Planetas caseros
El siglo XVIII fue llamado de las luces por el triunfo de la razón en muchos campos de la sociedad. Este camino no estuvo exento de tropiezos, como muestra la predicción del alineamiento planetario del 8 de mayo de 1774. La ciencia había avanzado lo suficiente como para calcular que ese día Júpiter, Marte, Venus, Mercurio y la Luna estarían alineados. Eelco Alta, astrónomo aficionado y teólogo, publicó un tratado en el que aventuraba que tal acontecimiento provocaría un armagedón con el choque de planetas y desplazamiento de la Tierra. A nuestros ojos un argumento ingenuo, pero en la ciudad holandesa de Franeker, donde vivía Alta, la hipótesis causó pánico. Cuenta la leyenda que fue por esto que otro vecino, Eise Eisinga, construyó un planetario con el fin de desmentir las ideas de Alta. Sea como fuere, se empleó a fondo durante varios años y produjo una pieza tan bella como útil. El tiempo trató bien esta increíble pieza de artesanía y mecánica considerada el planetario en funcionamiento más antiguo del mundo.
Eise Eisinga nace en 1744 en la región holandesa de Frisia, en el seno de una familia burguesa dedicada al cardado mecánico de la lana. Con el futuro orientado a este negocio, su familia no apostó por su educación, pero Eisinga era un joven curioso. Matemáticas y astronomía eran sus materias favoritas y de forma autodidacta logró desarrollar su conocimiento especializándose en el cálculo de los movimientos de los planetas. Con solo 17 años escribió un par de libros científicos antes de casarse y construir su planetario. El proyecto le llevó siete años y contó con la ayuda de un relojero de Franeker. Esta ciudad estuvo en el centro de la crisis política Patriottentijd que explotó en 1781. Eisinga eligió mal el bando y tuvo que vivir exiliado durante una larga temporada hasta que pudo volver en 1795. Desde su regreso dedicó su tiempo a la lana y su afición astronómica. El planetario había llamado la atención de profesores universitarios y recibía regularmente visitas, hecho que Eisinga reflejó desde el comienzo en un valioso libro de visitas.
Afortunadamente, Eisinga tomó decisiones vitales para la supervivencia del planetario. Nada más acabarlo escribió un completo manual de instrucciones para hacerlo funcionar y mantenerlo. La idea era que sus hijos heredaran esta labor, cosa que cumplió Jacobus hasta que en 1858 donó el planetario al estado holandés con la condición de conservar el mecanismo de por vida. Esto implica dar cuerda al mecanismo regularmente, dependiendo de cada parte. El estado cumplió y el planetario ha estado en continuo funcionamiento salvo el periodo de tiempo en que Eisinga estuvo exiliado por sus filiaciones políticas y tras una cercana explosión en la II Guerra Mundial. Poco antes, en 1930, la vivienda del planetario quedó deshabitada, pero abierta al público como centro educativo. Hoy es uno de los focos de Franeker, una ciudad histórica de Frisia que tras el cierre de su universidad en el siglo XIX entró en cierto declive y apenas cuenta con 12.000 habitantes.
El planetario de Eisinga ocupa el techo del antiguo salón, que marca la longitud máxima que se pudo plantear el astrónomo, algo más de tres metros. Este concepto de pequeños planetarios de interior había nacido de la mano del danés Ole Rømer poco antes con el fin de explicar la nueva dinámica marcada por el heliocentrismo. Efectivamente, aquí el sol ocupa el centro del azulado y dorado techo de Eisinga y a su alrededor orbitan los planetas conocidos en aquel momento. Lo hacen con unas distancias entre sí a escala, lo que sumado a la velocidad controlada por el mecanismo hace que la posición de los planetas sea permanentemente un perfecto reflejo de la realidad. Parecen estar quietos, pero están moviéndose a velocidad real, de modo que Saturno tarda 29 años en dar una vuelta completa alrededor del sol. Encima del techo está el mecanismo que lo hace posible, formado por una combinación de cuatro ruedas dentadas, un péndulo y nueve pesas móviles. Además del planetario, en el techo se representan el zodíaco, las fases lunares y otros temas astronómicos.
Franeker está en el norte de Países Bajos, a hora y media de Ámsterdam por carretera, aunque tiene su propia estación de tren. Esta pequeña ciudad permite un corto paseo antes de visitar su principal atractivo, el planetario. Este abre a diario y muestra una sencilla exposición de material astronómico, documentos históricos y una parte interactiva más orientada a los niños. En la habitación del planetario en sí es habitual que haya charlas explicativas en distintos idiomas. En el edificio de al lado hay además un restaurante asociado al planetario. Si tenemos curiosidad y gusto por la relojería, la de Jacob ten Hoeve no está lejos de Franeker y es la encargada de mantener el mecanismo del planetario.
Fotos: bert knottenbeld / Willem van Valkenburg
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