Catástrofe inédita
La París del Caribe, la llamaban. El 8 de mayo de 1902, sin embargo, Saint-Pierre desapareció del mapa cuando se cruzó en su camino la Montaña Pelada, protagonista de la peor catástrofe volcánica del siglo XX. Las primeras señales llegaron el 23 de abril, pero las autoridades no se alertaron ante las nubes de ceniza ni el olor a sulfuro. La gente que vivía cerca del monte, no obstante, se dirigió a la capital buscando agua potable y mayor seguridad tras un corrimiento de tierras. Un marinero napolitano abandonó la ciudad en su barco declarando que haría lo mismo si viera al Vesubio así. Tenía razón. Al día siguiente, una enorme nube de ceniza a mil grados viajando a más de 100 km/h arrasó Saint-Pierre en segundos. Apenas un puñado de supervivientes y 30.000 muertos fue el saldo tras otros episodios destructivos durante los tres años que duró la erupción. Involuntariamente, la Montaña Pelada se convirtió en una de las fuentes de conocimiento de vulcanología más relevantes para la ciencia.
Martinica es una de las islas del archipiélago de las Antillas menores en el mar Caribe. Como el resto, su origen es volcánico y emergió hace unos veinte millones de años. Centro y sur, mucho más planos y llenos de playas de arena blanca, es donde está la mayor parte de población y el turismo de relax, mientras que en el norte la rugosidad complica la presencia de asentamientos y la naturaleza domina el paisaje. Es aquí donde se encuentran los principales volcanes o, como se denomina en áreas francófonas, pitones. Además de la Montaña Pelada tenemos los pitones Carbet, más al centro, acompañados por el Morne Jacob. Son más antiguos, aunque no lleguen al millón de años, y se formaron por la explosión de un gran volcán, sobrepasando varios los mil metros: Lacroix, Piquet, Dumauzé o Alma. Sin reciente actividad conocida, Carbet es un mirador privilegiado hacia la Montaña Pelada, pico más alto de Martinica con 1.397 metros, al menos de momento.
Ocupada por indígenas caribe cuando Cristóbal Colón la avistó, Martinica fue colonizada por franceses en 1635. Estos pioneros fundaron la antigua Saint-Pierre en el lado oeste, más conveniente para la navegación, pero demasiado al norte. La erupción de 1902 es un hito de la vulcanología y provocó la construcción del primer observatorio volcánico orientado a entender y prevenir catástrofes. La erupción también destacó por la creación de una aguja de 350 metros de altura sobre el volcán, documentada en varias fotografías, que inevitablemente colapsó semanas después. El análisis posterior de lo que ocurrió en la Montaña Pelada mostró a la vulcanología un nuevo tipo de erupción solo unos años después de que el italiano Giuseppe Mercalli propusiera los primeros tipos. Las erupciones peleanas alternan domos de lava con explosiones de tipo vulcaniano que forman nubes piroclásticas como la que arrasó Saint-Pierre. Son las más temidas, aunque dejan margen para la evacuación si uno sabe lo que viene.
Esta actividad y el clima lluvioso explican la gran conservación natural que ha tenido la mitad norte de Martinica, donde las selvas se extienden ininterrumpidamente desde la costa hasta las faldas de los volcanes. En las partes más bajas se mezclan bosques primarios y secundarios, en recuperación, mientras que la superior abundan los arbustos. La pequeña fauna es también relevante. Hay especies endémicas entre las aves, murciélagos, ranas, serpientes, caracoles, arácnidos e insectos. Es famosa la víbora cabeza de lanza, cuyo control ha provocado serios problemas para la fauna de la isla. Hace unas décadas se introdujeron mangostas para cazarlas, pero como en otros casos de especies exóticas, la población de estas se descontroló. No es la única especie exótica, siendo esta una de las principales amenazas a la biodiversidad junto a la reducción de hábitat y la caza.
Martinica, con unos 350.000 habitantes, recibe aproximadamente un millón de turistas anuales, la mitad en cruceros. Desde Europa, el punto de partida es París, pues no deja de ser una isla francesa dentro del espacio Schengen. Las dos actividades preferidas se dividen entre las playas del sur y el senderismo por los volcanes del norte. Para lo segundo contamos con varios itinerarios como los pitones de Carbet, el complicado y largo de Grand Rivière y por supuesto el ascenso a la Montaña Pelada. Este último, en su ruta de Aileron, es el más asequible aunque no es para todas las formas físicas y exige madrugar. En todos los casos es buena idea ir con un guía. Para descansar podemos hacer una visita a la reconstruida Saint-Pierre y degustar la cocina local, mezcla de influencias con platos como las accras de bacalao, una especie de rosquilla frita, y el pulpo. La temporada alta de la isla va de diciembre a abril, cuando el clima es ideal.
Fotos: kenshiraw / Thomas Jundt
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