Tras la pista del antiguo meteorito
Hay tres vocablos etimológicamente idénticos, pero conceptualmente diferentes: un meteoroide es todo cuerpo menor que vaga por el espacio. Cuando se interponen en nuestro camino y entran en la atmósfera terrestre se denominan meteoros. La mayor parte se consumen por la fricción y presión que sufren, pero algunos llegan al suelo: son los meteoritos. La mayor parte de estos llegan muy disminuidos y, salvo que caigan encima de alguien, ni tienen consecuencias ni forman un cráter. La ciencia-ficción juega con la idea de que en algún momento un enorme meteorito cause un desequilibrio fatal a nivel planetario. No sería el primero: hace tiempo que los meteoritos protagonizan hipótesis sobre las causas de las grandes extinciones de la Tierra. Uno de los más antiguos de los que se tiene constancia cayó en territorio sudafricano hace la friolera de 2.023 millones de años. El cráter de impacto o astroblema de Vredefort ha barrido casi todas las pistas por el tiempo pasado, pero los científicos han encontrado multitud de indicios. El consenso fija el tamaño del cráter en unos 200 kilómetros de diámetro. Esto lleva su anchura a una dimensión que asusta: unos diez kilómetros.
Estamos en el Paleoproterozoico, hace más de 2.000 millones de años. La Tierra es muy distinta, tanto que ni siquiera rota de la misma manera y los días duran veinte horas. La vida ha surgido, pero es muy escasa. La baja disponibilidad de oxígeno la limita a bacterias eucariotas. Es en esta era cuando los continentes que conocemos empiezan a tomar forma con varios procesos de orogénesis. Al final del periodo se unirán para formar el macrocontinente Columbia. En lo que ahora es el sur de África nace el cratón de Kaapvaal. Unos cientos de millones de años después recibe el impacto de Vredefort. Las consecuencias biológicas son mínimas, pero geológicamente aún se notan en varios puntos, especialmente en la bóveda. Cuando el meteorito impactó se creó una onda expansiva en anillos concéntricos y una protusión central causada por el rebote del terreno. Esta es la bóveda que hoy vemos. La mayor parte de estos anillos y bóvedas en la Tierra se han erosionado o perdido en movimientos tectónicos, pero en otros planetas son fácilmente reconocibles.
Hace tiempo se pensaba que la bóveda tenía un origen volcánico, pero esta no es una zona activa. Algo fallaba. El problema era que identificar un impacto tan antiguo es extremadamente complicado por la acción erosiva. Casi como si fueran detectives, varios geólogos fueron hallando pruebas. Las principales fueron varias rocas con cicatrices de haber sufrido procesos energéticos de una presión alcanzada solo por meteoritos. Hablamos de conos astillados, rocas de vidrio pseudotaquilitas, rocas brechas en forma de tableta de chocolate, polimorfos de cuarzo, etc. Las caídas de meteoritos no suelen ser la primera hipótesis. Ahora nos parece obvio, pero fue en 1794 cuando Chladni propuso la entonces peregrina idea de su existencia. En Vredefort fueron los restos de estas rocas los que en los años 90 se acumularon para generar el consenso. La datación del impacto se realizó gracias a rocas estromatolitos con restos fósiles de bacterias.
Hoy quedan pistas de lo ocurrido. Los bordes del cráter se han erosionado totalmente, lo que complica calcular el ancho. Sin embargo, en el centro del impacto tenemos la bóveda, principal legado de Vredefort. Se eleva por encima del manto de sedimentos Karoo y la mitad oeste ha resistido la erosión gracias su origen granítico. En su entorno, las capas bajo tierra se disponen vertical y no horizontalmente. Estas capas ondulan radialmente desde la bóveda. Sus alteraciones causaron que la cuenca Witwatersrand quedara a nivel superficie. No es una cuenca cualquiera: es la mayor reserva de oro de planeta, que ha generado la mitad del oro en el mercado. Se la debemos a Vredefort. A través de la bóveda fluye hoy el río Vaal, uno de los más antiguos del planeta gracias a sus 200 millones de años. Ha creado verticales cañones en una zona natural de praderas y cultivos agrícolas.
Está claro que apreciar el impacto de Vredefort no es una experiencia a nivel turístico: necesitaríamos subir a una estación espacial. Sin embargo, acercándonos a la zona hay posibilidades. Vredefort está unos 120 kilómetros al suroeste de Johannesburgo, una hora y media en coche. Parys, justo en el este, es la ciudad de entrada. Aquí podemos contratar excursiones para disfrutar del río y las montañas: trekking, caballos, rafting, etc. La mejor manera de apreciar el legado geológico es contratar a un guía especialista. Hay varios en Parys y nos llevarán durante medio día o un día por carreteras sin asfaltar en busca de pistas en forma de roca, mientras nos cuentan la historia de Vredefort. Una alternativa es ir a Venterskroon, donde hay una exposición permanente del impacto.
Fotos: Júlio Reis / Francesco Bandarin
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