Tradición natural y esculpida
En los años 50, la artista austríaca Susanne Wenger se convirtió en la artista yoruba Adunni Olurisa. Su transformación revela una de las historias personales más apasionantes del siglo XX. Nacida en Graz en 1915, Susanne estudió artes antes de verse atraída por el comunismo y vivir en varias ciudades. En 1949 llegó a París y conoció a su marido, un lingüista al que poco después le salió trabajo en Nigeria. Esta involuntaria mudanza cambió la vida de Susanne. El país más poblado de África estaba entonces viviendo una transición a la modernidad. Las viejas y tribales tradiciones se dejaban a un lado y pocos se oponían. Susanne contrajo la tuberculosis y conoció a un sacerdote de la etnia yoruba. Experimentó una revelación que la transformó en Adunni. Se divorció, se casó con un músico yoruba y arrancó una interminable lucha por la preservación de la cultura de este pueblo. Las circunstancias la habían llevado a Oshogbo, en cuyas afueras sobrevivía a duras penas uno de los bosques sagrados yoruba. El trabajo de Susanne dio sus frutos: montó una escuela de arte y bajo su liderazgo el bosque sagrado de Ochún-Oshogbo pervivió.
Susanne murió en 2009 tras dedicar cincuenta años a Ochún-Oshogbo. Estos bosques eran habituales en el pasado precolonial. Los poblados solían tener uno asociado a las afueras como lugar de descanso y espiritualidad protegido por sacerdotes. Suponían la conexión de las tribus con su entorno ambiental, marcado en esta región por la sabana y la influencia del enorme delta del Níger. El río Ochún no es uno de sus afluentes, sino que fluye hacia el sur desembocando en la laguna Lekki. Según los yoruba, el origen de este río fue la transformación de una deidad femenina u orisha. Además del agua, lo es del lujo, placer, sexualidad, fertilidad, belleza y amor. Ser la única fémina en el panteón yoruba le costó inicialmente a Ochún el desprecio del resto de dioses, pero se hizo valer. Un malentendido con otra esposa de su marido la convirtió. Su peso entre los yoruba es tal que en la diáspora yoruba sobrevivió vía comercio de esclavos y se sincretizó con el catolicismo en países como Cuba y Brasil.
Los yoruba no son precisamente una etnia minoritaria: sus cuarenta millones de individuos suponen la segunda de un país con más de 500. Tuvieron su propio reino en el siglo VIII, lo que favoreció un urbanismo avanzado para estas latitudes. Cuando llegaron los mercaderes de esclavos, las élites del imperio Oyo vendieron a sus semejantes. A su vez, el imperio se vio acosado por los musulmanes fulani y se diluyó. Las ciudades-estado lucharon entre sí y contra la islamización, pero se debilitaron en el proceso integrándose en la moderna Nigeria. Hoy, su identidad goza de buena salud, aunque por el camino perdieron la religión. La practican unos cinco millones de personas, aunque parte sobrevive en sincretismo con católicos y musulmanes. En Oshogbo se ha hecho fuerte. La fe se renueva anualmente gracias al festival Ochún-Oshogbo. Durante dos semanas la ciudad se purifica culminando en el encendido de una lámpara y el ensamblaje de una corona. El acto final es una procesión que va de la ciudad al bosque Ochún-Oshogbo. El líder local ataoja y el sacerdote principal presiden el festival.
El bosque Ochún-Oshogbo cuenta con 75 hectáreas de bosque primario en un 70%. Es un superviviente a nivel ecológico con poblaciones de primates amenazados. Sin embargo, lo valorable no es su lado natural sino simbólico. Pasado el tiempo de abandono, que atrajo a especuladores y cazadores furtivos, el bosque vuelve a resplandecer. Está vallado y atravesado por el río Ochún. En él se distribuyen cinco zonas de rezo a deidades, nueve puntos de rezo a orillas del río, dos palacios y cuarenta capillas. La obra de Susanne se refleja en quince de estas. Creó la New Sacred Art reclutando a artistas locales como Adebisi Akanji para engalanar el bosque. Esto rompió un tabú: que el arte fuera producido solo por la familia Gbenagbena. El trabajo de Susanne ha tenido un valor incalculable, pero sí tangible: esculturas de varios materiales, no solo la tradicional madera, pinturas y elaborados tejados.
Oshogbo tiene dos millones de habitantes. No está en el ámbito de los yihadistas, pero es bueno informarse de la situación del país. Desde la capital Abuja hay unas tres o cuatro horas de camino. La visita al bosque es guiada, lo que nos ayudará a entender los simbolismos de cada rincón. Hay algunos sitios no permitidos a occidentales. Para acabar es buena idea pasarse por la casa de Susanne y algún centro o escuela de arte. La de Nike Davies es famosa y organiza además visitas al bosque Ochún-Oshogbo. El festival se celebra los meses de agosto y está abierto a turistas, que acuden en mucho mayor número en esta época.
Fotos: Whitebread ajanaku / jbdodane
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