Frontera subterránea
El geólogo y geógrafo serbio Jovan Cvijic introdujo en 1893 el concepto de karst. Su nombre proviene de Carso, una región italo-eslovena marcada por un paisaje muy característico y extendido por muchas regiones del mundo. Un paisaje kárstico consiste fundamentalmente en un terreno de rocas solubles ante el agua ligeramente ácida. Generalmente son regiones de caliza, yeso o dolomita. En todos los casos, el agua erosiona de forma selectiva el terreno al penetrar en el mismo, descomponiendo parcialmente la formación y dando lugar a formas caprichosas exteriores o interiores. Las estalactitas y estalagmitas, por ejemplo, tienen su mayor sentido en este tipo de paisajes, cuando el agua gotea en una cueva desde el techo al suelo. Al este de la frontera entre Eslovaquia y Hungría encontramos una de las regiones más ricas en formaciones kársticas que se conocen. Hay enumeradas unas 700 cuevas. Además, la formación de las mismas a lo largo de millones de años nos ha permitido observar las diferentes erosiones que se producen cuando el clima es tropical o glacial, como ha sucedido aquí a lo largo de tanto tiempo.
Los montes Metálicos, parte de los Cárpatos, recorren el sureste de Eslovaquia penetrando un poco en Hungría. Más que una cadena en sí están compuestos de distintas secciones, siempre por debajo de los 1.500 metros. Sin una geomorfología homogénea, algunas de sus secciones son de origen kárstico. Estas están recorridas por ríos como el Sajó o el Slaná. Ríos como estos y la lluvia han ido penetrando las capas de karst de caliza y dolomita que se asientan sobre una capa impermeable de arenisca y pizarra. En el exterior, los bosques de robles, abetos, pinos y el poco común carpes se alternan. Comparten espacio con las dolinas, formaciones karst de exterior que consisten básicamente en enormes agujeros, aquí de hasta 250 metros de ancho y 45 de profundidad. Por debajo de la vista se acumulan las cuevas. En ellas, las simas alcanzan una profundidad mucho mayor. En el agujero del diablo, por ejemplo, se alcanzan los 186 metros. Estas cuevas fueron habitadas en tiempos del Paleolítico y Neolítico, como atestiguan algunos artefactos encontrados. Los humanos compartían espacio con una rica fauna troglodita de invertebrados y murciélagos.
La mayor parte de las cuevas están en el lado eslovaco, en el Parque Nacional del Karst Eslovaco, nombrado en 1973. De las cuevas destacan algunas como la de Ochtinská, que contiene unos espeleotemas de aragonito presentes solo en otro par de cuevas en el mundo. Este aragonito es una rara forma cristalina del carbonato de calcio. En la cueva de Krásnohorská podremos admirar una de las estalagmitas más grandes del mundo: tiene 12 metros de ancho y 32 de alto y cada año crece unos centímetros. La cueva de hielo de Dobšinská es de las más famosas. Descubierta en 1870, su particularidad es que unos 9.000 metros cuadrados de sus paredes y techos están cubiertos por el hielo, en ocasiones con un grosor de hasta 25 metros. Una cueva de hielo por debajo de los mil metros de altitud es tremendamente raro, pero la entrada de fríos vientos del norte mantiene la temperatura por debajo de 0 grados todo el año. Ninguna de estas cuevas es especialmente larga comparada con otras zonas del mundo.
En este paisaje kárstico, solo la cueva de Domica es larga. También la podemos llamar cueva Baradla. En realidad, Domica-Baradla es un sistema de cuevas interconectadas que comunican bajo tierra Eslovaquia y Hungría. La sección húngara es bastante más larga, con 18 de los 26 kilómetros totales. Baradla tiene un brazo principal con siete serpenteantes kilómetros de unos diez metros de ancho. Estacionalmente cuenta con un canal de agua, cuya principal amenaza es la polución por pesticidas y el turismo. La sección de Baradla tiene numerosas cuevas grandes y brazos en los que destacan sus formas y colores. La primera referencia a la cueva es de 1549, aunque fue investigada por primera vez por Joseph Sartory en 1794. A lo largo del siglo XIX se fue cartografiando en detalle y se abrió al público.
Esta zona de karst no tiene lejos la ciudad eslovaca de Kosice, segunda en población del país y con aeropuerto propio. Las cuevas nombradas están bastante alejadas entre sí y son muy distintas, por lo que merece la pena planificar con calma y visitarlas todas con un coche. La de Domica-Baradla tiene visitas guiadas por ambos extremos y especialmente interesantes son las rutas desde el lado húngaro. La cueva de hielo abre solo estacionalmente en verano por las bajas temperaturas. Algunas cuevas, como la de la paz en Hungría o la de Gombasek en Eslovaquia, han sido utilizadas para tratar el asma en lo que se conoce como espeleoterapia. Eso sí, no hay pruebas científicas que avalen la efectividad.
Fotos: Phil Blackburn / Jojo
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