Expediciones brasileiras
En el siglo XVII, en las colonias sudamericanas de Portugal una bandeira era, aparte de un símbolo nacional, una expedición al interior del continente. Los bandeirantes eran colonos de segunda y tercera generación, generalmente de Sao Paulo, que buscaban riqueza rápida. El objetivo era capturar poblados enteros de indígenas, incluso aunque estuvieran bajo tutela de los jesuitas y/o más allá de la línea que marcaba el Tratado de Tordesillas, que dividió el continente entre España y Portugal. Aunque los inicios fueron tan poco elegantes como estos, los bandeirantes empezaron a descubrir vetas de minerales que cambiaron su imagen. En la década de los 60, de hecho, se hizo un llamamiento para que los bandeirantes buscaran minas productivas. Lo que había empezado como la aventura de saqueadores terminó por mover el polo económico de Brasil: en el siglo XVIII viró hacia el sur y el interior. Muchas ciudades como Ouro Preto, Diamantina o Goiás proceden de esta época. La última fue capital de su estado homónimo mucho tiempo, pese a que su éxito fue fugaz. Así como las dos primeras disfrutaron de lujos y riquezas, Goiás nos recuerda lo que fue un humilde centro histórico del XVIII.
Tras explorar la región de Minas Geráis, a finales del siglo XVII los bandeirantes fueron más al oeste. En 1682, Bartolomeu Bueno da Silva viajó a Goiás, nombrada así por los indígenas de la zona, los goyaz. Algo de oro encontró, pero nada comparado con la zona de Ouro Preto, que se convirtió en la capital de una colonia que multiplicó sobremanera sus habitantes gracias a los esclavos. En 1721, las cosas cambiaron al encontrarse unas vetas más productivas en el río Vermelho. Con el fin de explotarlas se fundó el asentamiento de Santana, que fue renombrada diez años después como Vila Boa de Goiás. Se considera la primera ciudad al oeste del Tratado de Tordesillas. Dobló su tamaño y se levantaron edificios administrativos al ser nombrada capital, primero provincial y luego estatal. Marcos de Noronha fue su primer gobernador y con él la ciudad vivió un cénit constructivo para estar a la altura del nombramiento. Los principales edificios que hoy vemos de la ciudad son de esta época, siendo el primero la Casa de Fundição de 1750.
Esa segunda mitad del siglo XVIII fue la más gloriosa en Goiás, pero las cosas se empezaron a torcer en 1770 con el agotamiento de muchas vetas de oro. El declive económico precedió mucho tiempo antes al declive político. Muy alejada de la costa, a Goiás le restaba poco más que una economía de subsistencia. El periodo de éxito había sido muy corto y no había dado tiempo a generar ningún patrón de crecimiento más allá de la minería. Los siglos pasaron, Brasil se independizó, y la capital seguía sin embargo en Goiás. Hubo que esperar a 1935, cuando la ciudad planificada de Goiânia, mucho mejor localizada y diseñada desde cero, asumió este papel. La vieja capital quedó desamparada un par de décadas hasta que el gobierno brasileño fue consciente de su valor patrimonial. La relativa cercanía a la nueva capital del país, Brasilia, animó luego al turismo.
Goiás está en una zona accidentada de la Serra Dourada, en el valle del mismo río Vermelho donde se encontró el oro. Este río servía de separación física para dos ciudades totalmente diferentes. El margen derecho era la zona de los esclavos, hoy con un carácter mucho más popular y sencillo. El margen izquierdo era la zona administrativa y económica y aquí se localizan la Catedral de Santana, el palacio del Gobernador, la casa de Fundição y la plaza Chafariz. El principal valor de la arquitectura vernácula de Goiás es su homogeneidad por haberse levantado casi entera en el siglo XVIII. Las construcciones del XIX solo le añadieron un toque ecléctico. La homogeneidad le debe mucho también a la unidad de técnicas y materiales constructivos, más humildes y austeros que en los casos de Diamantina y Ouro Preto.
Goiás, conocida popularmente como Goiás Velho para diferenciarla del estado, cuenta con unos 25.000 habitantes. Hay poco turismo aquí más allá del nacional. Se encuentra a unas cuatro horas de Brasilia y la mitad si llegamos desde Goiania. En el centro merecen la pena el Museo das Bandeiras, que cuenta la historia de los bandeirantes, y la casa-museo de Cora Coralina, una poetisa brasileña del siglo XX. Cerca de la ciudad hay vario balnearios y rutas de senderismo por la Serra Dourada. La fiesta grande de la ciudad es el Miércoles Santo, cuando habitantes de la ciudad caracterizados, los farricocos, rememoran la persecución de Jesucristo con el sonido de los tambores de fondo. El plato estatal es la especialidad de la ciudad, la empanada goiana. Hay distintas modalidades de esta empanada individual, generalmente de carne. De abril a septiembre hay bastantes menos lluvias en esta zona que a veces sufre inundaciones.
Fotos: Nas Nuvens / Adelano Lázaro
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