Insólita combinación
Una cultura compuesta de influencias noreuropeas y magrebíes resulta una combinación improbable, pero en Sicilia se dieron las condiciones para que sucediera. En el siglo X, la isla era aún parte del imperio bizantino cuando fue conquistada por los musulmanes, que fundaron el emirato de Sicilia. En el 1038, los bizantinos se plantearon la recuperación y para ello solicitaron la ayuda de la guardia varega, compuesta principalmente de gentes del norte entre los que se encontraba Harald Hardrada, futuro rey noruego, y un gran contingente de normandos. La llegada de estos al sur de Italia unas décadas antes fue clave. Cuando los bizantinos se retiraron de la lucha, ellos continuaron. Especialmente a partir de 1061 con el liderazgo de Robert Guiscard. Tras treinta años de luchas finiquitaron la conquista con la caída del valle de Noto, haciendo de Sicilia un reducto normando con Palermo como capital. Los normandos no arrasaron el legado cultural musulmán, sino que lo fusionaron con sus orígenes creando un estilo visible en la capital, Monreale y Cefalú.
El aprecio de los dirigentes cristianos por la cultura musulmana fue tal que nombraron emires y hablaron árabe. El gran Roger II de Sicilia, que ascendió su condado a reino, fue sin duda el paradigma de dirigente tolerante. Se rodeó de ayudantes de todo tipo de nacionalidad y credo. Las innovaciones agrícolas musulmanas, por ejemplo, permitieron a Sicilia despuntar económicamente. Con estas ganancias, los normandos expandieron sus dominios, promocionaron la traducción de textos griegos y construyeron catedrales católicas. En muchos sentidos podemos hablar de una Ilustración en pleno Medievo. La hija de Roger II, Constanza, se casó con Enrique VI, emperador del Sacro Imperio Germánico. Aunque a corto plazo unirse a la dinastía Hohenstaufen fue un espaldarazo, en realidad supuso la disolución del reino en 1198 y el fin de la cultura árabe-normanda. Es más, poco después unas revueltas terminaron con la expulsión de los musulmanes. Cuando un siglo después Sicilia pasó a manos aragonesas se fusionó con Nápoles. La capital se trasladó a la ciudad del Vesubio dejando a Palermo en un prolongado segundo plano.
La que fuera capital en las eras árabe y normanda contiene los principales ejemplos de la fusión arquitectónica del norte de Sicilia. Esta tiene como cabezas de cartel la arquitectura normanda, marcada por su románico de arco normando, y la decoración musulmana, pero también introduce elementos bizantinos como los mosaicos e incluso toques latinos, judíos y lombardos. Esta amalgama está perfectamente entremezclada en la Capilla Palatina del Palacio Real de Palermo. Presenta arquitectura normanda, pero arcos árabes, con distribución de espacios bizantina y detalles decorativos tanto de mosaicos bizantinos como muqarnas árabes. El palacio de verano de los normandos, Zisa, es por su parte un homenaje completo al arte árabe. Entre las iglesias destaca San Juan de los Eremitas, cuyas esféricas y rojas cúpulas podrían pasar inadvertidas en una ciudad árabe, o Martorana, puramente bizantina en su credo, cruz griega y mosaicos. La catedral de Palermo, sin embargo, ha tenido tantas renovaciones que hoy destaca en ella su barroco.
Para ver catedrales puramente árabe-normandas hay que ir a las cercanas Monreale y Cefalú. La primera fue lugar de exilio del obispo de Palermo en la invasión musulmana. Quizá por ello, el rey normando Guillermo II construyó la catedral. Fue en la segunda mitad del siglo XII, con el estilo asentado. De planta basilical y gran tamaño, en el interior destacan los enormes paneles de mosaicos sobre fondo dorado. El complejo incluye también un fantástico claustro de 228 columnas con capiteles ornamentados, todos diferentes. La de Cefalú fue obra la obra magna de Roger II. Concebida como mausoleo real y aspecto de fortaleza, el estilo gira más hacia el románico normando. Son también los mosaicos los que le dan la fama. Aunque se planeó forrar el interior entero, solo en el presbiterio destacan el tamaño y luminosidad del Pantocrátor y la Virgen María acompañada de arcángeles.
Lejos de glorias pasadas, Palermo sigue siendo la capital y ciudad más poblada de Sicilia, por lo que es puerta de entrada para el turismo. El centro se puede localizar en Quattro Canti, desde donde tendremos casi todos los monumentos a mano. Necesitaremos más tiempo para llegar al palacio Zisa o el Ponte dell’Ammiraglio, obra de ingeniería árabe-normanda. Una de las mejores vistas es desde las torres de Monreale, a unos diez kilómetros del centro y con acceso con autobús. Cefalú también tiene acceso en tren o autobús, pero nos llevará alrededor de una hora. Merece la pena dar un largo paseo por la ciudad y hacer noche, porque además es puerto idóneo para las islas Eolias. La gastronomía de Palermo es precursora de la comida rápida con platos como pani ca meusa, un bocadillo de casquería, o los panelle, de influencia árabe.
Fotos: Vaido Otsar / matteo77
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