Testando la hecatombe
Nada más acabar la Segunda Guerra Mundial, el mundo se puso inmediatamente a imaginar cómo sería la Tercera. La nueva oposición mundial entre el bloque capitalista y el comunista, encabezados por EEUU y la Unión Soviética, alimentaba posibles escenarios, más aún tras la crisis de los misiles de Cuba de 1962. Si en algo coincidían estos escenarios hipotéticos era que la III Guerra Mundial tendría mucho que ver con la fuerza nuclear. Las demostraciones estadounidenses de Hiroshima y Nagasaki, además de cerrar la guerra con Japón, habían servido directa o indirectamente como aviso a navegantes. Sin nada que ver en esta historia, los habitantes de las 23 islas del atolón de Bikini vivían ajenos a estas tensiones. Sin embargo, justo 23 fueron también las detonaciones de bombas atómicas por parte del nuevo dueño de las islas: EEUU. Además de un símbolo de esta época de tensión geopolítica, el atolón ha servido involuntariamente para que los científicos evalúen y comprendan los efectos que una eventual escalada nuclear tendría en distintos aspectos.
Si no fuera por lo que sucedió esos fatales años, Bikini no pasaría de ser otro de los cientos de atolones del Pacífico, similar a sus compañeros de la cadena marshallesa de Ralik. De origen volcánico y compuesto de caliza y arena, apenas alcanza unos metros y su tierra emergida se sitúa en torno a una laguna de casi 600 kilómetros cuadrados. El atolón fue habitado desde el segundo milenio a.C. por micronesios. Su escasa tierra proveía algo de agricultura que complementaba a sus habitantes la pesca diaria. Los pocos nativos, de fuertes lazos familiares y dirigidos por un jefe o Irojj, empezaron a recibir visitas de occidentales en 1529, cuando Álvaro de Saavedra lo descubrió. Inicialmente españolas, las Marshall fueron exploradas profundamente por John Marshall en 1788. Bikini fue vendido junto al resto a Alemania, ocupado luego por Japón y finalmente conquistado por EEUU en la II Guerra Mundial. Aunque las Marshall son hoy independientes, los lazos con EEUU continúan vigentes a multitud de niveles.
Era febrero de 1946 cuando el gobierno estadounidense pidió a los 167 habitantes de Bikini que se mudaran. La mayoría lo hicieron, en principio temporalmente, a la isla de Rongerik, a 200 kilómetros. EEUU solo había detonado tres bombas por entonces: el test de Trinity como parte del Proyecto Manhattan y las dos de Japón. Quedaba mucho por investigar del nuevo poder y Bikini fue la elegida por la operación Crossroads. A diferencia de Trinity, las primeras explosiones fueron públicamente anunciadas y la prensa fue invitada. Bikini se acondicionó durante semanas: se instalaron bunkers, se trajeron 150 aviones, se construyeron instalaciones para los soldados y sobre todo se abandonaron 95 barcos de guerra para testar su durabilidad. Estos se llenaron además de otros vehículos de guerra y animales vivos. El 1 de julio se detonó la primera bomba, pero fue la segunda, el test Baker, la más impactante. Explotada bajo el agua, produjo una contaminación en el atolón que imposibilitó continuar los test.
Ocho años hubo que esperar para volver a Bikini bajo la operación Castle. Tocaba el turno de probar la temible bomba-H: Bravo, la primera en explotar en la historia, era mil veces más potente que la bomba de Hiroshima. Esta operación fue inicialmente secreta, pero sus consecuencias la convirtieron en un escándalo internacional: jamás EEUU ha contaminado tanto con una explosión nuclear. Castle Bravo afectó especialmente a la población del atolón Rongelap y un barco pesquero japonés, cuyos miembros se convirtieron involuntariamente en parte del test. Pese al escándalo, EEUU aun testaría varias bombas más hasta 1958, aunque el cráter Bravo siempre sería el más visible. A todo esto, los nativos de Bikini, olvidados en primera instancia y alojados en Kili, fueron invitados a volver a la isla en los años 70. Bikini seguía contaminado: lo que se plantaba allí estaba perjudicial. Los habitantes fueron de nuevo desalojados y estos demandaron a EEUU, siendo compensados.
Bikini sigue siendo hoy un atolón abandonado, con restos militares y de explosiones. No obstante, se estima que en un plazo no muy alto podrá ser de nuevo habitada. Un rayo de esperanza es que el coral volvió en 2002 a su laguna. Hasta que llegue ese momento, es posible visitarlo. De hecho, se considera uno de los mejores puntos de buceo del mundo, pero también de los más exclusivos. Las Islas Marshall otorgan solo una licencia y la temporada se restringe de mayo a octubre. Ambos factores limitan el número de buceadores y elevan el precio de forma exagerada. Los que se lo puedan permitir, además, tienen que ser expertos buceadores. Los itinerarios duran unas dos semanas y parten del atolón de Kwajalein. El premio para los privilegiados es bucear entre coral, fauna marina y sobre todo numerosos pecios producto de las explosiones, especialmente el del USS Saratoga.
Fotos: TeeJ / Ron Van Oers
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