso por excelencia de esta civilización.
El imperio elamita, asentado al este del Tigris y Éufrates, surgió en plena Edad de Bronce, durante el tercer milenio a.C., y se extendió hasta finales del segundo milenio a.C., aunque hay un periodo neoelamita posterior. Coincidieron con otras civilizaciones como la sumeria, babilónica y en la última etapa la asiria, batallando con todos ellos para defender su espacio. Alrededor del 1500 a.C. conquistaron Susa, que hicieron su capital sustituyendo a Anshan, iniciando su edad de oro y repeliendo ataques de los casitas. Sin embargo, alrededor del 1100 a.C. se inicia un vacío histórico, seguramente por el ascenso de los neoasirios. Uno de ellos, Asurbanipal, destruyó la ciudad de Susa en el 646 a.C. dando paso a una última etapa menor cerrada por los persas aqueménidas. Sin embargo, igual que la cultura etrusca se incorporó a la romana, la elamita fue parte de la persa. Su idioma fue oficial en el nuevo imperio, como atestigua la inscripción de Bisotún, y su poco conocido panteón divino siguió siendo relevante entre los persas.
Poco conocemos de esta religión, aunque nos han llegado varios nombres de deidades elamitas. Una fue Inshushinak, a quien se dedicó el zigurat de Tchogha Zanbil. Esta ciudad sagrada fue levantada en una llanura a orillas del río Dez con la intención de unificar el complejo panteón elamita y sus seguidores. Se construyó durante el cénit elamita, alrededor del año 1250 a.C., a solo cuarenta kilómetros de Susa. El rey Untash-Naprisha fue el responsable de la ciudad, hasta el punto de que a su muerte las obras sufrieron un repentino parón al no continuar sus herederos el proyecto. No quiere decir que Tchogha Zanbil fuera abandonada, pues se sabe de su ocupación por élites religiosas como centro de peregrinación y necrópolis hasta aproximadamente el 1000 a.C. Asurbanipal la destruyó definitivamente junto al resto de ciudades elamitas. Tras descubrirse las ruinas del zigurat en un vuelo aéreo en 1935, el arqueólogo ruso-francés Roman Ghirshman investigó Tchogha Zanbil en la década de los años 50 durante varias temporadas.
Aunque el zigurat de Tchogha Zanbil atraiga las miradas, no es el único resto. Lo primero son tres murallas concéntricas, la más externa de cuatro kilómetros, que protegían las cien hectáreas de la ciudad. En su interior se distingue la zona real, con palacios y mausoleos subterráneos, y una segunda muralla que protege la zona sagrada. Aquí se encuentran varios templos y altares dedicados a las divinidades elamitas y la tercera muralla que protege el zigurat. Este tenía cinco niveles unidos por escaleras interiores, el quinto compuesto por el templo superior o kukunnum, que elevaban su altura hasta los 53 metros. Aunque hoy solo llegue hasta la mitad, es mucho si lo comparamos con otros zigurats. Como otros, su material fundamental son los ladrillos cocidos en la parte exterior. Muchos contienen inscripciones que recuerdan a las deidades allí adoradas. Esta capa exterior fue decorada con yeso, ladrillos vidriados y ornamentos en fayenza. Estatuas de terracota de toros y grifos alados protegían el zigurat, mientras que en la parte inferior distintas estancias guardaban las ofrendas votivas.
Ahvaz, con aeropuerto, es la ciudad de entrada a esta parte de Irán, mucho menos visitada que otras. Es mejor alojarnos es la agradable Shushtar, a solo 45 minutos de Tchogha Zanbil. La infraestructura del sitio es limitada y apenas veremos un modesto museo con restos menores. Dentro de la ciudad hay varias estructuras con carteles explicativos, pero lo realmente atractivo a ojos del turista es el zigurat, gracias en parte a la restauración. Dado que no está permitido escalarlo, lo habitual es rodearlo mientras nos fijamos en ladrillos con inscripciones. Aunque exigirán de nuestra imaginación, por la zona merece la pena acercarse a los sitios elamitas de Haft Tepe y Susa. Se pueden hacer los tres en un solo intenso día contratando un coche con conductor, mejor con guía.
Fotos: Klára Nováková / youngrobv
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