Estupas milenarias
Los monjes budistas de Sri Lanka pusieron por escrito la historia oral de los comienzos de esta isla del Índico. En el Mahavamsa se cuenta la historia del príncipe Vijaya, que llegó en el año 543 a.C. desde la India para cambiar el curso de los acontecimientos. Este príncipe, que atravesó el estrecho de Palk con 700 seguidores, conquistó a una princesa local. Extendió su poder conquistando toda la isla, unificando por primera vez Ceilán. Lo hizo con una división territorial: él se encargaba de gobernar el norte de la isla, la parte conocida como Rajarata, mientras que el resto se dividía entre dos familiares. Tras su muerte, los seguidores de Vijaya buscaron un nuevo asentamiento para localizar la capital, siempre a orillas del río Malvathu, flanqueado de tierras fértiles. Tras pasar por dos asentamientos, llegaron finalmente a Anuradhapura, la que sería capital histórica del país durante cerca de 1.400 años. En Anuradhapura es donde la esencia cingalesa, la identidad nacional más histórica de Sri Lanka, se respira con mayor fuerza. En parte es gracias al símbolo más identitario de todos: el budismo.
En el 437 a.C. ascendió al poder Pandukabhaya, sexto de la línea dinástica y tan relevante como Vijaya. Pandukabhaya fue responsable de expulsar a gobiernos invasores del sur de la India, que sería una constante histórica para los cingaleses. También reunificó a los díscolos reinos locales, iniciando una centralización gubernamental muy avanzada, con gobiernos locales a partir de gente de confianza. Pocas décadas después, con Devanampiya Tissa, se consiguió el factor más aglutinante del país. Este fue amigo de Asoka el Grande, dirigente indio y fervoroso expansor del budismo en sus tierras. Asoka fue la llave para que la nueva religión dominara Sri Lanka. Paradójicamente, la religión luego significaría un factor cultural de diferencia frente a la India, donde a la larga el hinduismo tuvo más tirón. Dutthagamani eliminó en el siglo II a.C. la vieja división de Rajarata. Convirtió así a Anuradhapura en la única ciudad de referencia en la isla hasta el siglo X, reinado solo interrumpido puntualmente por Sigiriya.
Sobre la ciudad existía un asentamiento previo que probablemente se remonte al siglo X a.C. Sin embargo, todo cambió cuando en el 377 a.C. Pandukabhaya la nombró capital del norte. Entonces se rediseñó casi desde cero toda la urbe, con puertas de acceso y un espacio total de un kilómetro cuadrado, no poco por entonces. También se abrió el lago artificial Abhayavapi, primer elemento del fantástico y avanzado sistema de irrigación, marca personal de los ingenieros cingaleses durante siglos. Anuradhapura fue creciendo, especialmente a partir de la introducción del budismo, momento en el cual se empiezan a construir templos. La ciudad se convierte, además de centro administrativo que era, en centro ritual. Aparecen más estanques, jardines e incluso hospitales. Con Dutthagamani es cuando la arquitectura da un salto y se construyen las principales obras. En el 993, los chola del sur de la India conquistaron el territorio y los dirigentes cingaleses se mudaron a Polonnaruwa, de donde no volverían ni tras expulsar a los chola. Tras siglos de abandono, hoy Anuradhapura es ante todo una referencia religiosa.
En Anuradhapura destaca por encima del resto la figura de la dagoba, la construcción más representativa de este lugar. Se trata de enormes estupas en forma de campana de hasta 340 metros de circunferencia. Interiormente son macizas, no hay estancias, y suelen estar rodeadas de columnas monolíticas. La mejor guía para recorrer la arquitectura de Anuradhapura es seguir el recorrido de Atamasthana: los ocho sitios sagrados en los que se supone estuvo Buda. Estos incluyen una higuera sagrada pariente de la que hay en la india Bodhgaya; la estupa más antigua, la de Thuparama; las imponentes Abhayagiri y Jetavanaramaya, que fue en su día la tercera estructura más alta del mundo; el palacio monacal Lovamahapaya; y la estupa Ruwanwelisaya, la obra cumbre del arte cingalés.
Anuradhapura está a 200 kilómetros o cuatro horas de Colombo, la actual capital. Se suele llegar desde aquí o desde Kandy, pero la visita a esta ciudad es en todo caso imprescindible en Sri Lanka. La ciudad moderna tiene unos 50.000 habitantes y está claramente separada de las ruinas, a las que da servicio. En el museo de la ciudad se puede comprar un bono para visitar todos los monumentos y contratar transporte privado si se ve necesario. Es inevitable, a la vez que recomendable, acercarse a alguno de los proyectos hidrológicos de los cingaleses, como el estanque Tissawewa. A solo doce kilómetros de la ciudad está Mihintale, otro de los sitios sagrados del budismo en Sri Lanka. También está cerca el Parque Nacional más grande del país, el de Wilpattu, caracterizado por sus lagos y leopardos.
Fotos: LM TP / Michael Gunther
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