Capital moderna
En muchas ocasiones, la capital de un estado llega por inercia: Roma, París, Londres, etc. Otras veces se genera un debate nacional que incluye otros factores. Dos grandes ciudades pueden rivalizar hasta elegir una ciudad neutra, como Canberra en Australia. También la localización céntrica juega su papel, razón por la cual la otrora modesta Madrid se convirtió en capital de España. Este es el caso de Brasil, con la diferencia de que aquí no había ni una pequeña villa. Desde el declive de la minería brasileña, la costa del sudeste del país fue el polo político y económico gracias a la pareja Río de Janeiro y Sao Paulo. El gobierno brasileño quiso apostar en el siglo XX por un crecimiento más uniforme entre sus regiones cambiando su capital a un punto céntrico del planalto brasileño. El siguiente paso fue diseñar una capital desde cero, cuya planificación se dejó en manos de Lúcio Costa en 1957. Este puso en juego muchas corrientes modernas, mientras que su amigo Oscar Niemeyer hizo realidad el plan como arquitecto jefe.
Las primeras sugerencias de mover la capital brasileña llegan poco después de la independencia de mano de José Bonifácio, consejero del rey. La constitución de 1891 oficializó la intención. De hecho, se eligió la localización con ayuda del astrónomo Luíz Cruls, pero hubo que esperar a los años 50 para que se convocara el concurso que ganó Costa. Esta controvertida figura de la arquitectura brasileña había descubierto el modernismo a finales de los años 20 con Le Corbusier como principal influencia. Su plano piloto para Brasilia fue lo más cercano a la utopía modernista: un amplio espacio vacío y pocos límites presupuestarios. El diseño principal se basó en una gran cruz en la que cada eje tenía una función: el este-oeste monumental y el norte-sur residencial. En el primero se dispondrían los edificios oficiales propios de una capital, pero el segundo es más interesante urbanísticamente. Costa diseñó las llamadas superquadras, urbanizaciones privadas integradas en la naturaleza de máximo seis alturas con apartamentos de distintas categorías para lograr la integración social. Fue lo más cercano a la materialización de la Ville Radieuse de Le Corbusier.
Ambos ejes fueron vertebrados con anchas avenidas para que el creciente tráfico fluyera. Se juntan en Rodoviaria, justo en el cruce de ejes, donde se localizó el eje financiero, hotelero y de ocio. Cada decisión que tomó Costa fue aplaudida y criticada a partes iguales, pero en todo caso el presidente Kubitschek dio luz verde y se iniciaron las obras. Es entonces cuando se unen dos nombres clave: el paisajista Burle Marx y el arquitecto Niemeyer, mayor figura brasileña de esta disciplina. Era un viejo conocido de Costa y del presidente, pues cuando Kubitschek era alcalde de Belo Horizonte coincidieron en el diseño del distrito Pampulha. El proyecto de Brasilia era más ambicioso y le llegó en el cénit de su carrera. Dio rienda suelta a su pasión por el hormigón y las formas abstractas, pues sus edificios son casi esculturas funcionales. Brasilia fue construida en solo 41 meses e inaugurada en 1960, creciendo rápidamente al atraer inmigración de todo el país.
El primer paso fue el lago artificial Paranoá, orientado a dotar de agua y humedad a Brasilia. En sus orillas están las villas más lujosas, como el palacio de Alvorada, residencia del presidente. En el lado este del eje monumental está la plaza de los Tres Poderes, en la que se dan cita los edificios del poder ejecutivo, legislativo y judicial, todos diseñados por Niemeyer. Destaca el Palácio do Planalto del ejecutivo y el conjunto del Congreso, formado por dos estructuras esféricas, una para cada cámara, y dos torres verticales entre medias para oficinas. El resto del eje está formado por la esplanada ministerial, monumentos como el de la Patria y Libertad Tancredo Neves, la enorme torre de TV, el reciente Complejo Cultural de la Repúlbica y la sorprendente catedral. Consta de una estructura hiperboloide de 16 columnas de hormigón y techo de cristal que proyectan al visitante hacia el cielo.
La ciudad ha crecido más de lo esperado y supera los dos millones de habitantes. Tiene más visitantes de negocios que turistas, pero atrae a muchos estudiantes de arquitectura. Un urbanista se dará cuenta de lo poco amable que es con el peatón, pero al menos el transporte público funciona bien. Lo primero es coger perspectiva subiendo al mirador de la torre de TV y luego acercarse a esplanadas y plazas. Para acabar el día podemos ver la puesta de sol a orillas del lago, en la Ermida Dom Bosco. Hay que saber que el palacio Planalto abre solo los domingos con visitas guiadas, justo cuando cierra la muy concurrida catedral. Es recomendable revisar la agenda del teatro nacional Cláudio Santoro, también de Niemeyer. De mayo a septiembre no llueve en Brasilia y las temperaturas son más frescas.
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