Utopías misioneras
La iglesia protestante morava debe su nombre a sus orígenes en esta región checa en 1457, esto es, bastante antes de Lutero. La figura clave fue la de Jan Hus, una de las influencias del alemán, pues también pidió el fin de las indulgencias, misas en idiomas vernáculos, casamiento de sacerdotes, etc. A Hus le tocó pagar por ser pionero y fue quemado por hereje, pero su impronta aumentó y sus seguidores, los husitas, provocaron las primeras guerras de religión dos siglos antes de las que asolaron Europa. Tras estas se empezaron a crear exitosas congregaciones de aspiraciones más modestas como la morava, nacida como Unión de Brethren. Con Chequia repleta de husitas, el contraataque católico no se hizo esperar y los Habsburgo iniciaron un movimiento de arriba abajo forzando un retorno del catolicismo a pesar de la resistencia. A mediados del XVII, esta política había tenido éxito, pero algunos grupúsculos resistieron en la clandestinidad. La iglesia morava pudo recuperarse en el siglo XVIII con una ideología ilustrada renovada y ansias por establecer misiones. Estas le llevaron a lugares tan diversos como Dinamarca, EEUU, Alemania y Reino Unido.
La primera decisión de los moravos fue mudarse y reunificarse en el sureste de Sajonia, Alemania, gracias a la permisividad de su gobernante. Allí fundaron la ciudad alemana de Herrnhut y, tras ciertas discusiones internas, sentaron las nuevas bases en 1727. Entonces eran 300, hoy 750.000. Surgen las primeras figuras relevantes de la congregación y se inician las primeras treinta misiones que les convirtieron en una de las primeras instituciones protestantes en expandirse concienzudamente. Tenían la particularidad de enviar laicos y no sacerdotes, por lo que las misiones eran tan religiosas como ideológicas. Estas comunidades estaban interesadas en crear entornos de una alta espiritualidad y valores puros. La forma de vida era totalmente comunal, las decisiones se tomaban de común acuerdo y, aunque la propiedad privada existiera, las diferencias sociales eran virtualmente borradas. Se puede decir que eran sociedades semiutópicas igualitarias, algo sin apenas precedente. Las misiones moravas tuvieron dos versiones según el contexto: operaron en países coloniales o bien procuraron entornos según sus principios insertándose en otros países europeos.
Christiansfeld, nombrada así en honor al rey danés Cristián VII, nació en 1773. Fue diseñada sobre suelo agrícola con la ciudad matriz de Herrnhaag como modelo. En solo diez años, la ciudad había alcanzado 300 habitantes y tenía todos los servicios básicos para ser autónoma. Unos años antes se había formado la comunidad de Gracehill cerca de Belfast, en Irlanda del Norte, que fue cabeza de la congregación en las islas británicas. En los países anglosajones tampoco faltó una colonia en Norteamérica, donde Bethlehem fue pionera y sentó las bases para la nutrida congegración norteamericana. En Europa, las guerras napoleónicas frenaron la expansión de la iglesia morava, que se retomó más lentamente. En Christianfeld, el declive fue más agudo al pasar a manos alemanas y hubo que esperar al retorno danés en 1920. Los viejos preceptos moravos regresaron, aunque se tuvieron que adaptar a los nuevos tiempos de democracia y laicidad. El paso de las décadas vio una expansión no protagonizada por los moravos, cuya comunidad no obstante goza de buena salud en las cuatro ciudades y se mantiene totalmente activa.
Los asentamientos moravos comparten una comunión entre la ideología protestante y el espíritu comunal que se imprime en todos los aspectos de la vida, empezando por el diseño urbano y acabando en sus cementerios, donde las tumbas son iguales. Todo en la vida morava gira en torno a la plaza de la iglesia y los edificios comunales en torno a ella. Dos calles paralelas funcionan como eje oeste-este y en ellas hay viviendas, tiendas, talleres, etc. Entre los edificios no faltan el denominado Gemeinhaus, edificio de la congregación y edificios residenciales destinados a mujeres y hombres adultos sin pareja. Esta uniformidad de las colonias moravas se ve en sus edificios, muy similares aunque adaptados al contexto de cada una. El interior de estos es terriblemente austero aunque barroco, con paredes blancas y simples detalles en las lámparas de techo.
La colonia danesa Christiansfeld tiene apenas 3.000 habitantes y está a medio camino entre los aeropuertos de Billund, sede del famoso parque de Legoland, y Sønderborg, aunque mucha gente llegará en ruta. La ciudad recibe bastante turismo, pero sobre todo de locales y en verano. Más aún recibe Bethlehem en Pensilvania, gracias a su localización en el valle de Lehigh y los festivales que se organizan en la ciudad. Herrnhut recibe también bastante turismo local, aunque sus infraestructuras son limitadas, como ocurren en Gracehill, más pequeño. La gastronomía morava es relevante en dulces. Destacan las galletas de jengibre y sobre todo la tarta de miel, cuya secreta receta es original de 1783.
Fotos: Villy Fink Isaksen / Ajepbah
Comentarios recientes