Paraíso profundo
Aunque el siglo de los descubrimientos fue el XVI tras la llegada de Colón a América, cuando comenzó el siglo XIX aún había una gran porción de Tierra no descubierta: el Pacífico. Este vasto océano fue uno de los objetivos principales de la estadounidense Exploring Expedition, que de 1838 a 1842 recorrió buena parte de su extensión sentando las bases de la joven oceanografía. Entre otros territorios, confirmaron la existencia de un grupo de islas deshabitadas que conocemos como islas Fénix. En medio del Pacífico central, al norte de Samoa, este pequeño grupo de islas pertenece al joven país de Kiribati. Se independizó en 1979 y tiene la particularidad de ser el único estado en los cuatro hemisferios. De los 100.000 habitantes de Kiribati, solo unos cuarenta viven en las Fénix. El resto es pura naturaleza salvaje, mayormente sumergida. De hecho, sus 400.000 kilómetros cuadrados de área protegida suponen una de las mayores reservas marinas del Pacífico, un paraíso para el coral que rodea a los atolones y los más de 500 peces diferentes que nadan libremente entre ellos.
Las islas Fénix están compuestas por ocho atolones y dos corales sumergidos. El grupo está también conectado geográficamente con las islas Baker y Howland, dos territorios no incorporados de EEUU. Un atolón no es más que el cono de un volcán emergido, por lo que suelen estar acompañados de otros volcanes cuyo cono está totalmente sumergido. En el caso de Fénix, hay otros catorce volcanes que no están a la vista y son refugio exclusivamente de vida marina. Solo 28 kilómetros cuadrados están por encima del mar, por lo que práctica total de la reserva es marina. Y además es profunda, muy profunda. Alrededor de las Fénix, las fosas tienen hasta 6.000 metros. La isla más grande y también la única habitada es la de Kanton. Mide nueve kilómetros cuadrados y protege una laguna de cuarenta. Su base es fundamentalmente coral desnudo recubierto de vegetación, incluyendo algún árbol. Enderbury es la siguiente en tamaño y su forma es muy distinta, pues su laguna interior es mucho más pequeña que la extensión de la isla. Pocas islas, quitando Kanton, han estado habitadas. Es por esto que las Fénix mantienen una naturaleza en estado casi virginal.
Hay evidencias de que la cercana isla estadounidense de Howland sí fue habitada y su civilización se movió entre varias islas Fénix. En Manra y Orona, ya entre estas, se han descubierto restos con más de mil años. También existe constancia de que en los siglos XII y XIV los polinesios rondaron la zona. Fueron balleneros los primeros occidentales que localizaron las islas entre 1821 y 1825. No obstante, hubo que esperar a Charles Wilkes y su US Exploring Expedition para una cartografía correcta. Reino Unido se las anexionó a finales del siglo, pero tras las protestas de EEUU compartieron la gestión. Kanton tuvo su momento de importancia cuando funcionó como estación para abastecer de combustible en los vuelos transoceánicos. Desde 1958, cuando los aviones empezaron a hacer el viaje del tirón, su población descendió. Aún sirvió como base de control militar, pero en los 70 fue abandonada del todo. Justo después pasó a manos de Kiribati. Desde entonces ha habido una población mínima de administración que ha convivido a temporadas con grupos de biólogos y otros científicos.
Lo cierto es que queda mucho por investigar en las Fénix. Sus 120 especies de coral son una joya. Alojan multitud de peces de coral y a su alrededor circulan otros de mayor tamaño que atraviesan las Fénix constantemente: tiburones, atunes, etc. Un ambicioso proyecto del gobierno es el análisis de la vida en las profundidades. La avifauna es también muy destacable. Unas veinte aves viven permanentemente en las islas, más unas cuantas migratorias. Destaca el amenazado petrel de las Fénix, endémico. Su mayor amenaza, como para el resto, es la introducción involuntaria de especies exóticas. Especialmente preocupantes han sido los conejos y las ratas. Afortunadamente, varios proyectos para su erradicación han tenido éxito y los petreles vuelven a criar en paz.
Si uno cree que el paraíso del Pacífico es Tahití o Hawai es que no ha visto las Fénix. Su aislamiento casi total hace de este archipiélago un lugar idílicamente solitario. Por otro lado, esto complica y encarece el viaje. Una opción es viajar a Kiribati, para lo cual un avión desde Fiji es lo más habitual. Tras conocer el atolón de Tarawa, capital del país, podemos contratar transporte aéreo o marítimo a las Fénix. Es obligatorio pedir permisos por la protección de las islas y viajar en primer lugar a Kanton para sellar el permiso y de paso conocer a la pequeña comunidad que vive allí. La otra forma de conocer las Fénix es a través de alguna empresa que organice expediciones entre julio y septiembre, que es cuando menos llueve. Las salidas son desde Samoa. Son reducidas en número y en pasajeros, por lo que hay que reservar con antelación. Además de navegar, la pesca deportiva y el buceo son las actividades más habituales.
Fotos: Randi Rotjan / NASA
Comentarios recientes