Breve, pero brillante
El califato de la dinastía omeya fue el más relevante en la historia del Islam. En menos de un siglo fue capaz de extenderse desde la península ibérica hasta el valle del Indo sumando 33 millones de súbditos. En el 750, los abasíes los echaron del poder cambiando la capital de Damasco a Bagdad, pero un grupo resistió el empuje. Abderramán I llegó a la península ibérica, donde fundó el emirato de Córdoba. En el siglo X, con su posición debilitada, Abderramán III dio un paso al frente. Frenó a los fatimíes de Túnez, unificó sus territorios y, sintiéndose fuerte, promocionó su emirato a califato. Hasta su disolución en 1031 en los denominados reinos de Taifas, Córdoba miró de frente a los otros dos califatos: fatimíes y abasíes. Estos no reconocieron el nuevo estatus como califa, pero internamente Abderramán III tuvo éxito. Para refrendar su posición, el califa levantó la ciudad palaciega de Medina Azahara a las afueras de Córdoba, cuyas ruinas se redescubrieron en el siglo XX.
Abderramán III disfrutó de un exitoso califato pacificando sus territorios e incluso asentando varias conquistas en el norte de África. El hijo de Abderramán, Alhakén II, se interesó más por asuntos intelectuales y dejó los temas de estado a sus consejeros. Al morir en el 976 se inició el declive con el control de Almanzor. Sus exitosas campañas militares contra los cristianos tuvieron el efecto de unirlos y acelerar su avance. Además, la línea dinástica omeya perdió legitimidad y en pocos años el califato se dividió. Este corto periodo significó, sin embargo, uno de los cénit de la cultura musulmana con la traducción de textos occidentales e influencias orientales. Esta fusión se reflejó en la biblioteca de Alhakén II, que contó con 400.000 volúmenes. Córdoba fue entonces centro intelectual mundial. Fue posible gracias al auge económico promovido por el califato, alimentado por un comercio en el que la nutrida población judía participó. Estos ingresos también promovieron la creación de obras como Medina Azahara.
La ciudad palaciega inició su construcción desde cero en el 936 convirtiéndose en uno de los proyectos urbanos más sobresalientes de Europa. La idea no fue sustituir a Córdoba en sus funciones, sino dar lustre al recién estrenado califato. De ahí la denominación de al-Zahrā’, la brillante. Se estima que unos 10.000 trabajadores acabaron la ciudad en apenas cuatro años, pero Medina Azahara siguió nutriéndose de edificios y obras de arte. En los gobiernos de Abderramán y Alhakén alcanzó su cénit como ciudad diplomática, pero Almanzor se construyó su propio palacio para diferenciarse de los omeyas y Medina Azahara declinó. En medio de las guerras civiles de comienzos del siglo XI fue destruida, saqueada y abandonada. Conocida por los cristianos, que consideraron romanas las ruinas, no fue hasta el 1911 que se iniciaron las labores arqueológicas. Estas han sido intermitentes, con campañas muy espaciadas entre sí que solo han destapado un 10% de las 112 hectáreas que formaron la ciudad.
Muy cerca de Córdoba y el río Guadalquivir, Medina Azahara fue levantada en las faldas de Sierra Morena a lo largo de tres terrazas aplanadas tras trabajar la piedra caliza que domina los edificios. La topografía es fundamental, con una disposición orientada a embellecer el fondo y dar sentido jerárquico a la ciudad. El califa estaba en la parte superior, con los jardines públicos y la ciudad a sus pies. Tras un rediseño se rodeó el complejo con una línea de murallas de 4,5 kilómetros. También se reutilizó un acueducto romano, cuya agua se divirtió hacia el palacio usándose el resto como alcantarillado. Al este estaba la ordenada medina, dominada por la mezquita Aljama, mientras que al oeste estaban los edificios al servicio del califa. La zona palaciega recuerda a la mezquita de Córdoba, con uso de arcos en herradura decorados en tonos claros y rojizos y detalles con muqarnas. El mejor lugar para apreciar el fastuoso detallismo califal es el Salón Rico, hall de audiencias. En Medina Azahara también se han encontrado multitud de obras de arte como una bella cierva en bronce.
Medina Azahara se encuentra a las afueras de Córdoba, por lo que es sencilla de visitar cuando vayamos a esta recomendable ciudad andaluza conectada en tren con Sevilla y Madrid. Hay autobuses públicos que parten desde la ciudad, pero es más cómodo llegar en coche. No obstante, hay que dejarlo en el centro de visitantes, que también alberga el apreciable museo, para coger otro autobús que nos acercará a las ruinas. Es el único coste, pues la entrada es gratuita para miembros de la UE. De pago podemos contratar una visita guiada que incluye el transporte y tiene una duración de tres horas. Medina Azahara sigue con trabajos arqueológicos, así que no será raro ver obras. Es importante evitar el verano por el sofocante calor.
Fotos: Jocelyn Erskine-Kellie / mandoft
1 Comment
Hermoso, cautivador y sensacional aporte. Toda una belleza de exquisitas estructuras y gran ingenio y perfección. Qué mérito que sobrevivan hasta el día de hoy.
Gracias por postear este magnífico material. Muy buen texto, contundente, detallista y preciso.
Un saludo cordial desde la ciudad de Concepción, en Chile.-