Colmena de túneles y azoteas
La identidad bereber o amazigh es una de las que hunde sus raíces más profundamente en la historia, hasta el punto de hacer complicada su definición. Tras siglos de cambios políticos es difícil estimar su número, pero no son menos de 25 millones. Su etimología nos retrotrae a tiempos romanos, que denominaron como bárbaros a los pueblos que habitaban entonces el norte y noroeste de África. Una denominación tan genérica hace que los bereberes tengan fenotipos, costumbres y dialectos diferentes. Algo que les unió a todos fue el Islam. Los árabes llegaron aquí en el siglo VII y se mezclaron con la población, arabizándola en el proceso. La identidad bereber quedó diluida en la costa mediterránea, pero no tanto en el interior: cuanto más penetremos en el desierto, más esencia bereber veremos. Ni siquiera en el desierto queda mucho nomadismo, pero sí tribalismo. Siete son los clanes que dominan una de las ciudades bereberes más auténticas, antiguas y especiales: Ghadames. A las puertas del duro Sáhara y a orillas de un oasis, Ghadames transpira alma bereber.
El oasis de Ghadames ha estado poblado desde hace milenios, probablemente desde el cuarto a.C. Durante mucho tiempo fue solo un sitio de paso para el descanso de los nómadas, pues es la única fuente de agua en muchos kilómetros a la redonda. Los primeros en asentarse de forma más estable fueron tribus dependientes del Reino de Garamantes, probablemente los Tidamensi. Para Garamantes, la ciudad supuso un puesto fronterizo bien provisto gracias a la fertilidad de la tierra. Esto fue la que atrajo también a los romanos, que conquistaron la ciudad por medio de Cornelius Balbus a comienzos de nuestra era. La renombraron como Cydamus e instalaron toda una guarnición militar en el castrum hoy llamado Qasr el Ghoul. En la crisis del tercer milenio, Roma perdió el control de Ghadames, que pasó a funcionar de forma autónoma. No mucho después adoptó el cristianismo por la influencia bizantina.
Así hasta la llegada de los musulmanes, que han marcado los últimos trece siglos. Ghadames se convirtió en una estación de las caravanas del desierto, especialmente entre los siglos XIII y XVI. La ciudad vieja de Ghadames que hoy conocemos se gesta en esta época. La llamada perla del desierto une tradiciones musulmanas y bereberes. De estos últimos no conserva edificios previos a la ocupación romana, pero el estilo de Ghadames es muy local, muy distinto a otras ciudades presaharianas. Sí que comparte con otras ciudades los materiales usados. El clima impone las técnicas constructivas y aquí se usaron materiales orgánicos a mano como ladrillos de barro o tapial, otro tipo de tierra húmeda. La ciudad se asemeja a una kasbah marroquí en el sentido de que su perímetro circular está protegido por una muralla. Esta no deja de estar formada por las paredes exteriores de las casas limítrofes, aunque alternada con puertas y bastiones. En el interior, ventilación y sombra son fundamentales y Ghadames apostó por convertirse en una especie de colmena.
Esto se consigue unificando criterios: las casas tienen en su planta baja pasillos y habitaciones destinadas a los negocios y almacenes. Con escaleras se sube a los pisos, hasta tres, en los que vive una familia. La superficie de estos pisos excede la planta baja, de forma que a pie de calle tenemos estrechos pasillos que son más bien túneles y arcadas. En la parte superior se localizan los áticos, auténtico respiradero urbano. Estos se interconectan entre sí para facilitar el movimiento de las mujeres, pues esta planta superior es territorio femenino, mientras que la planta baja es territorio masculino. Ghadames está encalada en blanco, pero en multitud de nichos y ventanas hay decoraciones bereberes de diseños sorprendentes: triángulos, diamantes, soles, lunas, palmeras o la cruz tuareg. La conservación de Ghadames se vio muy perjudicada por la decisión de crear un nuevo pueblo en los años 70. Barro, tapial o pintura necesitan cuidado recurrente y sin habitantes quedaron abandonados. Algunas casas se han repoblado, al menos durante el verano, cuando paradójicamente la ciudad vieja es más fresca que la moderna.
La situación actual de Libia no permite acceso al turismo y menos a Ghadames, controlada por milicias tuareg. Hace unos años sí era un destino habitual pese a la distancia de Trípoli: un duro camino por el desierto de 600 kilómetros. Lo recompensa una ciudad vacía que explorar en todos sus rincones y azoteas. En todo caso es mejor ver la ciudad con un antiguo vecino para no perdernos. Es obligatorio visitar el cercano oasis y a poder ser las ruinas romanas del castrum. Arqueólogos italianos abrieron un museo con restos de esta época y de la historia bereber local. Hay muchas fiestas en Ghadames, especialmente la vendimia en octubre.
Fotos: giomodica / Luca Galuzzi
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