Solución final ruandesa
Podía haber sido una guerra civil más de tantas que han asolado al continente africano, pero su acto final lo cambió todo. Tanto, que uno de sus protagonistas se convirtió en la primera persona en ser sentenciada por genocidio por un tribunal internacional. Fue el primero de un centenar de sentenciados, escaso castigo para uno de los actos más infames de la historia por su relación muertos por días: en poco más de tres meses, unos 800.000 tutsis, twas y hutus moderados fueron asesinados. Era la solución final para un conflicto civil que hunde sus raíces en la historia política ruandesa, incluida la etapa colonial. El fin del genocidio no fue más que el comienzo de un largo y tormentoso proceso para sanar los traumas de una sociedad extremadamente violentada. Aunque en relativa calma, sigue trabajando en ello con las nuevas generaciones y parte de ello es rendir tributo a las víctimas a través de varios sitios conmemorativos que tratan de dibujar el horror de aquellos cien días de 1994.
Situado en el rift africano, entre los lagos Kivu y Victoria, Ruanda es uno de los estados menos extensos de África, pero el más denso. Toda su población tiene origen etnolingüístico bantú y es Banyarwanda, pero este término tiene trampa. Se trata de un neologismo encaminado a limar las asperezas históricas entre los dos grupos étnicos mayoritarios ruandeses: hutus y tutsis. El origen de las diferencias entre ambos es controvertido y la falta de registro histórico complica entender la evolución precolonial de esta oposición. Sabemos que en el siglo XIX el tutsi Rwabugiri consiguió unificar la zona bajo un reino pro-tutsi que no hizo sino agravarse con el control colonial de Alemania y Bélgica. Las tensiones derivaron en una primera limpieza étnica pro-hutu en 1959 que vino seguida de un cambio de timón político con el ascenso al poder de los hutus. Muchos tutsis se convirtieron en refugiados en los países vecinos, caldo de cultivo que derivó en la guerra civil. En 1990, el Frente Patriótico Ruandés (RPF) declaró la guerra al gobierno hutu. Tras tres años, se firmó una precaria paz que quedó en nada cuando el 6 de abril de 1994 el líder hutu fue asesinado.
Juvénal Habyarimana, presidente ruandés desde 1973, estaba a bordo de un avión cuando un misil lo derribó. Todavía se debate quién lanzó el misil, pero sabemos sus consecuencias. El vacío de poder y la sed de venganza encendieron las huestes hutus, que a través de las milicias Interahamwe lanzaron un ataque indiscriminado contra la población tutsi. Señalados por sus vecinos, asesinados a machetazos, violadas en cantidades nunca vistas, el genocidio ruandés dejó sin palabras a la opinión internacional, pero los movimientos políticos fueron lentos. Bajo el mandato de la ONU, Francia lanzó la controvertida operación Turquoise. En paralelo, el RPF retomó las armas y recuperó el poder para los tutsis dando fin al genocidio, pero no al conflicto. Con los grupos hutus huidos a República Democrática de Congo, los tutsis provocaron dos guerras en el país vecino. En aras de la reconciliación con su pasado, Ruanda eligió cuatro sitios que simbolizan el genocidio: dos escenarios de masacres y dos memoriales.
En el genocidio ruandés, la religión no jugó papel alguno, pues ambos grupos son cristianos, pero las iglesias no fueron refugio. La de Nyamata fue escenario de una masacre que se llevó la vida de unas 10.000 personas y hoy son objeto de una ceremonia anual conmemorativa. Esta iglesia estaba construida en ladrillos de terracota, como las escuelas técnicas de Murambi donde también aconteció una de las masacres más simbólicas del genocidio por la resistencia de los tutsis, que desarmados plantaron cara a base de piedras durante días. En Bisesero hay un memorial sobre una colina formado por tres edificios que rinden tributo a la comunidad tutsi de Kibuye, totalmente aniquilada. Finalmente, el memorial de Gisozi está en la capital y es por tanto el más simbólico y grande de todos. Cuenta con cementerios comunales, un espacio educativo, anfiteatro, jardines y espacios para ayudar a las víctimas en la superación del trauma.
Poco a poco, Ruanda se está abriendo al turismo y Kigali suele ser la entrada, especialmente si llegamos por avión. El memorial de la capital es de lejos el más visitado por esta circunstancia y el único en el que es habitual ver extranjeros. Podemos llegar fácilmente en taxi y su visita es gratuita, aunque aceptan donativos y sí tendremos que pagar por permiso para hacer fotos, audioguías o visitas guiadas. Todos los años entre los días que comprendieron el genocidio se enciende una llama. Se celebran actos conmemorativos el primer y último día. El resto de sitios son también fácilmente visitables en ruta si pasamos cerca de ellos, pero los visitantes habituales suelen ser nacionales, sobre todo colegiales.
Fotos: Kigali Genocide Memorial / Fanny Schertzer
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