Marca suiza
La historia de la medición del tiempo tiene más de 4.000 años, cuando los sumerios inventaron el sistema sexagesimal que usamos hoy. Con ellos se inició una de las historias de innovación más larga en las civilizaciones, los relojes. Tras multitud de soluciones con distintas limitaciones, el primer reloj mecánico llegó en el siglo XIV. Un siglo después se inventó el motor de resorte, que permitió dar cuerda a los primeros relojes de muñeca y bolsillo, aunque no ganaron en exactitud hasta el siglo XVII. Hoy amenazados por los teléfonos móviles, los relojes sobreviven principalmente como complemento estético, pero durante mucho tiempo la calidad y exactitud fueron virtudes buscadas. Si hay un país que se identifica con ambos conceptos en el mundo de la relojería es Suiza. Pese al empuje de productos sustitutivos y competidores asiáticos, Suiza sigue produciendo anualmente más de veinte millones de relojes e históricamente no tiene rival. En este pequeño estado hay ciudades enteras dedicadas a esta industria. Dos ejemplos son La Chaux-de-Fonds y Le Locle, rediseñadas en el siglo XIX como ciudades-fábrica.
Estamos en una sección de las montañas Jura, que separan Suiza de Francia, más cerca de ambas ciudades que la capital del cantón Neuchâtel. En esta zona por encima de los mil metros, poco adecuada para la agricultura, ambas ciudades nacieron en el siglo XIV como feudo de la familia Valangin. Le Locle era entonces más grande, pero en todo caso modesta. En el siglo XVII se introdujo en las dos la artesanía de relojes, evolucionando a industria poco a poco. Desde el inicio se instauró un sistema de división del trabajo denominado establissage en el que cada trabajador realizaba una pieza determinada que luego un trabajador más avezado ensamblaba. Esta primitiva cadena de montaje fue tan innovadora que es mencionada por Marx en El Capital. Lo que no había era concepto de fábrica y cada trabajador estaba en su casa-taller. La relojería atrajo a mucha gente, creciendo ambas ciudades a buen ritmo durante el siglo XVIII. Especialmente La Chaux-de-Fonds, que tomó la delantera. Tres grandes incendios las marcaron entonces: 1794 en La Chaux-de-Fonds y 1833 y 1844 en Le Locle.
A esas alturas de la historia, ambas ciudades estaban entregadas al mundo de los relojes, por lo que se aplicó una extrema racionalidad a la hora de rediseñar el urbanismo. El concepto que nace es un esquema rectilíneo de calles paralelas orientado a iluminar casas y talleres dispuestos para facilitar la cadena de montaje. La disposición tuvo desde el comienzo el previsible crecimiento, con La Chaux-de-Fonds llegando a 40.000 habitantes a comienzos del siglo XX. Por entonces, el ferrocarril había unido ambas ciudades con Neuchâtel respondiendo una vez más a las necesidades de la industria. Otros países se habían unido a la fabricación de relojes con ideas de estandarización y reducción de costes. La industria de Neuchâtel fue nuevamente pionera al adaptarse añadiendo en la cuadrícula urbana fábricas anexas a las viviendas. Orientados a la exportación, los vaivenes económicos han golpeado ambas ciudades, que desde los años 70 se adaptaron una vez más a una nueva innovación, el reloj de cuarzo.
La Chaux-de-Fonds y Le Locle son dos ejemplos de ciudades industriales monotemáticas del siglo XIX. Ambas siguen alojando más de 500 empresas relacionadas con los relojes de distinto tamaño. Dentro de los entramados urbanos se distinguen varios tipos de edificios según finalidad y origen: las casas de artesanos más antiguas, de pequeño tamaño por las escasas necesidades de espacio y energía; el edificio mixto fue una evolución a partir del trabajo del establisseur o ensamblador; finalmente, las fábricas respondieron a la expansión del siglo XIX, aunque en ningún caso hablamos de grandes edificios. También entonces se multiplicaron las viviendas de los trabajadores de estas fábricas. En estos entramados no hay grandes monumentos, aunque se puede nombrar el ayuntamiento de Le Locle y varias mansiones de los más destacados relojeros, incluyendo algún ejemplo de Le Corbusier, nacido en La Chaux-de-Fonds.
Esta ciudad está a media hora de Neuchâtel por carretera y tren y en solo diez minutos más llegaremos a Le Locle. Aparte de dar un paseo, lo principal es visitar museos. En La Chaux-de-Fonds merecen la pena el Internacional de la Relojería, recomendable su audioguía, y Espace de l’Urbanisme Horloger, dedicado al urbanismo del siglo XIX. Le Locle, menos visitada, cuenta con otro museo de relojes. Otra región cercana donde comprar un preciado reloj es Val de Travers. Si queremos algún recorrido natural, en torno a La Chaux-de-Fonds hay siete propuestas identificadas por colores. La zona de Neuchâtel es famosa por sus fondues de quesos, seguramente el plato suizo más internacional, y sus vinos blancos.
Fotos: Horology / Nelson Minar
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