Baviera medieval
Baviera es la región alemana con más identidad propia. Está seccionada en dos por el Danubio, que empieza aquí a ganar anchura y caudal. En sus orillas está Ratisbona, la ciudad más histórica de Baviera. De origen céltico y refundada por los romanos, estos se apostaron en el sur, justo en la frontera con los pueblos germánicos. El Danubio era parte del limes centroeuropeo, pero cuando Carlomagno unificó Europa las cosas cambiaron. El Danubio era un obstáculo a salvar, para lo cual se tendió un puente de madera. En el siglo XII, en plena edad de oro local, se sustituyó por uno de piedra, siendo el único punto de cruce entre Ulm y Viena. Fue el impulso comercial definitivo para Ratisbona, que ya había sido capital de Baviera y sería un siglo después ciudad libre imperial. Este carácter medieval se ha mantenido en una ciudad marcada por la arquitectura y urbanismo de entonces, con predominancia de estrechos callejones rodeados de edificios históricos. Esto incluye su principal templo gótico bávaro, la catedral.
Ratisbona nace como Radasbona como asentamiento céltico, pero son los romanos los que levantan un primer fuerte en el año 90. Eligen el punto en el que al Danubio se le une el río Regen, que da nombre a la ciudad romana de Castra Regina y a la denominación alemana de Regensburg. La ciudad es un importante puesto militar hasta el fin del Imperio, cuando tiene obispado y añade la residencia ducal de la familia Agilolfinga, primeros dirigentes de Baviera dependientes de la dinastía merovingia. Ratisbona no deja de crecer, siendo relevante tanto en lo político como lo religioso, con influencia en la cristianización de Bohemia y Polonia. El puente cambió el carácter de la ciudad atrayendo a burgueses y comerciantes venecianos. En el siglo XIII, esta nueva personalidad se concretó con su estatus de ciudad libre. Sin embargo, en el siglo XV se quedó atrás en la carrera comercial y cambió su forma de gobierno en una suerte de acuerdo junto al emperador.
Pero Ratisbona siguió mostrando personalidad. Cuando la mayor parte de Baviera se mantuvo fiel al catolicismo en el convulso siglo XVI, Ratisbona abrazó el protestantismo. Fue una decisión que complicó la vida de la ciudad, envuelta en las guerras de religión y rodeada de enemigos. Las complejidades de la ciudad, que mantuvo su obispado católico, le llevaron a ser sede desde 1663 del Reichstag imperial. Tras su incorporación efectiva a Baviera, Ratisbona entró en una fase más tranquila de reformas como la restauración gótica de la catedral y desmantelamiento de las murallas, solo interrumpido por las guerras, con algún bombardeo menor. El diseño medieval no planificado se ha mantenido en su centro histórico de la orilla sur, frente a las islas Wöhrde y Stadtamhof. El núcleo está en la plaza del Mercado, centro medieval con el ayuntamiento y la catedral. Fuera de las antiguas murallas quedan tres monasterios que influyeron política y culturalmente en Ratisbona.
Entre los 1.500 edificios protegidos de Ratisbona hay trazos de su larga historia, empezando con los romanos, con restos del fuerte del siglo II en la Porta Praetoria, y un campanario del que fuera palacio carolingio del siglo IX. El grueso arquitectónico lo tenemos en el gótico medieval encabezado por la catedral, ejemplo puro de este estilo pese a finalizarse en el siglo XIX con las torres. El puente es el otro gran representante medieval gracias a sus 16 arcos que salvan 300 metros partiendo de la única torre superviviente en la orilla sur, que en tiempos tuvo una capilla anexa. Menos ha sobrevivido del ayuntamiento medieval, con muchos añadidos, pero que conserva la cámara imperial donde se reunía la dieta del Sacro Imperio. En el centro destacan también las alrededor de cuarenta torres patricias medievales, con techo en los cincuenta metros de Goldener Turm. No se levantaron por motivos defensivos, sino como competición al estilo de Bolonia o San Gimignano. Entre los monasterios destacan San Emerano y San Jaime, con iglesias del XII.
Ratisbona es una ciudad mediana de unos 150.000 habitantes, pero muy animada por su carácter universitario y el abundante turismo. Es visita obligada en un viaje a Baviera, siendo los aeropuertos de Nuremberg y Múnich los más cercanos, a una hora por carretera o tren. La ciudad se ve bien en un intenso día, pues el centro es compacto aunque nos acerquemos a los monasterios. Si vamos en domingo merece la pena escuchar el coro infantil de la catedral, el Domspatzen. Una visita ineludible es el Historische Wurstkuchl, restaurante abierto en 1135 junto al puente, aunque el edificio actual es del XVII. Como su nombre indica, las salchichas son la especialidad, aunque tienen todo tipo de comida bávara, incluyendo su famosa cerveza. Si vamos en verano, esta se puede disfrutar en los Biergarten de las islas.
Fotos: Brook Ward / Yiannis Vacondios
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