No solo el final de un camino
Dice la tradición que el eremita Pelayo observó unos fuegos fatuos en el bosque de Libredón. Alertado, avisó al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, quien descubrió allí los restos del apóstol Santiago el Mayor y dos de sus discípulos. De Santiago ya se decía por entonces que había viajado por toda la península ibérica. Así, alrededor del año 830, arranca la historia de la ciudad de Santiago de Compostela, una de las ciudades más ligadas a una religión del mundo. Hablamos por supuesto de la religión católica, que tiene en el peregrinaje a la tumba de Santiago uno de sus máximos exponentes de fe. El Camino de Santiago se ha convertido en un fenómeno que va más allá de la religión. Tiene su culminación aquí, en la capital de la región de Galicia. Sobre la tumba de Santiago se erigió una de las catedrales más impresionantes de Europa, pero no solo de ella presume la ciudad: Santiago ha conservado a su alrededor uno de los centros históricos medievales mejor cuidados de toda España.
Si nos atenemos a lo estrictamente histórico, lo cierto es que el famoso descubrimiento del apóstol le vino muy bien al rey Alfonso II, quien había conquistado para el cristianismo la región de Galicia unos 50 años antes. A Alfonso le estaba siendo difícil conseguir toda la fidelidad necesaria para seguir avanzando hacia el sur y seguir tomando ciudades musulmanas y el descubrimiento era propicio para sumar adeptos a su causa. También es verídico que sobre el sitio en el que se levantó la ciudad había una necrópolis. Es posible, sin embargo, que no fuera más que la necrópolis de un poblado romano que se había asentado allí entre los siglos I y V. De hecho, el topónimo más aceptado para Compostela es el de “cementerio”, aunque si se pregunta en la calle el significado de “campo de estrellas”, que alude a la luz vista por el eremita, será la respuesta más común. El caso es que a Alfonso II le salió bien el plan. Sobre la tumba se inició una comunidad eclesiástica que inicialmente dependió del obispo de Iria Flavia, pero que fue ganando poder paulatinamente.
Antes de ello, Santiago tuvo que sobreponerse a la destrucción de la ciudad por parte de Almanzor en el año 997. No solo se repuso, sino que además le fue otorgada la sede apostólica. Se inicia entonces la construcción de una iglesia sobre la tumba, que había sido respetada por los musulmanes. Las obras duraron del 1075 hasta la consagración de 1215. Tanto poder eclesiástico comenzó a molestar a los burgueses que vivían en Santiago, que preferían depender del poder real. Sin embargo, sus revueltas fueron aplacadas. A finales del siglo XV, la religión dejó un poco de espacio al conocimiento con la apertura de una de las primeras y más importantes universidades de la península. La puesta en duda de la historia de Santiago el Mayor y el copatronazgo en España de Santa Teresa de Jesús trajeron a comienzos del XVII años de crisis al Camino. Estos finalizaron cuando Felipe IV le devolvió toda su gloria a la ciudad y comenzó el periodo del barroco compostelano.
El centro de la ciudad se sitúa en la famosa plaza del Obradoiro, que hace referencia a los talleres que se dispusieron para rematar la fachada barroca que domina la primera imagen que vemos de la catedral. Cuando pasamos sus barrocas puertas tenemos las interiores, más valiosas aún: nos topamos con el pórtico de la Gloria, una de las obras cumbres del Maestro Mateo y del románico ibérico. La otra fachada románica, la de las platerías, aún preside la plaza del mismo nombre. En el interior es obligado visitar la cripta y, si se tiene suerte, ver en movimiento el botafumeiro, un incensario de latón bañado en plata que con un movimiento pendular perfuma la catedral. El resto de la plaza la cierran el hostal de los Reyes Católicos, de estilo plateresco, el palacio de Rajoy neoclásico y el colegio de los Jerónimos, con otra fachada románica. Por lo demás, en Santiago no hay como dejarse llevar por sus rúas, como las de Do Franco, Do Vilar o Nova, con un intenso aire medieval. Una buena vista de la ciudad se obtiene desde el parque de la Alameda.
Santiago de Compostela nunca fue muy grande y hoy sigue sin llegar a los 100.000 habitantes. No obstante, tiene aeropuerto cerca, aunque la manera más tradicional de llegar es andando, claro está. La lluvia nos acompañará con bastante seguridad, incluso en verano, pero es parte del encanto de Santiago y la que genera el verdín que da color a tantas fachadas. En la catedral es muy aconsejable subir a las cubiertas. Lo que está ya prohibido es la tradición del rito de los croques, que consistía en tocar una estatua, ya desgastada con el paso del tiempo por ello. La comida gallega es muy apreciada y el pulpo a feira obligatorio, junto con todo tipo de marisco y regado siempre con un buen vino de Albariño o Ribeiro.
Foto: Javier Pais / pedronchi
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