Tempranos y pacíficos
Cuando las civilizaciones egipcias y mesopotámicas despuntaban, a miles de kilómetros de allí estaba naciendo otra muy diferente: Caral. No solo hablamos de la primera gran civilización del continente americano, es que antecede en dos milenios a la olmeca, la primera de Mesoamérica. Su reciente datación ha sido un acontecimiento, pues hasta el 2001 se consideraba a Chavín la primera cultura sudamericana. En realidad, Caral le saca más de dos milenios, siendo la ciudad de Huaricanga del 3500 a.C. Desarrollada al norte de Lima, en los valles de los ríos Supe, Fortaleza y Pativilca, la de Caral fue una civilización precerámica y sin arte visual, pero con ciudades como Caral que dejan estupefacto al arqueólogo más experimentado por el tamaño de sus construcciones. Es también un desafío para los teóricos por haber puesto en duda dos preconcepciones clásicas: en primer lugar, pese a la existencia de canales de irrigación, su crecimiento parece que no se basó en la agricultura, sino en la pesca. Además, el crecimiento de Caral se hizo sin necesidad de violencia: aquí no hay murallas, armas ni cuerpos con signos de ataque.
2001 fue el año clave para Caral, cuando saltó a la fama gracias a las dataciones de radiocarbono de la arqueóloga Ruth Shady. Los sitios arqueológicos eran conocidos. El de Áspero fue el primero y en los años 40 los descubrimientos se multiplicaron. A finales de los 90, Shady se convenció de que estaba ante los albores de las civilizaciones sudamericanas. La de Caral fue una sociedad organizada teocráticamente que tuvo en el algodón y la tecnología textil la llave para el control económico regional. Esta industria temprana impulsó las ciudades del interior, como la homónima Caral, haciendo virar la posición de control inicial de las ciudades costeras. No obstante, aunque el algodón les diera la delantera, la dependencia era mutua: el interior cultivaba el algodón para fabricar redes destinadas a pescar en la costa alimento para todos. El pescado no es precisamente un alimento básico y aún está pendiente saber cuál era la base de la alimentación de Caral. Las últimas investigaciones apuntan al maíz.
El ascenso de las ciudades interiores llevó a la región a formar asentamientos más grandes, aunque en ningún caso comparables a otras zonas del mundo. Caral fue la mayor con apenas 3.000 habitantes en su cénit, sobre el 2200 a.C. Siendo interior, el nacimiento de Caral es posterior al de los sitios costeros: crece sobre el 2700 a.C. y con el cambio de milenio declina. No parece que fuera por razones políticas o bélicas, sino que sus habitantes se fueron desplazando con sus conocimientos de irrigación en busca de tierras más fértiles. Afortunadamente, ninguna civilización posterior ocupó las ruinas y la ausencia de oro evitó los saqueos. El descubrimiento de Caral en 1948 se lo debemos a Paul Kosok, aunque inicialmente no despertó mucho interés por la ausencia de artefactos. Hubo que esperar a la llegada de técnicas avanzadas para entender la relevancia de la ciudad. Entonces se encontró un sorprendente artefacto: una pieza textil con nudos que podría ser un quipu, el sistema de conteo que los incas perfeccionaron milenios después. Estaríamos ante una forma antiquísima de protoescritura.
El diseño urbano de Caral fue cambiando con los siglos y siguió influyendo mucho tiempo después de su desaparición por toda la costa peruana. Se distinguen parte alta y baja. En la primera está la plaza central, alrededor de la cual se disponen los principales edificios públicos y las pirámides. Entre estas destaca la gran pirámide, una estructura de 150×110 metros en sus lados y 28 metros de altura: una de las mayores construcciones del mundo en su día. Los edificios son de piedra con barro como argamasa y restos de pinturas de varias épocas. La parte baja está orientada hacia la alta, dejando clara su dependencia. No obstante, aquí están el llamado anfiteatro y la mayor de las plazas circulares hundidas, una estructura típica de la cultura Caral. Hay otra zona llamada Chupacigarro con un gran templo y un geoglifo formado con piedras que representa un rostro.
Caral está unos 200 kilómetros al norte de Lima. Son unas tres horas, así que es factible hacerlo en una excursión de un día. Si optamos por pasar la noche, la mejor opción es dormir en Barranca, buen lugar para comer pescado o descansar en playa Chorrillos. Así podremos también ver otros asentamientos de la cultura como Áspero, aunque el que más infraestructuras y visitas tiene es Caral. Su visita es algo cansada, pues la zona es desértica y ventosa y hay que andar bastante. No obstante, es imprescindible subir a los miradores. Aunque las estructuras son muy identificables, conviene contratar un guía. Podemos complementar la visita yendo al modesto Museo Comunitario de Supe.
Fotos: Alex Zanuccoli / Daniel Barker
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