Arquitectura orgánica en el Sahel
En la región geográfica del Sahel hay una tradición arquitectónica única. El material de partida es el adobe, pero técnica y resultado difieren a otras zonas. La unidad fundamental la forman ladrillos de barro cocido de medidas estándar, llamados ferey, que se unen con un mortero de arena y tierra. Una vez construida la estructura principal, el toque final marca la diferencia. Toda la superficie es igualada con un enlucido de barro y cáscara de arroz del que se proyectan unas vigas de madera de palmera de unos sesenta centímetros llamadas toron. Además de dar estabilidad y aportar estética, estos toron sirven como andamios para los arreglos de la estructura, sujeta a una fuerte erosión. En lugares como la Gran Mezquita de Djenné, estos arreglos se han convertido en festivales anuales de gran relevancia cultural. Esta impresionante mezquita es el principal exponente de esta tradición arquitectónica. No se puede decir que lo sea desde hace mucho, pues se construyó en 1907. Sin embargo, Djenné ya tenía experiencia: en una de sus ciudades antiguas, Djenné-Djenno, se estima que esta técnica lleva practicándose desde hace dos milenios.
Djenné se localiza en el extremo sur del delta interior del Níger, una zona donde este enorme río tiene un gradiente tan mínimo que se embalsa hasta inundar estacionalmente la llanura, aunque en las últimas décadas haya ido a menos. Pese a las sequías, la ciudad se convierte una vez al año en una isla. Muchas viviendas se construyen por ello en pequeñas colinas llamadas toguere. Estas inundaciones fueron clave para que los habitantes de Djenné-Djenno domesticaran el arroz africano. Junto al comercio fueron las actividades principales de la ciudad. Fue uno de los primeros asentamientos de África, datado en unos 2.250 años según los arqueólogos. Esta ciudad se localizaba unos tres kilómetros al sureste de la actual Djenné. En la primera fase fue más pastoral que agrícola y apenas desarrolló jerarquías. El sitio arqueológico se compone de cuarenta montículos en un radio de cuatro kilómetros. Lo más valioso son los montones de figurinas de terracota encontradas. No se saben bien las razones, quizá la llegada de los árabes, pero sobre el año 900-1000 prácticamente se abandonó.
No fue la única. Hay otras ciudades como Hambarketolo, Tonomba y Kaniana que parecen disiparse simultáneamente. Coincide con el ascenso de Djenné, que pudo aglutinarlas a todas. No obstante, esta zona perdió paulatinamente el liderazgo del Sahel occidental en favor de Tombuctú. No queda claro el papel de Djenné bajo el imperio de Mali, pero sí bajo el de Songhai que lidera Gao, cuando es sitiada y conquistada. En todo caso, el comercio fluvial y transahariano va al alza y entra en competencia con el marítimo portugués. Al final, la región declinó, también debido a las guerras de Marruecos y el vacío de poder tras su retirada. Djenné cayó incluso localmente cuando los colonos franceses eligieron Mopti como capital regional. Paradójicamente, es cuando la ciudad y su arquitectura son conocidas por Occidente. A finales del XIX, el barro cocido era ya su distintivo, pero de otro modo: por su muralla y no la Gran Mezquita. La del XIII había sido abandonada cuando Seku Amadu conquistó Djenné en 1818.
El abandono de una estructura en Djenné supone que se disuelva como un azucarillo. Es el precio de apostar por el barro en una zona de cortas, pero intensas lluvias. Los cerca de 2.000 edificios tradicionales tienen dos pisos, tejado plano con tuberías para el agua, columnas como contrafuertes y trabajado parapeto de pináculos sobre la puerta principal. Algunas casas tienen un pronunciado porche: es el estilo Toucouleur, anterior al siglo XX. Las más modernas tienen ventanas decoradas al estilo marroquí. Muchas lo son porque las lluvias obligan en ocasiones a reconstruir edificios enteros. La misma Gran Mezquita vio caer hace poco a una de sus tres torres-minarete de 16 metros de altura. La construcción tiene aspecto de fortaleza y en su interior hay detalles de la influencia colonial en los arcos utilizados.
Djenné tiene 12.000 habitantes. El momento ideal para visitarla es en lunes, cuando se celebra el mercado semanal en torno a la Gran Mezquita que reúne a gente de todas las aldeas. Si no vamos en tour es el mejor día para encontrar transporte. Se encuentra a unas dos horas de Mopti. Tras visitar la mezquita hay que pasear la ciudad y admirar edificios como la casa Maiga. Luego podremos ir en taxi a las ruinas de Djenné-Jéno. La mejor época para ir es a partir de noviembre, cuando el terreno no está inundado y el calor es tolerable. Si vamos con inundación habrá que usar barcas. El festival que parchea la Gran Mezquita se llama Crepissage. Se celebra un fin de semana de primavera, sin fecha determinada. Cada año es más complicado celebrarlo por el menor número de jóvenes voluntarios que participan.
Fotos: United Nations Photo / Ralf Steinberger
2 Comments
Muy interesante documento histórico.
Gracias!