Idilio rural
La región histórica de Hälsingland, unos 250 kilómetros al norte de Estocolmo, es una de las más particulares de Suecia gracias a las Hälsingelagen. Fueron una serie de leyes locales que los habitantes, principalmente granjeros asentados tiempo atrás, se empeñaron en conservar incluso cuando la monarquía sueca y la cristianización habían extendido su dominio hasta aquí. La principal consecuencia de las Hälsingelagen, una translación del derecho oral al papel, fue que las tierras continuaron gestionándose de forma comunal y el feudalismo no triunfó. Desde el siglo XVI, muchos granjeros pudieron vivir bien gracias a la exportación de lino y pieles. Este sistema comunal llegó a su fin a comienzos del siglo XIX, cuando las leyes de redistribución de parcelas suecas, que llevaban en vigor desde 1757, se instauraron por fin en Hälsingland. La nueva situación cambió las reglas del juego. Los granjeros se mudaron fuera de las poblaciones y arriesgaron. Algunos perdieron, pero otros ganaron. Los segundos decidieron decorar sus granjas en una manifestación artística local única.
Los granjeros más hábiles fueron los que supieron captar la creciente y necesaria mecanización en el campo y la necesidad en las ciudades de materias como lino y madera. Los bosques ocupan un altísimo porcentaje de Hälsingland y la madera complementó las tareas del campo. Con la llegada del siglo XX llegó una inevitable emigración y modernización. Las granjas en esta era se estandarizaron. La popularización de los paneles de madera prefabricados eliminó el carácter artesanal de las construcciones vernáculas locales. La artesanía de la madera era una tradición muy asentada en Hälsingland que se benefició de las políticas suecas. Los granjeros habían firmado en el siglo XVII un acuerdo con la corona sueca para construir pequeñas granjas para los soldados de las guerras modernas. Muchas no fueron nunca ocupadas y se cedieron en su lugar a artesanos, que llegaron en gran número. Algunos se establecían y otros eran itinerantes. Especialmente hábiles eran los de Dalarna, que participaron en la decoración de muchas granjas.
El siglo XIX fue el momento en que las granjas de Hälsingland ganaron independencia y tamaño. Los nuevos complejos empezaron a sofisticarse. No era raro que hubiera habitaciones, o incluso una construcción aparte llamada herrstuga, orientadas exclusivamente a las celebraciones o asambleas y que permanecían cerradas el resto del año. Otros cambios fueron la apuesta por el espacio abierto y la ampliación vertical con nuevos pisos. Exteriormente, el aspecto siguió estilos nacionales imitando ladrillo y usando el color nacional sueco, el intenso rojo de Falun. Es en los interiores donde encontramos la originalidad. Las principales estancias, muy especialmente las dedicadas a las celebraciones, eran pintadas con frescos directamente sobre la madera o sobre lienzos fijados. Su estilo, una mezcla de localismos con influencias barrocas, es único. La mayoría de los artistas son anónimos, aunque sí trascendieron algunos. Los motivos son variados: paisajes, patrones, bíblicos, florales, etc.
Se han registrado unas 400 estancias en multitud de granjas de Hälsingland. Ocupando un reducido arco de cien kilómetros, siete de ellas contienen los mejores ejemplos. Tienen entre cuatro y diez estancias decoradas en distintos estilos, temas, colores, etc. Las siete granjas están compuestas por Gästgivars, de gran tamaño, que cuenta con diseños Jonas Wallström imitando brocados de seda; Kristofers, una de las que cuenta con más estancias con distintas funciones festivas y frescos de flores de Anders Ädel; en Pallars destacan las puertas labradas y frescos muy característicos de Svärdes Hans Ersson por su refulgente azul y poco comunes paisajes suecos; Jon-Lars es la más grande al haber sido levantada por dos hermanos que compartieron una entrada y sala de festividades; Bortom Åa es una de las mejor conservadas, no solo a nivel de frescos, sino de los aperos y mobiliario de la época; Bommars muestra una original combinación de papel de pared y frescos; y Erik-Anders es de las más lujosas por sus diseños y materiales como mármol.
Para ver las granjas de Hälsingland, lo mejor es llegar en coche desde Estocolmo. A unas tres horas nos toparemos con el pequeño pueblo de Söderhamn, cerca del cual se encuentra la primera, Erik-Anders, una de las más preparadas para el turismo. Torciendo al noroeste iremos llegando al resto. De las granjas, Bortom Åa es de propiedad municipal y Gästgivars está cedida parcialmente a un grupo artesano, por lo que son más fácilmente visitables. El resto son privadas, pero permiten visitas a grupos bajo reserva previa y generalmente en verano, la mejor época para venir. Si queremos menos complicaciones hay tours organizados que visitan las siete. Hay también un itinerario de trekking que las conecta: Stora Hälsingegårdars Väg.
Fotos: Hievelina / Sanna.lonngren
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