Manto expuesto
La litosfera es la capa más externa del planeta. De un grosor entre diez y cincuenta kilómetros, se compone principalmente de corteza y una porción del manto terrestre. Este ha emergido a la superficie en contadas ocasiones y lugares en nuestra historia geológica, por lo que cazar el fenómeno en directo es un regalo para los geólogos. Es justo lo que sucede en la isla australiana de Macquarie, situada en medio de la nada, a medio camino entre Tasmania y Antártida. La formación de la isla es una de las más originales que se han estudiado. Localizada justo en el límite entre la placa indo-australiana y pacífica, empezó con la formación de corteza oceánica hace más de once millones de años. Esta expansión se detuvo y la corteza empezó a comprimirse hasta expulsar profundas rocas, como si apretáramos un tubo de pasta de dientes. Finalmente, hace unos 600.000 años, Macquarie asomó por encima del mar exponiendo rocas ofiolitas originadas seis kilómetros bajo tierra. No son las únicas ofiolitas expuestas, pero el valor de Macquarie reside en que el fenómeno es tan reciente que apenas se han deformado.
Lejos hasta de islas igualmente aisladas, Macquarie tiene una pronunciada forma alargada con 35 kilómetros de largo y solo cinco de ancho. Está completamente atravesada por una cordillera que alcanza los 410 metros de altura, pues en realidad Macquarie es la punta de una cordillera submarina solo mínimamente emergida, aunque el empuje esté haciendo que gane progresivamente centímetros. Sus costas llevan tiempo sufriendo la acción erosiva de mar y viento y los terremotos son habituales. Son factores que superan a la escasa glaciación a la hora de dar forma a Macquarie. Geológicamente está dividida en dos partes gracias a procesos consecutivos en el tiempo. La sur tiene origen volcánico y es típica de las fisuras entre las placas que provocan la deriva continental. Lo más visible aquí son los cojines de lava que forma el basalto. Siendo un fenómeno propio de pocos lugares como Islandia, la parte norte es la más relevante por sus ofiolitas expuestas que no han sufrido un proceso de soldadura con la placa continental.
Otro de los valores de Macquarie es su biodiversidad, aspecto que comparte con las cercanas islas subantárticas neozelandesas. Las afinidades taxonómicas de la flora de Macquarie con estas son sobresalientes. Pese a la lejanía con otros territorios, que también provoca mucho endemismo, en Macquarie hay unas cincuenta especies de plantas vasculares que se dividen entre las que crecen en zonas secas o húmedas. En todo caso, en Macquarie no veremos árboles, solo plantas no leñosas. Entre la fauna destacan los mamíferos marinos y las aves. Distintas especies de leones, lobos y elefantes marinos se citan en sus orillas en poblaciones que alcanzan las decenas de miles de individuos. Las aves multiplican estos números, pues se estima que unos 3,5 millones de individuos anidan aquí. Dos lo hacen de forma endémica: el pingüino real, con colonias de hasta un millón de ejemplares, y el cormorán de la Macquarie, en situación más vulnerable.
Especialmente mamíferos y pingüinos han tenido épocas muy complicadas desde que Macquarie fue descubierta en 1810. De hecho, su descubridor, Frederick Hasselborough, estaba buscando sitios para cazar distintas especies de focas toda vez que su caza en Tasmania, Nueva Zelanda y otras islas subantárticas se estaban desabasteciendo. Hasselborough tomó la isla en nombre de Nueva Gales del Sur, cuyo gobernador de entonces era Lachlan Macquarie. La gran era de caza duró hasta 1819, cuando las comunidades de varias especies empezaron a renquear. Durante décadas, la isla no tuvo más noticias que algún naufragio, pero a comienzos del siglo XX hubo un repunte de caza al repoblarse la isla y ganar relevancia la grasa de foca. Sin embargo, en 1933 empezó la protección activa y actualmente solo está presente una estación científica en el istmo de la parte norte. Su principal actividad ha sido eliminar la muy dañina fauna exótica. Hoy ya no veremos gatos salvajes, roedores ni conejos.
Visitar Macquarie es todo un reto logístico y económico por su lejanía, pero es factible. Periódicamente parten expediciones que aprovechan el largo viaje para visitar las otras islas subantárticas e incluso Antártida. Parten de Tasmania o la isla sur de Nueva Zelanda y les lleva unos tres días en alta mar. Luego dedican dos días a Macquarie visitando la estación científica y varias comunidades de animales. No hay alojamiento y se duerme en el barco, al que se llega siempre en zodiac porque no está permitido atracar en la isla. También llevaremos siempre un ranger a nuestro cargo. El clima es menos frío de lo que podría esperarse, aunque la nieve es habitual. De junio a octubre es mejor evitar el viaje, aunque la lluvia la tenemos casi asegurada siempre.
Fotos: david / Hullwarren
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